| Se levantó con la sensación que  sería un día pésimo. Muy en la mañana el Rey Minos intentó despertarla. Contestó con un gruñido y regresó al sueño. Más que dormir, dormitó. Cuando los sirvientes  la vieron,  escudriñaron  su humor y se encomendaron a los dioses. Por la tarde observó a través de la ventana como el sol duro entristecía los jardines del palacio. Estaba por cumplir los cuarenta años y tenía la lozanía  de un fruto recién cortado. Era espigada, piel dorada y un andar que simulaba no tocar el suelo. Cuando reposaba en el sofá parecía que la prole le había dado brotes de juventud y sensualidad. 
 Ella conocía de su carácter arrebatado, dominante, sus días de mal humor, pero ahora había otro sentimiento que la inquietaba y que no podía definir. En repetidas ocasiones respiró profundamente  pero no modificó la sensación de "falta de aire". La ventana de su habitación en el  palacio de Cnosos era amplia y desde allí contemplaba la  nueva  área de jardines que dirigía el arquitecto Dédalo. En  ese momento no había nadie, ni viento, ni cantos de aves, solo un bochorno que pisoteaba la tarde.
 
 ¡Fero! ¡Fero! ¿Dónde estás?
 
 De un saloncito posterior salió un perro negro azulado que se le acercó.  Ella acarició  la testa  y él  lamió sus manos.
 Tú eres el único que soporta mis extravíos.  le dijo y volvió sus ojos glaucos hacía la ventana.
 
 El palacio  lo recordó como una construcción fría y húmeda,  sin embargo fueron  sus mejores años al lado de Minos. Atrás dejó  a su padre Helios y  a su madre Perséis, que  la educaron para gobernar. Rápidamente  tuvo a  Acacálide, Ariadna, Androgeo, Glauco, Fedra y Catreo,  dedicándose  a ellos  en cuerpo y alma, mientras  Minos  era reconocido por su juicio y marcialidad; era hijo de Zeus y Europa. Ésta después casó con el Rey Asterión, adoptándole a Minos, Sarpedón y Radamantis.   Recordó a su hermana Circe y de cómo ambas  fueron instruidas en el manejo de lo oculto. Años después de casada se daría cuenta  de que su amado esposo perdía fácilmente la cabeza por cualquier fémina.  Nunca le dijo nada a Minos del hechizo que sacó del arcabuz de su  corazón: por cada eyaculación que vertiese en otra vagina distinta a la de ella, el semen se convertiría en serpientes, alacranes y tarántulas que agusanarían  las vísceras del receptor. Así  fueron cayendo sus amantes. Él se dio cuenta del hechizo al ver  con horror los monstruos que eyaculaba, la vez que se masturbó.  Sin embargo, guardó silencio. Ahora comprendía porqué las ninfas huían de él.
 
 Algunas tardes se reunía con Dédalo bajo la sombra de una cabaña. Siempre colmado de ideas y atrapado entre la oreja y la testa: un lápiz de carbón que utilizaba para dibujar en  cualquier superficie. En ese tiempo, pretendía darle al palacio de  Cnosos una  nueva cara. Otras veces lo  visitaba en su taller y encontraba en sus creaciones,  el alma de un artista y el ingenio de una mente inquieta. Los juguetes con que se divertían  sus hijos salían de su numen.
 
 Cuando el Rey Asterión murió, sobrevinieron los problemas de la sucesión. Los  hermanos se disputaron  el  reinado,  pero  congregados a puerta cerrada, los herederos, zanjaron el problema: Minos dijo que era el favorito de los dioses y para demostrarlo, Poseidón  le enviaría un mensaje del mar. Los hermanos  inconformes, dejaron que  los resultados hablaran por sí mismos. Si en efecto los dioses apoyaban a Minos, poco podrían hacer ellos, así que optaron por esperar. Poco después  de ofrendarle un templo al dios de los mares, en un día de verano, cuando la multitud estaba en el atracadero de la polis,  divisaron  que  entre las olas del mar,  un ser se abría paso.  ...En un principio no se le encontraba forma, parecía una masa de  espumas que se levantaba sobre las olas, pero a medida  que se acercaba  se fue dibujando su cara y las astas puras de los cuernos. Tenía un cuerpo enorme, donde las crestas del agua rompían en un hervidero de espumas. Cuando salió del mar, semejaba un macizo de nieve y su paso orgulloso levantaba  exclamaciones entre la gente.  Un toro albo que cautivo a todos  Escribiría más tarde el cronista Aximelon.
 
 El miura fue  el indicio de que los dioses querían que  Minos gobernara. Él lo sacrificaría hasta que llegasen las fiestas, mientras, lo llevaría a los pastizales de su propiedad.
 Cuando el toro albo sintió la mano de Minos sobre su testa consintió que lo acariciara, vio en  sus ojos los cuatro elementos de la vida e imaginó sus campos con sementales de nieve. Al retirarse del establo, tomó la decisión de no sacrificarlo; a la distancia parecía un macizo albino cuya frente semejaba  platicar con las estrellas. A su lado iba el fiel sabueso Laelaps, un perro que nunca dejaba escapar una presa, y bajo el brazo traía una jabalina que nunca erraba: regalos de Zeus y de Artemisa en el día de la boda de Europa con Asterión, que habían pasado a su poder a la muerte del Rey.
 
 Partió Minos hacia un punto lejano donde se  vería con Procris. En el trayecto recordó  su  cara de fuente, su voz de madera. Al principio  despertó en él sentimientos paternos que después se tornaron confusos. Supo que había estado casada  con Céfalos y que éste por la magia  de la diosa de la aurora  tomó la apariencia de otro varón y sedujo a su propia esposa, ofreciéndole  una diadema de oro. Después de poseerla, Céfalo tornó de nuevo a su apariencia  y se retiró desconsolado por la infidelidad  de su esposa, refugiándose  en los brazos de la diosa del Alba. Procris huyó avergonzada y llegó a la isla de Creta y aceptó el amparo de Minos y poco a poco las caricias paternales se transformaron  en caminos de  ardor y deseo.
 
 Un día que  estuvieron próximos a ser parte del fuego, él se detuvo y con desesperación le confesó el hechizo que sufría.
 	No te entiendo.
 	Pasifae me ha embrujado y cada vez que mi semilla corre fuera de la vagina de ella, se transforma en veneno y mi compañera muere. Yo no quiero tu muerte.
 Procris  se acercó a él, lo abrazó y sus yemas rodaron primero por sus cabellos y luego por su mejilla y con voz breve le dijo:
 Me ha emocionado  escucharte. Tus palabras sinceras se han mudado a  mi corazón. ¡Ayudémonos! Sé de un brebaje que  Circe  receta  para este tipo de asuntos.
 	Cómo sé que me servirá.
 	Tendrás que confiar  en mí.
 Él se acercó, la tomo de la cintura, escondió su barba en la curva de su oreja y después buscó sus labios. Ella se resistió, pero su corazón se dobló  por la sinceridad de Minos y correspondió. Él se retiró aún emocionado y le susurró: Te deseo.
 	También has encendido mi llama, pero el dolor de saberme sola me entristece.
 	¿Qué es lo que más quieres?
 	Reconquistar  mi matrimonio, sentirme cerca y unida a Céfalo como antes.
 Días después  antes de que la alborada llegase Minos tomó el  brebaje de Procris y ella le susurró al oído  "dentro de  unas horas  estarás curado".
 	¿Cómo lo sabré?
 	Sólo espera en silencio y reza  por tu salud a los diosa Afrodita. Espérame.
 
 Momentos después regresó con una jarra de vino, ella le dio un trago,  buscó sus labios  y pasó a su boca un remanente del vino. Abrió su túnica y le ofreció su pecho con espigas erectas en el pezón. Volvió  a besarlo y Minos sintió sacudir su cuerpo y llevó su boca hacia la luna llena de sus senos. Ella  montó sobre su piernas y sus labios trazaron otras líneas sobre su rostro, los besos  rodaron como carros de fuego sobre su cuello y sus pezones ocultos se levantaron sobre el vello de su pecho. luego,  con voz dócil: Lo haré con mi boca así  verás que tu germen viene vestido de blanco.
 La despidió de la isla de Creta obsequiándole el perro que nunca deja escapar una presa y  una jabalina de caza que nunca yerra el blanco. Pasarían a la custodia de Procris, y serían el instrumento para recuperar a su marido que era un apasionado de la caza.
 De regreso,  Minos sólo pensaba en el toro espumeante de Poseidón.
 
 Había  una lista de adolescentes que ensayaban con  religiosidad lo que sería esencial para la fiesta: estar frente  al toro, correr hacia él, impulsarse y dar una vuelta en el aire y caer sobre  su lomo y después pisar la tierra. Al final de la fiesta se realizaría el sacrificio  del vacuno albino  en honor al  dios Poseidón.Todo sucedió de acuerdo a lo programado. Con excepción de una cosa: El Rey Minos se quedó con el toro de Poseidón y sacrificó uno parecido de sus campos. El pueblo no se percató del cambio, pero Pasifae y el dios sí.
 
 Parecía que el tiempo no se había movido, la ventana, los jardines, el bochorno. El perro mirándola. Ayer fue a los pastizales y vio al vacuno. Minos ordenó que toda vaca  en celo fuera acercada al toro para que éste la montase. El animal tenía líneas de fuego entre la piel blanca; los cuernos parecían fulgir como dos medias lunas y su presencia de blancura le daba una orla de poderío cuasi brutal. Cuando montó  a la  vaca  su estatura creció y de una poderosa embestida distendió las paredes de la vagina. Ésta mugió, aceptando la inutilidad de poner resistencia. Pasifae regresó apresurada a su habitación y en la noche el toro  aparecía  frente a ella, viéndole manso, tierno y en veces retador.
 
 Sabía de buenas fuentes que el Rey Minos había vuelto a sus andadas de amante; pero sólo  hizo un despectivo con los  brazos. Recordó que su matrimonio con Minos  fue en  las fiestas de Afrodita y evocó con sofoco que su cuerpo  era palma seca cuando el Rey lamía sus orejas.  Pensó que no tenía nada de  extrañó soñar con toros pues al fin y al cabo era el símbolo  de la polis.  Lo que no entendía era el brillo insolente en  los ojos del miura  y aquella imagen retadora en el momento de la cruza. Tuvo un presentimiento y fue temprano  al corral. Sólo estaba el fiel Axto,  que traía en ese instante una vaca en celo para ofrecerla  al semental y enmudeció cuando se repitió la escena del sueño.  En el momento del ayuntamiento la cabeza del toro volteó hacia ella. Después de la cruza, la Reina  dio la orden de que  se  abriese el corral, el vaquero dudo, pero la orden se  desprendía  de  su mirada.   Ella se acercó y él bajó la testa y pudo acariciarlo de la osamenta, después su cara y luego el lomo duro, como forjado en piedra. Aún sentía la agitación sexual del vacuno y sus manos sudaron; y súbitamente tuvo deseos de escapar, pero no lo hizo y siguió acariciando el pelo húmedo del miura.  Por la noche  sedujo a Minos y permaneció dormitando  hasta el medio día que se levantó de un excelente humor.
 
 Llegó una tarde al taller del maestro. De él se decía que había fabricado  al hombre de bronce y de mil cosas más. Le habló en voz baja, él la escuchó y sin proferir ningún juicio  movió la cabeza de arriba hacia abajo y ella se retiró  con los ojos  mirando el suelo. Un mes después Dédalo  le enseñó el encargo: ¡Era perfecta! Ese día el Rey saldría de la ciudad. En la noche, Pasifae entró desnuda al interior de la vaca fabricada por las manos artesanales de Dédalo.  El maestro la acercó al semental albino  y se retiró. Afuera  la luna llena caía retozando entre los pastos y el murmullo de los animales nocturnos  era interrumpido por algún relincho en la lejanía. Dentro, Pasifae  esperaba ansiosa la embestida del toro. Una hora antes  se había untado  aceites inodoros en todo el cuerpo. El fuerte olor de hembra  traspasaba muros y brincaba por los aires.  La imagen de ser poseída por un toro  leuco, forjado con espuma y nube, hacía que  su media luna se inundara  de  ardor y de humedad. Cuando sintió su presencia accionó la palanca y las ruedas se inutilizaron para dar paso a las anclas.  Exaltado puso las patas delanteras sobre el lomo de la vaca  mecánica, ésta  resistió la embestida y ella  percibió en las sienes un corazón explotando en ansiedad y deseo. Un embolo húmedo y ardiente  abrió su vagina y la empezó a llenar de carne y  semen hasta sentir que su receptáculo era una nave inundada.  Tuvo deseos de  gritar y decir miles de cosas que  llegaron del pensamiento,  pero sólo recuerda haber sido un pastizal seco consumido por el fuego.
 
 Nueve meses después nació el Minotauro, cuerpo de hombre y cabeza de miura y fue encerrado en una de las tantas habitaciones del palacio de Cnosos.  En alguna ocasión, Minos le increpó duramente  su relación con  el vacuno de nieve, Ella  contestó que Afrodita  la había hechizado a solicitud de Poseidon.
 - ¡Tú fuiste el culpable! Debiste sacrificar el toro que  llegó del mar. La venganza del dios es para ti. Yo soy inocente. Sólo fui una pieza sin voluntad.
 
 Después con dulzura  acarició la testa de Fero y se metió entre los pasillos y puertas del  palacio para dar  de comer al  Minotauro.
 
 Frente al  sol ardiente, cientos de trabajadores habían empezado a construir el Laberinto bajo la dirección del arquitecto Dédalo. Era tan confuso que  algunos de ellos se perdieron en él , aún sin haberlo terminado.
 
 
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