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El despertador sonó a la hora que tenía que sonar pero ya no era necesario. Frank se había despertado justo antes de que este sonara. Era capaz de hacerlo sin necesidad de escuchar su alarma pero por alguna extraña razón aún lo conservaba. Tal vez era porque en el fondo sentía cariño por ese objeto (si es que se le puede llamar así a lo que sentía). Lo mismo podía decirse de otros objetos más que el sabía que no necesitaba. Sin embargo hacía tiempo que no se detenía a pensar en ello. Solo se dedicaba a cumplir la misma rutina de todos los días: despertarse, prepararse e ir a cumplir con su trabajo. Total, era la función que la sociedad le había asignado y el cumplía su labor con notable eficiencia. ¿Familia? Bueno, su habitación estaba junto a otras en el mismo piso del edificio. No se relacionaba mucho con sus ocupantes pero después de seis años viviendo ahí era lo más cercano que tenía a una familia, aunque el mismo concepto le parecía extraño. Eran muchas cosas las que no entendía. Así como el hecho de haberse encendido un cigarro apenas salió a la calle. Era una costumbre adquirida sin darse cuenta. Ya ni siquiera recordaba la razón que lo llevó a fumar por primera vez pero tampoco le importaba y lo seguía haciendo. Cuando se trataba de él mismo no pensaba en el pasado, solo en el presente y futuro. El pasado estaba confinado exclusivamente a su trabajo y por una cuestión práctica prefería mantener las cosas así. De hecho, le gustaba que las cosas se mantuvieran tal como estaban. No es que le disgustaran los grandes cambios solo que simplemente no estaba acostumbrado a ellos. Siempre caminaba por la misma ruta, veía los mismos lugares y se cruzaba con las mismas personas. Nada le desagradaba porque todo era perfecto. La sociedad era perfecta. No, la sociedad ya es perfecta. El gobierno asumía todas sus responsabilidades y la población cumplía sus obligaciones. Nadie podría imaginar un mejor mundo en donde vivir. Pero dentro de esta aparente paraíso paso algo. Todos, Frank incluido, se jactaban de tener todo tipo de situaciones perfectamente controladas gracias a una lógica innegable, aunque hubo una persona, cuya sola presencia, hizo que este mundo de ensueño casi dejara de girar. Y esta presencia solo necesitó de una palabra para hacerse notar:

-¡Hola!

La primera reacción de Frank fue quedarse callado. No estaba acostumbrado a ser saludado de sorpresa en la calle pero aún estaba a tiempo de responder el saludo de manera espontánea, aunque sea fingida.

-¡Hola! ¿Nos conocemos?

-No creo, acabo de llegar hoy.

-Bueno, espero que no te sea difícil adaptarte pronto- respondió Frank dispuesto a retirarse pero algo lo detuvo. Si sus sentidos no lo engañaban, el hombre con el que estaba hablando estaba sentado en el suelo-. Disculpe la pregunta pero ¿qué hace sentado en el suelo?

-Prefiero estar sentado que parado. Y sobre todo con este calor.

Primero el saludo de un desconocido. Luego el mismo desconocido sentado en plena vía pública. Definitivamente era una mañana de sorpresas. Aunque estaba perdiendo tiempo en esa conversación Frank se permitió una pregunta más para satisfacer su curiosidad.

-¿Y usted a qué se dedica? Quiero decir, ¿qué función se le ha sido asignada que puede realizarla sentado en la calle?

-¿Yo? ¿Qué función tengo asignada? Pues nada mi amigo. No hago nada… pero no porque yo no quiera.

-¿No hace nada?- La sorpresa era grande pero el rostro de Frank no la manifestaba en absoluto-. Todos tenemos una función, una tarea que realizar. Así es como está establecido.

-Pues así parece… pero también parece que no me han dejado lugar en este orden establecido- respondió el desconocido de una manera tan calmada que Frank se sintió convencido. No había razón alguna para que alguien sintiera necesidad de mentir y el sistema podía darse el lujo de cometer un pequeño error como no asignar una labor a una persona. Gracias a su trabajo Frank había sabido de errores similares pero su probabilidad de ocurrencia era tan baja que nunca se le ocurrió que se cruzaría con uno en su vida.

-Eso no es problema- respondió Frank-. Solo tiene que reportarse a la oficina del gobierno más cercana y se le asignará un trabajo.

-Gracias- dijo el desconocido-. Ya había pensado en eso pero no quisiera ir… así no por lo menos- dijo mientras señalaba su ropa-. Es que siento vergüenza.

El rostro de Frank aún se mostraba inexpresivo pero la sorpresa seguía por dentro. Era verdad, cualquiera sentiría vergüenza de llevar aquellas ropas viejas y sucias. Cuando vio al desconocido como un conjunto se dio cuenta que su rostro iba acorde con su apariencia. Algunas arrugas de más, la barba crecida, el cabello despeinado. De ninguna forma podía compararse con Frank y su atuendo impecable, el cabello en su sitio y una ligera huella de barba recién afeitada en un rostro de piel tersa y lozana.

-Creo que debería regresar a su hogar y vestirse adecuadamente para que pueda oficializar su pedido señor- le aconsejó Frank al hombre.

-Estoy seguro que eso me ayudaría bastante con mi pedido pero no tengo un hogar al cual regresar.

-¿No tiene hogar?- respondió Frank. Si bien un error del gobierno era un buen tema de conversación con sus compañeros por un buen tiempo, dos ya le parecían demasiado para un solo día-. Todos tiene un hogar o acaso usted vive en plena calle –argumentó Frank sin darse cuenta de lo que decía.

De pronto, como sucede con un rompecabezas al que le das vueltas mucho tiempo, las piezas empezaron a encajar. Frank se sintió orgulloso de que el trabajo que realizaba le haya ayudado a llegar a esa conclusión pero también se sintió avergonzado de que le haya tomado tanto tiempo llegar a ella. Fue difícil recordar ese concepto, sobre todo cuando se suponía perdido en la historia. Su único consuelo fue pensar en que a cualquier otro le hubiese costado lo mismo asimilar tantas situaciones incongruentes a la vez.

-¿Es usted un mendigo?- preguntó Frank finalmente.

-Pues si, lo soy. Pero he de advertirle que no me agrada ser llamado así- respondió el desconocido con un ligero tono de fastidio en su voz.

-Lo siento, no fue mi intención ofenderlo pero el estar parado frente a alguien de su condición es, como decirlo, una experiencia completamente nueva para mí- en verdad para cualquiera pensó Frank.

-Bueno, si en serio quieres darte por disculpado puedes hacer algo por mí. ¿Tendrás algo de comer que puedas regalarme? Hace días que no pruebo bocado alguno.

-¿Algo de comer?- solo atinó a decir Frank, ahora si con un verdadero gesto de asombro en su rostro, un gesto muy notorio. Las cejas arqueadas, la boca abierta y el sonido de la calle que se iba apagando en su interior. Todas las incongruencias anteriores podía, difícilmente, interpretarlas como errores involuntarios del sistema pero no estaba preparado para esto. Desde el principio el sujeto le había parecido muy extraño. Por segunda vez, su trabajo le permitió llegar a la conclusión correcta pero algo en su interior le decía que eso era prácticamente imposible.

-Usted es un…- pero la última palabra no se oyó. Al mismo tiempo que su mano perdía el control sobre el cigarro que sostenía dejándolo caer sobre la vereda, sus labios solo fueron capaces de gesticular una palabra. Aún así fue más que suficiente para el extraño.

-Así es mi amigo, lo soy- dijo.

De pronto Frank se sintió como si todo empezara a dar vueltas a su alrededor. No quería creer lo que tenía en frente pero sus ojos no lo engañaban. Pensó que se trataba de una broma pero a veces a uno solo le basta intercambiar unas cuantas palabras con alguien para darse cuenta de lo que realmente es. No había lugar para bromas. La persona que tenía en frente tenía el poder de cambiar la sociedad tal como la conocía sin ayuda de nadie. A partir de ese momento Frank podía darse el lujo de decirle a cualquier otro en el mundo que él era el único robot que ha tenido contacto con un ser humano en muchos, quizás cientos de años.

Texto agregado el 03-08-2007, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
25-07-2008 < felizpe
03-08-2007 Es un relato fluìdo que se lee con placer. Muy bien! doctora
 
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