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Se despertó con la madrugada, cansado, a pesar de las 10 horas de sueño que había tenido. En un pueblo como el paraíso, empotrado en las sierras de Perú, ya todos habían despertado. Pero eso no le importaba ni a el. Y probablemente a nadie en todo el territorio flanqueado por los cerros del paraíso. La noche había sido pesada y triste. Y siempre había sido así, y así homero lo iba a recordar por el resto de sus días y sus noches. Caer varado en una tierra de nadie, de ganados, llamas, ovejas y guanacos. No era muy fácil de asimilar. Las praderas verdes, como en el cuadro de levita, pensó homero; las pocas casas formadas de adobe, pisado por cientos de pies campesinos. Los tejados, porque en el paraíso no hay techos plomos como en lima, pensaba homero, asidos con quincha en verano, en tiempo de sol, porque en tiempos de lluvia los tejados naranja indio son mucho mas fáciles de romperse y el dinero de la siembra no da para tanto, recordaba con las palabras del viejo. El viejo le había explicado eso y mas con un quechua y un castellano que homero comenzaba a entender. Nunca lo había comprendido, su torpeza léxica combinada con su pereza derrotaron los esfuerzos de la mamama greta. El viejo vivía en una de esas casas. Las casas se parecen demasiado como para aventurarse a tocar alguna sin temor de no ser sorprendido por uno de los perros que eran mucho más grandes que las ovejas pastando en la mañana. Homero quería regresar y pronto de donde salio. Aunque el mismo no sabia de donde salio. Tampoco en el momento de salida de los buses sabia a donde iba. No le importaba el destino. Solo quería escapar por un largo tiempo. Quizás el paraíso, un pueblo que con seguridad ya había desaparecido de los mapas municipales y de todos los mapas del Perú, era un buen lugar para refugiarse. No era mala la idea después de todo el viejo le había caído muy bien. Le había dado cobija en la casa del hijo que murió no hace mucho en una pelea. Homero no recordaba porqué se produjo la pelea del hijo muerto. No podía recordarlo. El viejo hablaba poco y mucho. Muchas veces nadie en la comunidad le entendía, y eso al viejo no le interesaba. La atención de tristes pelagatos no le interesaba. Eso había entendido homero. Y eso era lo único que le quedaba en esta ciudad perdida en los mapas de la nación perdida.

Texto agregado el 02-08-2007, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-08-2007 Como es que no sabe apreciar del paraiso que lo rodea y añora regresar al mundo al que esta acostumbrado, pero en el fondo sabe que ese es un refugio para el mundo al que esta acostumbrado. Mewpher
02-08-2007 Muy bueno. Sobre todo ese ambiente de desconcierto ante un lugar extraño y esa vaga nostalgia. Hay una historia de trasfondo, sin embargo, que no consigue verse: aquélla del hijo muerto del viejo. Esa parte, que le agrega un plus muy bueno a la historia, queda muy difuso. adso_demelk
 
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