El Príncipe de Snead
El príncipe Alexander se paseaba por los violáceos jardines del gigantesco reino de Snaid. Se había instalado en su semblante un gesto de tristeza, aunque un observador perspicaz hubiera podido descifrar que no solo era tristeza lo que agobiaba a nuestro principesco personaje sino que también se agazapaban el desconcierto, el desamor y quizás en igual medida la angustia. ¿Qué era lo que tena a mal traer a Alexander? ¿Sería quizás el hecho de ser príncipe de una democracia en decadencia? Dudamos que sea así ya que, aunque el reino de Snaid se elevaba sobre una montaña de irrealidad, y la gente comentaba no sin un gesto de celosía, que ése era un reino donde hasta lo más increíble tenia lugar, él se sentía a gusto vagando libremente por el incoherente e imaginario reinado. Era muy curioso su trabajo ya que tenía que cumplir responsabilidades como cualquier príncipe que se precie, pero irónicamente una corte de abogados se afanaban día a día de que los problemas no lleguen a sus manos. En el palacio de justicia junto al trono donde se encontraba el rey por supuesto descansaba el presidente de esta monarquía democrática y la lucha por el poder de ambos no hacía mas que causar molestias ya que pasaban más tiempo discutiendo asuntos políticos que solucionando los problemas de orden publico, limpieza y alumbrado que asolaban al pueblo. Pero dejemos esas nimiedades de lado y centrémonos en nuestro héroe, a quien tras alimentar a la mascota del amplio jardín, un curioso animal de 2 cabezas (una le crecía a modo de rabo) y finas patas de avestruz, se dejó caer en un banco cercano. De sus labios se desprendían sonoros suspiros y no necesitó más que estirar la mano para alcanzar las frutas color negro que un árbol amablemente le acercaba, (nunca estaba de mas la diplomacia botánica, no vaya a ser que un día el príncipe se levante cruzado y decida podar todos los árboles a la imagen y semejanza de peces, indignos descendientes marinos de los ilustres gigantes de la tierra). La imagen de la princesa del reino vecino se negaba a borrarse de su mente y le amenazaba con tatuarse para siempre en su memoria. Pero esto sería adelantarse a los hechos, vayamos por partes, así podrán comprender cuál es el motivo de desasosiego de Alexander.
Cuentan que en una de las tantas reuniones a las que el príncipe debía acudir, estaba ocupada por los más importantes representantes del reino vecino de Arisan. Lo que podría haber sido otra tarde aburrida tomó un cariz más que interesante cuando el príncipe descubrió la belleza de la princesa de ese reino llamada Lady G quien era secundada por su padre el rey (quien tenía completo poder sobre el reino, no había ninguna democracia amenazando o dividiendo responsabilidades y obligaciones). Al parecer afrodita hizo de las suyas y la química que había en el aire se volvió material y en forma de cartas que viajaban incansablemente desde un reino a otro. Ya desde esa reunión tanto el príncipe como la princesa aprovechaban cualquier motivo diplomático o laboral para seducirse por correo (que era lo permitido por la época). Al tiempo de que la correspondencia epistolar se tornaba exasperante en Alexander crecía el aprecio por Lady G. Alentado por su impaciencia (que no era buena consejera) le pidió una cita a la dama tan solo para poder conocerse mejor. Ella contesto inmediatamente que aceptaba gustosa el ofrecimiento y a partir de ese momento quedo asentado el horario y el lugar. El tiempo pasó casi desapercibido para nuestro príncipe y la tan mentada cita se hizo presente. No habían en el mundo dos personas que se llevaran mejor, cualquiera era motivo de risas para ellos y compartían muchas cosas en común, tantas que hasta les causaba miedo. La velada transcurrió en calma, con caminatas de anocheceres verdes, espumantes cervezas coloradas y
doradas notas musicales que inundaban la taberna que compartieron cuando el día insistía en fagocitarse la noche. Mas allá de algún error por alguna de las partes la cita llegó a su fin sin inconvenientes y cerraron la salida con un casto beso dado por la princesa en la puerta de su castillo. Al día siguiente el príncipe alentado por el positivo resultado de la noche anterior le envió un mensaje diciendo que la extrañaba. Esto podría ser el principio del final ya que, a pesar de haber sido bien recibido fue interpretado como un avance precipitado y terminó volviéndosele en contra, aunque pobre de él, fue el último en enterarse. Cuando esa misma noche le envió otro mensaje tan cariñoso como el primero el destino ya había jugado sus cartas y al día siguiente se enteró por una esquela cargada de dolor que la princesa no podía continuar con algo que, irónicamente, nunca había empezado. Lady G no entendía de razones y es por eso que el príncipe decidió llamarse a silencio y no respondió ni intentó defenderse de semejante injuria. A partir de ese momento en el reino de Snaid las cosas fantásticas empezaron a mermar y cada vez se hacía más difícil encontrar animales o colores fantásticos salidos de la febril imaginación de Sir Alexander. La democracia ganó poder y los pies del príncipe ganaron leguas recorridas. Los jardines eran su lugar preferido para ahogar su pena de no poder estar (por capricho del destino) con alguien que era para él, por lo menos eso era lo que creía, y ¿Quien puede contradecir a un príncipe enamorado? El tiempo quiso que Alexander dejara de imaginar elementos increíbles y los árboles diplomáticos, los jardines violetas y las mascotas de 2 cabezas poco a poco fueron desapareciendo, al igual que el príncipe de esta historia que existió tan solo por la esperanza de que ella reconozca su incoherencia, aunque como todo, hasta la esperanza se desvanece.
Cuenta la leyenda que aún queda una semilla plantada en un pequeño cuadrado color violeta en el medio del lozano pasto verde en un jardín tan grande que la vista no alcanza a abarcarlo y en un reino que ya ni el nombre se recuerda. Es ésa semilla todo lo que ha quedado de Alexander que espera que su amada recapacite y aparezca para regar con lagrimas de arrepentimiento la humilde parcela, para así renacer en sus brazos y esta vez sí vivir del amor y poder recrear Snead en todo su esplendor. Quizás hasta permitirse imaginar algunos dragones para que custodien al único y poderoso rey o al castillo que va a ser varias veces mas grande que el original. Ya saben que con el poder del amor todo es posible... ¿o no?
FIN
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