Sólo hay una cosa cierta acerca de las segundas oportunidades: Nunca sabes si llegarás a tener una. Y, para entonces, puede que sea demasiado tarde. Yo me casé muy joven. Estaba profundamente enamorada, y, por qué negarlo, me hacía mucha ilusión el día de mi boda, ser la protagonista. Cosas que con el tiempo se han demostrado vanas. Fui más protagonista cuando me divorcié. La boda terminaron organizándomela entre mi madre y mi suegra. Y cuando se terminó el decir si a todo, el divorcio. Lo organicé yo contra ambas. No dejaron de asediarme.
-Eso no se hace, una mujer debe aguantar- me decían las dos.
-No te divorcies, qué pensará la gente.-me decía mi madre.- Ni se te ocurra pensar en eso. No hagas caso de sus tonterías, y ya está. Ese es el truco de los matrimonios largos.
Por más que se lo explicaba nunca le entró en la cabeza, ella erre que erre. Puso más resistencia que Ramón, mi ex. ¡Qué cobarde! Cada vez que me acuerdo lo que me costó dar el paso, decirle: “Tenemos que hablar”. Y él se hizo la víctima al principio.
-Podemos volver a intentarlo.- Me dijo.- Dame otra oportunidad.
Luego me enteré de que el muy cabrón tenía otra: más joven, más alta, más todo, y sobre todo con más padre. Vamos, que dio un braguetazo. Me sentí tan tonta. Y mi familia presionándome:
-Tenías que haberle dado otra oportunidad. Las esposas permanecen, las amantes desaparecen.-Insistía mi madre.
-No era una amante, mamá. Es la hija de su jefe.
En su momento fui la vergüenza de la familia. Con el tiempo todo se ha normalizado, la vergüenza soportada mucho tiempo ya no se siente tan fuerte. Ayuda que la Puri se haya divorciado también. Ya no soy la única. Ahora se conforman con que no sea lesbiana. Yo les digo que me iría mejor en la vida si fuera lesbiana, un poco lo digo para molestarles, y otro poco porque creo que es verdad. Pero a mi me gustan los hombres. Son mi perdición. Mis padres aparentemente hacen oídos sordos a los comentarios que se escuchan por el barrio acerca de mis novios, entre comillas. Aunque se que no es así, que les continúa doliendo que no me acople al modelo tradicional y mantienen la esperanza de que vuelva a casarme. Mi madre cree que es por su culpa, que no me educó como Dios manda. Yo siempre se lo digo:
-Madre, me enseñaste perfectamente. Sé lavar, sé planchar, sé coser, sé bordar. Lo que no funciona es el modelo. Estos tiempos no son los tuyos. Las cosas cambian.
-Qué tonterías estás diciendo.-Contesta ella invariablemente- ¡Qué cambio ni qué niño muerto! Una mujer siempre será una mujer, ayer, hoy y mañana. Y sobre todo debe ser decente. -Mientras dice estas palabras siempre va subiendo el tono de voz, y se va poniendo más nerviosa.- ¡Qué te he hecho yo, Dios, para haber parido a esta pelandusca!-Clama al cielo, siempre. Aquí es cuando yo exploto. Cuando mi padre está presente todavía aprieto la mandíbula fuerte y me muerdo la lengua, algún día voy a envenenarme; pero cuando estamos las dos solas no me freno y suelto por mi boquita los motivos.
-¡Decencia! ¡Qué es esa decencia que te obliga a ir por la vida con unos cuernos más grandes que las puertas! Madre, todo el mundo lo sabía.
-Pues te hubieras aguantado, como hemos hecho todas. ¿Acaso vivías mal? ¿No te daba lo que necesitabas?
-No, no y no, madre. Precisamente, sólo me daba disgustos y desprecios.
-Una mujer debe aguantarlo todo de su marido.
-¿Por qué? ¿Acaso no somos nadie sin marido? Eso no es cierto.
En este punto de la conversación, siempre igual, con pequeñas variaciones, ya estamos las dos gritando, y alguna de las dos sale de la habitación dando un portazo. Me resulta increíble que después de tanto tiempo sigamos teniendo la misma conversación.
Un día me cansé y huí lejos de mi familia. Rehice mi vida en Barcelona, al lado del mar. Siempre quise vivir cerca del mar. Encontré un trabajo, una casa, algunos amigos. Me fue bien durante un par de años. Estaba bien, lejos. Hablaba con mi familia de vez en cuando por teléfono.
-Hola mamá. Feliz cumpleaños.
-Gracias hija. ¿Cuándo vuelves?
-Pronto.
Cuando parecía que había tomado las riendas de mi vida, mi hermano murió en un accidente de tráfico. Fue una gran tragedia. Siempre fue un niño muy deseado. Niño tardío y único varón. El destinado a perpetuar el apellido. La alegría de la familia y un apoyo incondicional. El accidente sucedió cuando volvía de un fin de semana en Barcelona, en mi casa. Mi madre no lo pudo soportar y le dio un telele. Menudo susto nos dio. Fue duro pasar el duelo por mi hermano. A veces me siento culpable. Si no hubiera venido a verme ese fin de semana… si yo no hubiera insistido…
He vuelto para cuidarles, ninguno está ya para apañarse realmente solos. Pero ni por asomo volveré a vivir con ellos. Soportar sus recriminaciones todo el día, no, es superior a mis fuerzas.
-Si estuvieras casada tendríamos nietos.-Me dice mi madre.
-No me hace falta estar casada para darte nietos.-Le respondo yo.
-No me digas esas cosas, hija. Tener hijos fuera del matrimonio es de pelanduscas.
-Si por lo menos mi hijo estuviera vivo, nos daría nietos.
-Madre, no. Basta con Paco, ya ni nietos ni nada.
Y después nos ponemos a llorar las dos. Por Paco y por nosotras.
Dentro de lo malo no estoy mal. Follo de vez en cuando con alguno de esos novios, entre comillas, pero ya no me implico. El amor, lo he descartado, porque es una mierda. Poco he sufrido y sufro yo por amor. Porque a mis padres les quiero, bendita sea mi madre, a la que adoro, pero de ellos no me puedo divorciar. Además tiene esa maldita manía de volver a lo de la pelandusca, y duele, vaya que si duele. Últimamente parece que se ha tranquilizado un poco, desde el divorcio de la Puri.
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