Desde el verano quería conocerle, pero no había surgido ningún momento propicio. Teníamos conocidos comunes y algunas veces habíamos coincidido en los mismos lugares saludando a los mismos amigos, aun así no habíamos cruzado ni una palabra, nada, a no ser una mirada. Y cuando le vi ese fin de semana pensé “Quiero conocerlo”. Miré a mi alrededor pero no vi a nadie que nos pudiera presentar, ya estaba terminando la copa que sostenía en la mano, pagaría, saldría por la puerta y pasarían unas cuantas semanas hasta que lo volviera a ver. Solté mi chaqueta en un taburete y me dirigí a él sin pensarlo demasiado.

- Hola.
- ¿Es a mí? –me pregunto volviéndose en un giro rápido-.
- Sí, estaba esperando algún momento para hablar contigo –y según decía esto iba acercándome más a él, hasta quedar justo a su lado, le miré intentado ganar tiempo y encontrar las palabras que pudieran explicar lo que quería decirle, aunque ni yo misma sabía demasiado bien lo que quería-. Hay cosas que si uno no las hace puede arrepentirse.... –la voz empezó a temblarme y no podía continuar la frase-.
- ... toda la vida, no? –terminó lo que yo intentaba decirle mientras se le iluminaba la cara con una enorme sonrisa-.
- Sí –no se me ocurrió otra respuesta-. Es que tenemos amigos comunes pero nunca ha surgido la ocasión de hablar.
- ¿Nunca hemos hablado? –me preguntó con sorpresa-. Pero me suena mucho tu cara, nos hemos visto antes seguro. ¿No nos conocemos?
- No y quiero conocerte.

No pude pronunciar nada más, el temblor del principio había desaparecido y el tono de mi voz bajaba según continuábamos hablando. Él volvió a sonreír complacido, se pasó la mano por el pelo, un pelo negro lleno de rizos, se apoyó en la pared como dando tiempo al tiempo y se presentó diciendo su nombre. Yo le dije el mío y a continuación me besó en ambas mejillas. Al acercarme a él para besarlo aprecié su piel con una barba incipiente, unos labios suaves y un perfume leve, eso produjo que un alboroto de mariposas revolotearan en mi estomago.

Después continuamos una charla sobre los amigos comunes que teníamos y sobre las próximas veces que nos veríamos. Hacía mucho tiempo que no hablaba con alguien que prestara tanta atención, que escuchara interesado, que me mirara fijamente, tan fijamente que en algunos momentos creía que me metía dentro de sus ojos, atravesando el iris y llegando hasta su alma. No sé cuanto tiempo continuamos así, pero hubo un momento en que me di cuenta de que no hablábamos, solo nos mirábamos y yo lo hacía de la misma forma que él. Tras este silencio él volvió junto a sus amigos que casi se marchaban. Yo giré, respiré hondo y regresé con los conocidos que había llegado.

Unos minutos después él salió y al pasar por mi lado puso su mano sobre mi brazo, lo apretó ligeramente y volviendo a sonreír me dijo: “Nos vemos”. Yo quería decirle: “Quiero conocerte”, pero fui incapaz de pronunciar esas dos palabras. Y eso es lo que más deseaba, conocerle, saber que andaba por su mente, por su alma, con que soñaba y que le hacia reír, que deseaba y que...

Cincuenta años más tarde le susurré al oído “Quiero conocerte”. Había pasado casi toda mi vida junto a él, aun así quería seguir conociéndolo, meterme en su interior cuando me miraba de forma intensa, ser su continuidad.