Un hombre, que pasea por la calle, se detiene de pronto y lanza amenazas a alguien que nadie puede ver. Todos le miran, pero él no se inmuta ni se amilana. Profiere insultos bastante graves, a viva voz, hasta que se da por satisfecho. Sin embargo, nadie osa enfrentarlo o detenerlo en ningún momento. Le temen. Se alejan de él lo más posible. Le temen como temen a todo lo que no tienen por normal. El hombre, que prosigue su camino con dirección desconocida, tenso todavía por el mal momento que acaba de vivir, se topa con alguien a quien cree reconocer, súbitamente, de algún momento que le es imposible determinar. A éste le habla de visiones extrañas: olores que le lanzan por la calle sus enemigos; aves que hablan de suicidio en sus gorjeos y de la posibilidad de volar entre píos y cacareos; le habla, también, de estados telepáticos prolongados que nadie más que él puede percibir y conectar, a lo que el otro, que no entiende nada de estas alucinaciones, y ríe, divertido por las cosas que éste dice, le incita a continuar hasta que, finalmente, se aburre y lo deja hablando solo en plena calle, con una multitud que lo rodea sin acercarse, divertida, cual espectáculo de comedia callejera.
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