OGRO AZUL
Eusiquio, es de esos hombres afables, de ancha sonrisa y que te cautiva al primer instante. Buen conversador, es difícil que no aborde con información puntual y multitud de datos y referencias, cualquier tema de conversación.
Es reticente a hablar de su pasado, de su niñez, de sus primeros pasos, pero cuando has ganado su confianza, te cuenta con el orgullo de quién ha sido capaz de una gran hazaña, -como coronar el Everest o ser bicampeón de Formula 1-, que sus actuales capacidades en distinguir y aplicar respuestas sin error a través del olfato, del oído, del gusto, del tacto y de la memoria, son solo producto de años de oscuridad y un afán en situarse a la misma altura que sus hermanos y compañeros de colegio.
Tiene una especial capacidad para relacionar situaciones actuales con recuerdos, donde el descubrimiento de cada sensación nueva, seguramente tuvieron un aprendizaje muy duro y asimilado en la más absoluta soledad de su ignorada existencia.
No con una falsa modestia, cuando se le pregunta por esa extraordinaria agudeza a la hora de “conocer” con tanta facilidad identidades tan dispares, como saludar a cada alumno al entrar en clase, incluso antes de saludar ni pronunciar palabra alguna; nombre de solistas, director y fechas de conciertos a los que asistió hace años; aromas y variedades de uva al probar algunos vinos; identificar en un lugar tan transitado como el Paseo del Muro en la playa de Gijón en pleno verano, a un antiguo alumno y solo al oír un escueto “hasta luego”, que ni siquiera iba dirigido a él y así, cualquier posibilidad que uno pueda imaginarse, dice que “lo que Dios y la ciencia, no supieron darle, le compensaron repartiendo con mayor abundancia en sus dedos, su olfato, su oído, sus papilas gustativas y la epidermis que cubre todo su cuerpo”, aunque también echa de menos, que le dieran “tan poco sentido común”.
Camina con cierta dificultad y quizá por eso y también, porque si acude a disfrutar de un refrigerio a cualquier cafetería, enseguida se ve abordado por amigos y aduladores, que trata de evitar y para que no se le vaya el tiempo, suele tomar el tentempié de las once, en el área de su propio trabajo.
Desconfiado por necesidad y también por su propia naturaleza, transmite justo la imagen contraria, aunque si lo observas con detenimiento, hay un cariz de resentimiento que consigue ahogar entre sus propias ocurrencias.
Es ameno, ágil y ocurrente y únicamente tiene un vicio social, por otra parte muy común en Asturias, que habla con un tono alto en exceso y su presencia, enseguida se hace notar en cualquier lugar donde se encuentre.
Tiene costumbres poco mediterráneas, pues su desayuno se compone de un mini sándwich vegetal que trae de casa, y una taza de té especial de Ceylan, preparado por él mismo y al que aplica unas gotas de limón, que corta en dos mitades con un afilado cuchillo de las dimensiones de un jamonero, añade dos terrones de azúcar y una vez mezclado el té, el azúcar y el limón, enfría con unas gotas de leche que ni cambia el color, ni apaga su humeante fragancia oriental.
Suele poner cara de ogro, incluso imitando con algún gruñido, si algún alumno no hace preguntas en clase y al entregar los ejercicios de escritura con punzón, no tiene correctas las respuestas del formulario para, inmediatamente, dedicar el tiempo necesario hasta resolver los fallos y al mismo tiempo, amenazando con un seguro suspenso a final de curso.
Esa pose autoritaria, dura menos que una vuelta de Fernando Alonso en cualquier circuito de sus competiciones y por esa coincidencia, le apodamos con el sobrenombre de Ogro Azul, aunque creo que nunca se sintió aludido ni consciente del motivo de nuestras risas y comentarios.
Sus percepciones lo hacen un ser extraordinario por su simpatía, conocimientos y alegría de vivir y esa manía de no apear sus gafas oscuras, incluso de noche y en locales a media luz, se podría pensar que es más una intención de iluminar a sus amigos y contertulios con los brillos y reflejos que sus lentes toman de los focos y la iluminación del entorno, para crear un entrañable ambiente de tertulia y amistad, que para ocultar la causa de sus inseguridades.
Eusiquio, es un docente culto, entrañable y muy sensible, que ama la poesía, la música y el arte de la escultura a la que llega a través de las manos, las mismas que utiliza para leer y también, un eficiente maestro en el difícil arte de enseñar a quienes no pueden ver con los ojos, como él mismo.
Cuenta que sus ojos, dormidos, están inmersos en un hermoso mundo multicolor lleno de fragancias, sonidos, caricias y sabores, aunque algunas veces, también se ve amenazado por sensaciones de pánico, que asocia como una gran tormenta de rayos y tempestades y tan hostil y tenebrosa que “se ve” impotente a plantarle cara.
Entre él y su mujer, también ciega, han construido un hogar dichoso y del que se felicitan porque sus hijos, tienen todo lo que ellos tienen, además de ojos que ven, y que son de gran utilidad en casa, para recoger los juguetes que se deja el perro-guía tirados por todas partes en las horas de descanso.
También comenta, entre grandes risotadas, que desde que nacieron sus hijos, gastan una fortuna en electricidad.
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