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No subía a la azotea desde hacía tiempo, me resultaba muy extraño volver a pasar por aquellas escaleras. Nada había cambiado y el color óxido de aquel lugar era como el de las hojas de los árboles en otoño.
Me abroché la cazadora y saqué un cigarro del bolsillo. Lo encendí y cerré los ojos al tiempo que dejaba la mente en blanco igual que la primera calada de aquel pitillo. El ruido de los últimos coches, la ciudad preparándose para dormir y estrellas artificiales en las fachadas de las casas, me servían para camuflarme y organizar, de nuevo, mi vida.
Enfrente, el mundo seguía su rutina y a nadie le importaba que me quedara despierto con los ojos desenfocados. Nadie se iba a fijar en mi.
Tarareé la misma canción de siempre, hasta que sin darme cuenta, me vi cantándola con todas mis fuerzas. Era como si la hubieran escrito a propósito y la hice mía. Después, volví a guardar silencio y escuché mi corazón latir. Hablar, diría. Le dí un abrazo y sonreímos. "Mañana estará nublado", dije y él me pidió que nos fuéramos a dormir.
Seguimos abrazados y prometimos no separarnos nunca el uno del otro, pasara lo que pasará, lloviera lo que lloviera... Y lo cumplimos. |
Texto agregado el 01-08-2007, y leído por 223
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