Es, entre muchas definiciones, todas muy correctas por cierto, la herencia de Cristo. Su legado. Su único mandamiento. Se podría decir que su enseñanza y su ley. Amar. Amar la esencia divina que existe en el interior de cada ser, en sus diferentes etapas evolutivas. Amar incondicionalmente a otro ser humano, no por sus atributos aparentes, sino intuyendo su espíritu.
El amor universal podría ser definido como un profundo respeto hacia nuestros semejantes, lo que nos llevaría a elevar a las demás personas a nuestro mismo nivel, para así llegar a amarlas como a nosotros mismos. Nada fácil la cosa. Suena fácil, pero no lo es. El truco es mirar mas allá de la materia, tratando de entrever la mínima chispa espiritual, tratando de desenredar las tramas kármicas, tratando de no personalizar ni siquiera las ofensas y malos tratos. Difícil, ¿no? Pero no imposible si pensamos en que tenemos varias encarnaciones para el logro de ese objetivo.
Y además de su universalidad, el amor se clasifica dependiendo de necesidad que cubre este sentimiento en un determinado momento. Lo hay filial, paternal, fraternal, pero de todos, el más digno de admiración es el amor romántico; ya que este no necesita lazos sanguíneos para su manifestación. A veces podría derivarse del amor fraterno que se desvirtualiza. De todos los tipos de amor es el más cambiante; al pasar por distintas etapas va adquiriendo más y más atributos o va perdiendo intensidad.
El amor romántico es inspirador de grandes obras y grandes crímenes, mueve niveles económicos insospechados, tiene la fuerza para construir y destruir destinos. Una de las cualidades más obvias de ese sentimiento es la transformación de su huésped en una mejor persona. El que ama a alguien románticamente, aumenta su nivel de amor universal comportándose más cristianamente. ¿Pero que pasa a ese mismo individuo si el blanco de su amor no le corresponde en la mismas intensidad o no lo hace en lo absoluto? Las posibilidades serían infinitas. Podría cambiar su comportamiento de tal forma que donde hubo luz, solo habrá oscuridad. Dejar que salgan al aire todos sus sentimientos más oscuros, alimentarlos, y, dependiendo del grado de evolución de esa persona, podría llegar hasta extremos criminales. Otra posibilidad sería la transformación de esa persona en alguien lleno de melancolía, pesimismo, con una carga de inconformidad que arrastraría duramente. O podría transformarse en un ser incrédulo, desconfiado y hasta maltratador. Todo eso nos deja ver, que para que el amor sea beneficioso, no solo para el que lo siente, sino a toda la sociedad, necesita un grado de retribución.
Pero hay que ser optimistas siempre.
Hay que lanzarse al vacío de los sentimientos románticos con el corazón lleno de esperanzas en que no nos estrellaremos al finalizarlo, sino que llegaremos a tierra como las hojas de otoño, con suavidad y gracia. Hay que amanecer con la alegría de sabernos enamorados y vivir los minutos de cada día con la excitación del pronto encuentro. Hay que llorar las penas de la persona amada y reír su risa y respetar su lejanía. Hay que dejarse llevar por la corriente del sentir, pero solo después de saber que ese río no termina en cascada. Hay que cerrar los ojos y percibir con los demás sentidos, los beneficios del amor en nuestro ser, analizando y agradeciendo la oportunidad que se nos ha brindado de poder entregar amor y entregarnos a nosotros mismos, lo que seria el regalo amoroso más apreciado.
También hay que saber recibir amor. Cosa no tan sencilla como parece ya que implica en acostumbrarse al intercambio sin rivalidades, restando importancia a la apariencia del tamaño de las demostraciones. Recibir sin comparar con lo entregado. Se trata de saber relajarse y solo dejar estar. Implica aceptación, respeto, solidaridad y colocarse en el lugar del ser que te ama. Permitir a esa persona ser ella misma, sin exigirle posturas, conductas ni cambios en su forma intrínseca de ser. Aceptar. Amar su forma de amar.
En definitiva, hasta la sociedad necesita que amemos, para que nos involucremos en el sueño colectivo, participando y contribuyendo con nuestra energía, buena voluntad y trabajo desinteresado, con nuestro optimismo, ya que el que ama tiene fe en que lo bueno está a punto de suceder.
Y siempre, siempre y siempre, hay que recordar las palabras del poeta Vinícius de Moraes:
“… que no sea inmortal, ya que es llama, pero que sea infinito mientras dure.”
Solo me resta desearte un buen amor.