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Inicio / Cuenteros Locales / electrocity / 6.- Intervención Divina

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“¿Le mato o no le mato?” pensaba yo mientras me dirigía siguiendo el camino que me había dicho el barman aquel.
La verdad era que una dosis de Felicidad solo me calmaría temporalmente. Yo quería acabar con todo eso. Sí, eso.
Y es que mis pies caminaban por sí solos, dirigiéndose a la dirección que había memorizado. Si es que en el fondo deseaba fervientemente volarle los sesos al perro de mi jefe.
Tras cavilar todo ese rato llegué a la tienda de armas; un local viejo y asqueroso pude percibir antes de entrar. Caí en la duda y eso me retuvo varios minutos antes de decidirme a abrir la puerta. No me lo creía, estaba dentro, iba a comprar la llave de mi libertad. El encargado, más allá de lo que hubiese creído, era incluso más repulsivo que el tipo del bar: una especie de híbrido entre rata y humano. No es que tuviese ningún tipo de operación estética de esas, no; no le hacía falta. Su larga nariz me apuntaba ofensivamente por encima de la gran sonrisa que parecía estar calculando como estafarme. Me daba cierto asco el hecho de que esos ojos diminutos y malintencionados se clavarán sin miramientos en mi persona.
Ciertamente me sentía algo sucio, envuelto en todo ese ambiente decadente. Nunca antes había bajado a los suburbios y, para una vez que iba, ya tenía intenciones de matar a alguien. Un lugar bastante depravado, sin lugar a dudas.

- ¡Eh! Tú ¿Querías algo o vas a dedicarte a babear mucho rato más?
- Eh, sí… Buscaba, bueno, un arma.
- ¿Enserio? Pensé que habías venido aquí a comprar unas hamburguesas y alguna revista.
- Bueno… Quería eso, un revólver.
- Sí, sí; lo entendí a la primera ¿Te ves capaz de darme algún detalle de lo que quieres?
- Algo pequeño, discreto… y barato.
- Oh, que preciso eres, chico. A ver si esto te sirve…-masculló mientras se giraba para buscar entre las estanterías. Finalmente depositó un revólver sobre la mesa- discreto, algo antiguo pero es lo que hay si no quieres apretar mucho el bolsillo. Además te doy una caja de balas.
Sostuve la pistola durante unos instantes. Pesaba más de lo que creía. Era raro, era como si estuviese sosteniendo la prueba de la inminente muerte de mi jefe. Es curioso como una vida puede acabar gracias a una bala y algo de voluntad.

-Y bien ¿Me pagas o sigues babeándola?
-Eh… Sí, ten. Muchas gracias.
-Lo que sea. Si no piensas comprar nada más sal de mi tienda.

Ya fuera cargué el revólver. Las dudas no tardaron en recaer en mí ¿Qué consecuencias comportaría el asesinato? La verdad es que soy una persona débil. En el bar me había dado un ataque de decisión y me había encaminado a la tienda, donde mis piernas comenzaron a temblar por el peso del revólver. Ya con las balas sentía que no podría aguantar mucho más tiempo teniéndolo en las manos. Era mucha presión, mucha responsabilidad. Si de por sí es toda una responsabilidad vivir una vida, mucha mayor es la responsabilidad y decisión que conlleva quitar una vida. Y aún más si es ajena. Sentía como el sudor iba raspándome la espalda. Sabía que no podría salirme con la mía. Jamás los planes salen como uno espera; eso es algo que cualquier caricatura te enseña. Ahí estaba yo, un joven que se creía capaz de dar un gran paso en su vida. Matar a sus problemas… ¡Qué iluso! Pero era ahí donde el deseo y la razón entraban en duelo. Deseaba matarle, pero nada podría salir bien ¿Cuánto se hundiría mi vida? ¿Valía la pena deshacerse de toda la ira que llevaba encima a cambio del castigo que tendría? Son estos momentos en los que deseo fuertemente ser una persona fuerte y decidida. Pero no es el caso.
¿Qué pasaría?
¿Qué pasaría?
¿Qué pasaría?
¿Qué pasaría?
¿Qué pasaría?

Fue entonces cuando pasó. Al final de la calle apareció alguien corriendo. No, más bien era “algo”. Tenía forma de humano, pero su piel era totalmente blanca. Pensé que se debía a mi mala vista el no divisar una nariz, una boca u orejas en su cara; pero al acercarse más vi que no, que realmente no tenía. Sus ojos eran completamente blancos. Era… no sé… demasiado blanco. Y poco después apareció detrás un policía en aeromotocicleta. El homre… la cosa sin duda estaba huyendo. Se acercaba y me paralicé, tenía miedo. Al verme la cosa blanca se acercó a mí; me entró el pánico. Me quitó el revólver de las manos y me empujó tirándome al suelo. Entonces se giró y con una precisión deslumbrante derribó a su perseguidor con dos disparos. La aeromotocicleta estalló contra una pared y el hombre quedó tirado en el suelo. Entonces aquello blanco se acercó al cuerpo y descargó su tercera y última bala. Yo no podía digerir lo que observaba. Ni siquiera me había levantado. Fue entonces cuando la cosa esa se me acercó y me ayudó a ponerme de pie. Me dio el revolver y me limpió un poco el traje. No le culpé por pedirme perdón porque no tenía boca, pero ese “perdón” se percibía en sus actos.
¿Qué era exactamente? No tenía ni idea. Pero algo había cambiado en mí. Al ver con que facilidad había asesinado al policía sentí fuerza en mí. Matar no era complicado. Matar no era difícil. Unos viven, otros mueren, cosas de la vida. Mentiría si dijese que la fugaz aparición de aquel ser blanco no tenía importancia. Había descompensado mi balanza interior haciendo que por fin tuviese las ideas claras. Al devolverme el arma ésta ya no pesaba tanto. Sólo era una herramienta metálica cuya función era descargar mi ira en forma de balas. Si deseaba matar a mi jefe, la pistola lo único que haría sería materializar mis deseos y decisiones. Incluso sentía que yo mismo pesaba menos.
Y todo gracias a él;o eso.
Pero necesitaba un nombre. Un nombre da fuerza, un nombre da forma, un nombre da poder. Necesitaba darle un nombre para poder recordarle, para poder saber que era real, que no era un simple sueño.
Entonces uno de los mendigos que estaba en esa zona de los suburbios y lo había presenciado todo soltó las palabras mágicas que me llenaron del todo:

-Jajaja ¿Qué ha pasado White Kid? ¿Problemas con la justicia? ¿Dónde están los otros cuatro?

La cosa blanca puso las manos de tal manera que los dos dedujimos que no sabía el paradero de aquellos otros cuatro. Luego se alejó por una calle y desapareció.
Pero todo había cobrado fuerza, forma y poder.
White Kid. Ese era el nombre de mi salvador.

Texto agregado el 28-07-2007, y leído por 125 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-08-2007 Creo que éste es uno de los capítulos mejor logrados de "Electrocity" que he leído. Me gusta ese momento en que coinciden White Kid y el personaje que quiere matar a su perro (a quien tenías olvidado). Algunos detalles: la conversación con el vendedor de armas es muy efectista, estilo Hollywood. No me la creo. Y cuando anuncias la frase con la que el empleado conocerá el nombre de su iluminador, abres una expectativa que la frase, por sí misma, no alcanza a cumplir: lo que dice el mendigo es demasiado ordinario para la expectativa que abriste. adso_demelk
12-08-2007 Interesante debate entre la moral del personaje... Muy bien descrito. Miss_Vane
09-08-2007 Además de la trama, realmente imaginativa, hay un manejo adecuado e intimista de las emociones. Sentimientos que se mueven desde una plataforma de meditada y pausada elucubración. Me gustó. 5* theotocopulos
 
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