Incompleto

Un chico caminaba por la acera, de madrugada, con la mirada perdida; intentando no mirar hacia el pasado, olvidarse del presente, y no pensar en nada.
Saltando las piedras halladas en el camino como si cada una de ellas escondiera un secreto inconfesable, pensando que incluso ellas podrían ocultar secretos tan sumamente profundos como los que él deseaba olvidar.
Su extravagante vestimenta creaba a su alrededor un aura claramente oscura que su rostro de piel pálida y rasgos suaves decía no tener. Tras un largo flequillo de negra y lisa cabellera se ocultaban sus ojos azules, siempre mirando al vacío, los cuales reflejaban sus dieciséis años de altos e incómodos precipicios.
Se detenía a cada instante, fijándose en las hojas muertas que yacían sobre el agrietado pavimento. Miraba con detenimiento, con asombro, alucinado por cada leve movimiento, cada pequeño detalle que le hacía tornar a sus tristes pensamientos.
Se detuvo para rastrear con la mirada el cuerpo de un ágil gato que saltaba de tejado en tejado; pero siguió andando lenta y pesadamente, a sabiendas de que nunca llegaría a tener el poder de ser tan libre como aquel animal.
Tenía la mente plagada de dolorosa sabiduría. Sabía lo que era la soledad: un vacío, que te mata día a día, el cual te invade de tristeza y de agonía. Sabía lo que era el verdadero dolor, el dolor de perder a alguien amado, el dolor que provoca sentirse culpable; el dolor de sentirse necesitado y no tener a nadie al que sujetarse para no caer, para no perderse.
Harto de tal sueño de la muerte como es la vida, aquél chico, de cuyo nombre no sé si querer acordarme y cuya expresión mostraba su gran desprecio a la vida; intentaba hacer callar la voz que de su interior quería escapar, intentaba ahogar los gritos de los cuales no se conseguía librar.
Ese oscuro adolescente había conquistado ya varios tristes corazones, de reyes y reinas que eran sólo inútiles peones. Inútiles porque él no necesitaba amor, porque a él ya no le bastaba poseer un corazón. En realidad nunca llegó a necesitar esas palabras bonitas, esos poemas en notitas, esas miradas a escondidas de jóvenes incautos que veían la bondad azulada en sus ojos.
El propósito de este joven rompecorazones nunca fue serlo, pues él trataba de ser antisocial, alejarse de la gente, de la sociedad. Le habían hecho suficiente daño ya.
Caminando y recapacitando se percató de que el vacío, triste y minúsculo sentido que su vida poseía, se había desvanecido. Deprimido y tratando de convencerse de que era la única opción viable, decidió suicidarse.
Al fin, y tras largos minutos buscando en su mente otra manera de ser feliz, llegó al puente del cual pensaba saltar. Saltar y caer al vacío. Saltar y no sentir nada. Saltar y sentirlo todo. Se subió al muro, único testigo del fin de una vida que nunca llegó a ser vida, único testigo del fin de una vida que ni tan siquiera aspiraba a ser vida.
Puso los brazos en cruz. El viento rozaba su piel cubierta por oscuros ropajes y le hacía sentir vivo por primera vez.. Por última vez. Cerró los ojos, conseguía sentir sus pestañas mojadas en lágrimas.
Cruzó involuntariamente los dedos y, con un pequeño impulso de sus descalzos pies, comenzó a sentir el vacío recorriendo su esbelto cuerpo. La caída parecía eterna, la velocidad iba aumentando en ese descenso inclinado y vertiginoso. Cuando por fin el río parecía acercarse a él, despertó.
Todo había sido un sueño. No sabía si pensar que así era mejor. ¡No! Era imposible. Echaba de menos aquel frío helor recorriendo su cuerpo, echaba de menos tener el corazón acelerado, anhelaba la desesperación que sentía al no llegar al agua congelada que en el río habitaba. Tenía que hacerlo, lo había descubierto, ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Tenía que hacerlo para sentirse completo..
Breves e interminables instantes después, caminaba por la acera, de madrugada, con la mirada perdida; intentando no mirar hacia el pasado, olvidarse del presente, y no pensar en nada...

Fin