Éramos nosotros mismos alojados en otros cuerpos. Desde arriba, una áurea blanquecina se mezclaba con esas cabelleras dándole un aspecto indescriptible. Detenidos en el tiempo estaban siempre un paso más atrás, como espectros regresados de la historia. Y eran nuestras indiscutibles almas las que atinadamente o no, ejercían esos derechos divinos. Nada pudimos hacer a cambio de esta cárcel destinada a observar desde la altura, mientras nuestras vidas eran manejadas a imagen y semejanza de quien sabe que otro Dios sobre la tierra...