Alberto entra, paso cansado y cara larga, en uno de esos bares de los suburbios a los que, en otras circunstancias, nunca iría.
Se dirige directo a la barra donde está el barman, un hombre gordo y algo grasoso que sin embargo parece no ser especialmente idiota; lleva un parche en el ojo y a veces deja de limpiar vasos para hacer una pequeña incursión en sus orejas y quitarse algo de cera.
Alberto quiere un buen trago y alguien que le escuche.
- Buenas vaquero ¿Qué te pongo?
- Dame lo más fuerte que tengas.
- Marchando -el barman comienza a preparar la bebida y se gira para darle charla al deprimido cliente- ¿Pasa algo?
- Sí, mi jefe es un perro
- ¿Y qué jefe no lo es?
- No, no. -dice antes de beber una buena porción de su jarra- Lo digo literalmente.
- Ah vale, pasa que por aquí abajo no hay muchos chuchos de esos. Aquí sólo ladran y mean en los árboles.
- Ojalá todos fueran así.
- No sé que decirte vaquero, jamás he visto uno de esos perros inteligentes
- Mejor para ti. Son una maldición ¿A quien se le ocurriría investigar la evolución del perro? ¿Acaso sabes como funcionó toda esa movida?
- Para nada ¿Tú sí? -mientras habla el barman sigue limpiando vasos y jarras.
- Claro. Los científicos trabajaron con todo tipo de animales hasta conseguir elevar la inteligencia de ciertas razas. Creo que lo consiguieron con los perros, los manatíes, los colibríes y algunos más. Los colibríes acabaron siendo unos yonkis perdidos, los manatíes unos sedentarios que beben algo de cerveza, comen un poco de pescado y se pasan el día tirados donde sea. Pero los perros no, esos llegaron a ser seres jodidamente inteligentes y capaces. Por eso no hay perros de esos por aquí, cuando un perro se hace más listo pasa rápidamente a la elite social. Claro, les dieron los mismos derechos que a los seres humanos, pero la verdad es que no es lo mismo, te lo digo yo que estoy bajo las órdenes directas de un chucho.
- Si tú lo dices, debe ser así.
- Sí que lo es. Llegar cada día a las siete ahí para ir preparándole el desayuno y un baño caliente con burbujas. El perro, que es un perro salchicha, se despierta y me saluda con un escueto ladrido antes de tomarse el desayuno y el baño. Luego empieza la jornada y yo he de hacer todo menos tomar decisiones porque, claro, él no tiene pulgares. “alcánzame ese papel”, “no, escribe esto, esto y esto”, “acuérdate de comprar más galletitas”, etc. Me dan unas ganas impresionantes de mandarle a la mierda. No me llega ni a las rodillas y ahí está, moviendo el hocico de aquí para allí, dando órdenes y más órdenes. ─Tras acabar, Alberto vacía su jarra- ponme otra.
- Marchando.
- En fin, es eso. Resulta insoportable, como un niño inválido que te pide todo lo que te puede pedir para luego además ganar más de diez veces tu sueldo. -el infeliz se aprieta las sienes con los dedos mientras cierra los ojos.
- Que vendría a ser como cien veces mi sueldo ¿No?
- No sé, supongo, pero no has de soportar eso… Cuando salimos a dar una vuelta, porque el señor quiere tomar el aire, tengo que sentirme como un retrasado o algo así, “ponme el sombrero por favor” dice y parece una especie de juego, algo demasiado incoherente como para ser real. No saco a pasear el perro, le acompaño como el sirviente que soy. O cuando tengo que buscarle un par de putas para que pase una noche entretenida, es asqueroso tener que irle detrás a un montón de perras preguntando cuanto cobran la noche, la gente debe verme como una especie de depravado enfermizo.
- ¿Hay perras putas? -pregunta el barman con evidente intriga, levantando la ceja de su ojo inútil.
- Sí, y cobran más que las humanas, no sé, quizá por ser doblemente perras. Y ahí estoy yo, siguiendo al pie de la letra los pedidos del señor, si se enoja no duda en ladrarme o morderme. Soy el perro de un perro, hago todo lo que dice y me callo mi opinión, como si fuera el cuerpo para su mente. Por eso he venido hasta aquí, busco algo de… ya sabes…
- ¿Qué?
-…esto… Felicidad… Había oído que había alguien por esta zona, un doctor o algo así, que la vendía relativamente barata
- Ah, vale ¿Quieres reprimir tu ira, vaquero?
- Sí.
- Bien, deja que te dibuje un mapa en esta servilleta. Pero escucha, si empiezas no saldrás. Hay una vía más fácil.
- ¿Cuál?
- Acabar con tus problemas
- ¿Insinúas que podría intentar liquidar a mi jefe? ¿Es eso?
- Bien, la verdad que en principio hablaba de dejar ese trabajo. Pero bien, desde luego asesinar a ese perro te traerá bastante felicidad para rato… yo te dejo aquí un mapa de la zona, aquí te marco la consulta del doctor ¿Te ubicas?
- Sí, veo.
- Y aquí, siguiendo la misma calle para la consulta pero girando en este punto y siguiendo esta avenida, está la tienda de armas por si te ves interesado por esa otra vía. Pero yo no te dije nada
- Entendido. Va, sírveme una última jarra para rematar
- Marchando
Y sin cruzar más palabras Alberto se termina esa jarra y se marcha del bar tras saludar a su salvador. Al salir es empujado por cuatro jóvenes con unas pintas extrañísimas: un chico que parece tener dos serpientes en lugar de brazos, una chica con el pelo inverosímilmente brillante, un joven trajeado y con una máscara de gas al cuello y… una cosa blanca que se mueve, parece un chico, pero no tiene nariz ni boca ni orejas. En fin, tras dejarles pasar Alberto se marcha, siente cierta envidia hacía ellos, que son libres y saben vivir la vida, según él supone. Da unos cuantos pasos y para cuando se da cuenta ha pisado una mierda de perro y algo se calienta y hierve en su interior…
Así que emprende el paso, decidido, apretando la servilleta con fuerza.
Ya sabe muy bien que camino va a tomar…
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