¿Alguna vez te has parado en la calle, un minuto, o un segundo, y el resto de peatones te han empujado?. O en un semáforo, con el coche. Se pone en verde, y el taxista que tienes detrás comienza a pitarte enfurecido. Sabes que si te detienes, el resto del mundo te empujará. Por eso procuro pasar por el mundo de puntillas para no molestar, porque a mí el mundo sí me molesta.
Todo comenzó esta semana. El lunes dejé de ser feliz. Así, de repente. El domingo era feliz, ahora ya no. Y para empezar mi vida de desgracias, volví a morderme las uñas. Qué más da, si tú ya no estás aquí para impedírmelo. Me cansé de adaptarme a todos tus recuerdos. Volví a beber cerveza sin preocuparme lo que pensarás de mi barriga. Volví a despeinarme sin preocuparme si un día levantaré la cabeza en un paso de peatones y estarás tú al otro lado. En definitiva, que me he cansado de hablarle al silencio que dejaste en cada rincón de mis días.
Cuando te fuiste, mi vida se quedó vacía. No estabas y no había nada. Después, llené cada centímetro de mi piel con odio. Incluso los lunares. Sí, esos lunares que tanto tiempo hemos malgastado contando, como hipocondríacos previniendo cánceres bajo el sol. Te escribí cien cartas que no te envié, porque en todas ponía lo mismo una y otra vez. Llegue a creer que de tanto escribirlo acabarías soñándolo, y solo conseguí agujetas.
Sabes que mataría por verte cada mañana. Lo sabes. ¿Me ignoras?. No sé lo que pasa por tu cabeza, pero sé lo que pasa por la mía. Sé que te daría todo lo que tengo si pudiésemos mirarnos una vez más. Y sé que dejaría de temblar si esto te importase al menos la mitad que a mí. No te importa, ¿verdad?. Si te importase no te hubieses marchado. Si yo te importase nunca hubieses cruzado esa puerta. Déjame. No quiero recordarte más. Déjame. Estoy cansada de llorar tu nombre. No quiero darte el mundo. No quiero regalarte mi sonrisa para que la pisotees. No. No quiero gritarle al silencio ni a la soledad. No puedo acuchillar a la esperanza ni sentarme frente a una pared esperando que se caiga. ¿Por qué quieres romper mi alma y llevarte la mayor mitad?. Egoísta. Imbécil. ¿Tu vida avanzando y yo pendiente de la dirección que tomas?. Sí. Eso es. Ilusa. Recordando el corazón que tenía antes de que te fueses.
Respira. No quiero que te enorgullezcas de tantas batallas ganadas. Te echaba de menos, y sé que eso te hincha como a un viejo balón lleno de patadas que se vuelve fofo con la lluvia. Sabemos que eso es lo que eres, aunque no seas fofo, ni lluvia, ni balón. Pero tienes un orgullo cebón, como los obispos del bando nacional, y cuanto más dolor ves, más te hinchas. Quizá por eso todo me empuje a escribirte hoy esta carta. Porque echo de menos la cama revuelta, como en la canción, y esa mancha de otro carmín que siempre aparecía en tu camisa.
Confieso entre líneas que te echo de menos. Aunque deseche los versos que no te dije, porque las palabras escritas no son iguales que las frases dichas. Ni los besos guardados en bolsillos son igual que los abrazos con lluvia. Mi tiempo se detuvo hace un rato, y ahora nadie recogerá los pedazos que se desprenden de mí, pero he decidido que no volveré a llorar, porque nadie se bebe las lágrimas que derramo.
Sé que no me queda tiempo para pedirte que vuelvas. Sé que no quiero que vuelvas. Sé que necesito que vuelvas. Sé que no respiro desde que te fuiste y que prefiero ahogarme. Me duele tu ausencia. La inseguridad se instala. No quiero pensar en inseguridades. Lluvia y menos grados. El sol se cuela entre las ventanas de las casas. Esta tarde tenía la felicidad muy afilada y al ver tu foto se me ha clavado muy dentro. Pero, ¿dónde estás? Odio no tenerte cerca. Te odio. Te quiero. Un bolígrafo, un papel y tú. La soledad de los días. El silencio de las noches. Llorar despacio. Escribir deprisa. Las cosas de igual comprenderlas que no. Las cosas hay que vivirlas. Las putas cosas. Las bonitas cosas. La vida se lleva siempre tu juguete favorito. Invirtió dándotelo y por eso se lo lleva. Pero yo como Unamuno, a mi me morirán, yo no me muero. Los recuerdos que salpican en mi mente me impiden dormir. Una semana se compone de siete días con sus desesperantes veinticuatro horas. No te creas que vivo llorando tu ausencia. No te lo creas. Sólo tenlo presente. Debe de hacer frío, mucho frío, afuera. ¿Has cogido el abrigo?. Ojalá no lo hayas hecho. Ojalá sientas el hielo clavarse en tu cuerpo como lo hace tu indiferencia en mi alma. Quiero que sufras y no quiero verte sufrir. Quiero que sientas dolor y no quiero que te duela nada. Sufre. Sufre y déjame curarte las heridas.
Me imagino todos tus pensamientos y frustraciones y los comprendo tan bien que me da miedo. Tengo miedo a abandonarme como tú lo hiciste. En el fondo estoy muy harta de mi y de mis recuerdos. De mí y de mi soledad. De mí y de tu ausencia. De ti. Me callo. Me callo y no digo nada.
Tal vez hoy vengas y me sonrías, y mi sonrisa me delate y ya no pueda escapar.
O tal vez nunca, y sólo me quede imaginarte y esperarte, soñarte y esperarte, inventarte y esperarte, amarte sin tenerte, y esperarte. La soledad está infravalorada, al fin y al cabo no es tan mala compañera, al menos ella nunca me abandona. A pesar de que cada madrugada su aliento consiga congelarme el alma.