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Dejó este mundo en el hospital municipal, el mismo que lo vio nacer.
Tan pronto fue parido por su madre, una modesta secretaria de la burocracia, el desalmado macho que lo engendró se embarcó en un carguero en el puerto de Veracruz para nunca más volver. El único legado que dejó tras la misteriosa partida fue un cuadro al óleo de las famosas tres carabelas de Colón. Omnipresente decoración en la diminuta estancia que servía de comedor, sala y habitación del departamento que su madre obtuvo del gobierno con un préstamo de interés social, y que quincena a quincena, hasta completar quinientas, era descontado de su mínimo salario.
Su infancia pasó como un soplo en la educación pública. Después se hizo de una profesión técnica, auxiliar de contabilidad, también a expensas del Estado. Y tras una serie de favores nunca claros de su madre al anciano que detentaba el puesto de jefe de oficina, fue agraciado con un modesto puesto en la alcaldía.
Nunca fue un hombre brillante, ni agraciado físicamente, pero sí con la suficiente inteligencia y sensibilidad para comprender que no era un ser digno de compañía. Amigos nunca tuvo, acaso compañeros de trabajo que invariablemente le sacaban la vuelta. Cuando la necesidad de compañía femenina apuraba, ponía los ojos en alguna humilde empleada, para darse cuenta más pronto que tarde, que no era correspondido. Así, sin perro que le ladrara, los años se le vinieron encima. Su madre murió, también en el hospital municipal, heredando los pagos de la vivienda y el vetusto cuadro de la Niña, la Pinta y la Santamaría.
De casa al trabajo y del trabajo a casa. Los viernes, concluida la semana laboral, se pasaba a la vinatería del barrio, donde se hacía con la botella de litro de ron “Bucanero”. Prendía la radio y se sentaba frente al cuadro de marras hasta altas horas de la noche con la vista perdida en las tres embarcaciones y el agreste mar que las mantenía a flote.
Cuando vislumbraba el fondo de la botella ya era sábado. Día de dormir la resaca, tomar litros y litros de agua hasta vomitar los intestinos y limpiar el estómago.
Un mal día no pudo continuar su rutina. Tampoco su vida. Se ahogó con su propio vómito.
Los compañeros de trabajo hicieron a regañadientes una colecta para comprar una corona de flores que depositaron rápido y sin ganas como cabecera del ataúd de madera que proporciona el gobierno a sus fieles trabajadores.
Al día siguiente, en la oficina, se decidió limpiar el escritorio del auxiliar contable. No encontraron ningún efecto personal, solamente una vieja estampa con las tres carabelas de Colón

Texto agregado el 27-07-2007, y leído por 446 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
27-02-2011 me pase a leerte porque me dejaste comentarios en los mios, supongo que no tenemos los mismos gustos, no me genero mucho sobre todo porq en los cuentos me gusta pensar la vida bellamente, y no como a veces nos raspa la realidad.. me gustaria q me traduzcas es pseudo chino q me dejaste porq algunas cosas no las comprendi ... un gusto igualmente los intercambios salud! Vicky87
02-06-2008 muy bueno, con mucha esencia de la vida........ aneillo
09-01-2008 Es un buen relato con una excelente narrativa.Perfecto. mapata
14-12-2007 me gusta que sea corto. no le sobra nada y eso es una virtud. saludos ficticiano. jorge_jolmash
12-12-2007 El estilo compacto y sin aditamentos innecesarios me gusta. La historia también. El final, creo, carece del impacto necesario para un cuento muy corto. Mis 4* fabiangris
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