Mi festejo es impúdico, ya lo sé, pero no puedo evitarlo.
Será porque lográs volverme líquida y desarmable hasta perder la noción de quién soy y dónde estoy.
Será porque sos el remedio para mis divagues melancólicos y mis lágrimas saladas.
Será porque la música que acompaña tus palabras susurradas al oído me hace temblar las rodillas.
Será porque viajamos en fantásticos globos de colores para lograr imposibles y utopías.
Será porque con vos crezco de tal modo que no hay matemáticas que alcancen para cuantificar mi falta de límites.
Será porque me das el antídoto contra los venenos cotidianos y equilibrás las pérdidas con las ganancias.
O tal vez, sólo sea porque lo mágico se vuelve cotidiano, porque investigás como un científico cada centímetro de mi piel o porque los semáforos nos dan tres luces celestes como en nuestra canción favorita.
Festejo gozosa e indómita las posibilidades infinitas de este amor
tramposo,
distante,
fugaz,
cercano,
eterno,
verdadero,
envolvente,
palpable,
invisible ,
fruto de un relámpago y de un terremoto por partida doble.
Festejo riéndome,
bebiéndote,
escribiéndonos,
intercambiando mis regalos –una brújula que indica el Sur en lugar del Norte y un mapa con los indicios geográficos del acceso a mi alma desnuda– con los tuyos –un pasaje a lo más oculto de tus miedos y una escalera, no de las mecánicas, a tus sueños más osados–.
Y así, por obra y arte de épocas pasadas, termino la fiesta imaginaria, para recomenzar, una y otra vez, esta implícita manera de engañar realidades y tristezas sin fin. |