“Un, dos, tres, cigarrillo cuarenta y tres”, me doy vuelta y lo veo quieto, como una fotografía, aunque usted sabe que se movió y que yo también lo sé. De todos modos no se acerca ni lo hará, tan segura estoy como de que llueve cada dos por tres. Quinta columna de mis propios sentimientos, traicioné sueños, anhelos, objetivos, me fui por las ramas del orgullo y desarmé minuciosamente cada escalón de los que construimos a base de mis miedos pasados y de sus apuestas futuras. No contenta con eso, me dediqué a romper en dos, o en mil, su corazón, sin percibir que el mío era ahora un sinnúmero de partículas, esparcidas en millones.
Cuatro jinetes del Apocalipsis se acercaron a todo galope y no los vi, no los vi, no los vi, no los vi, no me di cuenta de lo que se avecinaba y confié en mi mundo de fantasía, en mi cabeza en las nubes, convencida de que las alas de mis pies y de mi espalda me llevarían hasta su danza del infierno y del paraíso en un mismo lugar. Nueve de cada diez de sus advertencias fueron a parar al pozo negro de mi soberbia y no las escuché, tan segura estaba del mapa de señales que me habían llevado hasta su puerta. Mis siete vidas de gato esta vez no me sirvieron y me estrellé contra la certeza de su ausencia feroz, dos, tres, mil veces, no, más, cien mil. Un año ya, justo un año sin usted, y yo aquí, detenida, enamorada de la imposibilidad de avanzar en este juego de estatuas que nunca supimos jugar. |