Cada año pintaba mis sueños.
Plasmaba en el lienzo todo aquel mundo,
que veían mis ojos.
Cada color, cada textura… cada sombra.
Los trazos.
Los claroscuros.
Los árboles llenos de vida propia.
Los desnudos.
Las sonrisas, blancas y tenues.
Los hombres y las mujeres,
niños y niñas.
Cada animal,
cada arbusto;
cada pueblo.
Cada raza humana, una cultura y su lenguaje propio.
Los tejados,
el humo brotando por las chimeneas.
Las creencias.
Las carretas y los catrines a caballo.
Cada puerta un mundo diferente.
Y en cada copa: la soledad y la mentira.
Dejé de pintar sueños, para pintar verdades.
Dejé de lado lo bello y pinté lo cotidiano.
Dolor y soledad.
Impureza y adversidad: Graves males.
Sangre y cuerpos,
cadáveres sin alma;
personas sin espacio. Niños sin futuro.
Noches frías, días largos.
La bala siendo más rápida que la espada.
Lugares donde el hambre llamaba a los hogares.
Ciudades y naciones,
Gente sin pudor.
Gente sin valor, cobardía y apatía.
Puños yertos,
caricias inciertas, lágrimas y culpas.
Faltas y agravios, crucifijos rotos,
ángeles sin alas.
¿Dónde quedo la inocencia?
¿Dónde quedo lo humano?
¿Qué paso con mis pinceles, con mis colores?
Hoy veo mis lienzos grises,
negros y solitarios.
Ya no hay luz,
no hay paz ni esperanza
Ya no hay fuego,
no hay viveza… Solo tristeza.
Ayer pinté sueños… Hoy pinto: Soledades.
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