ARO GANÉ EN ÁGORA.
Llegué a la plaza en busca de solaz. Ahí encontré a Demetrio, quien dialogaba con una hermosa mujer de largos cabellos dorados. Desde el momento que los vi, como a unos setenta y cinco metros de distancia, él me hizo señales llamándome. Camine seguro hacia ellos.
Nos presentó. Su nombre me pareció raro: Roma Inés. Era la primera vez que lo escuchaba. De inmediato ella me comentó:
--Me dice Demetrio que te gusta hacer palíndromos. ¿Qué es eso?
-- Si linda, así es. Es un entretenimiento en mis ratos de ocio, nada más. Lo hago para ejercitar el cerebro, para ver si logro retrazar el "alzheimer". Eso provocó que ella riera de buena, pero de forma encantadora.
Procedí a darle una explicación breve, sin mucho detalle. Apenas concluí, me dijo:
--Dame uno en verso y te doy un beso.
Su petición me sorprendió, pero fue inevitable que en el acto, ante el esplendor de su belleza y especialmente por aquel el aro de luz, que su fina cabellera bajo el sol reflejó, solo atiné a decir:
Roma, ella hoy…,
aro gané en ágora,
yo hallé Amor
A partir de ese momento sucedieron muchas cosas que no hubiese imaginado. Pero por ese versillo palindrómico, ese beso ofrecido, se multiplicó por miles, durante cinco meses apasionados. Al cabo de ese tiempo, regresó su marido, quien finalizaba su doctorado en Ginebra.
Lo que no comprendo es la razón de que a la niña que nació a los nueve meses de nuestra separación la bautizaron como María del Ágora. Como que tenía predilección por los nombres raros. Tampoco nunca lo había escuchado.
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