la tarde estaba fría. la gente no cesaba de andar con prisa, frotándose las manos, apurando sus pasos, sus mentes gritaban desde lejos, yo, creo, solo yo podía escucharles... la tarde estaba fría y un susurro me hizo dejar de mirar a la gente desde el asiento al cual no me movía por mas de cinco años. era una voz, un llamado. volteé la vista y vi que era un perro que me miraba y decía que si estaba bien. le dije que sí, que jamás había estaba tan bien como ahora si no fuera por el frío. el perro se me acercó y pidió pegarse a mis pies, por el frío. le dije que sí, que si por supuesto que si, que no faltaba mas, que esta banca, pegada al río, era de el tanto como de los demás, aunque ni usted ni yo paguemos impuesto, pero, una vez escuché que las cosas son de quienes las necesitan, y esa fue idea por la cual, desde que me echaron de mi casa mis dos hijas de cincuenta años, me senté en esta banca. le conté al perro que tenía noventa años, que los dientes se me caen lentamente, pero, cuando uno que otro está por salírseme, me lo arranco, nunca he tenido paciencia para nada... y aquí estoy, sentado frente al río. me gustaría estar en mi casa, pero, mis hijas viven allí, y no desean estar a mi lado. ellas no me lo han dicho, pero, eso se siente. basta con ver que ni me sirven la comida, ni nada, ni ropa, nada de nada para sentir que debía largarme de ese lugar que fue una vez mi casa, la mía y la de mi difunta esposa... pero, así es la vida, solo espero que una noche la muerte me cargue con todo y encuentre, eso espero, que mi mujer esté allá, esperándome como siempre me esperaba cuando viajaba lejos, al otro lado del continente, porque, sépalo bien, amigo perro, fui un gran personaje cuando fuerte y joven. construí muchas casas y edificios, etc. tuve dinero, mujeres, etc, pero, también tuve errores por mi exceso de confianza en la amistad, esa maldita amistad que llevó a tantos sinsabores en la vida... ¡malditos!, y ahora, aquí, solo, viejo, lleno de recuerdos cortos, tan solo los de la gente que amo, nada mas... y usted señor perro que me da su calor, su amistad, esa amistad sincera de bestia, de animal que no tiene el privilegio de pensar ni dudar. ¡gracias!, le dije. la noche se acercaba, el frío aumentaba, y ya era la hora de cenar. pedí a un señor que me diera unas monedas para comer el el centro de indigentes. me dio unas monedas. entré y el perro entró a mi lado. compré una sopa y un segundo y un tesito con pan. el pan se lo di al perro. se lo devoró, y lo demás me lo comí con gran fruición. la noche estaba cruda. ¿salimos?, le pregunté al perro. vamos, me dijo. salimos y buscamos un espacio dentro de la casa de indigentes, pero había tanta gente haciendo cola que tuve que olvidarlo. vamos bajo un auto grande, le dije al perro. mejor vamos al basural, allí hay unos trapos llenos de calor y jebes quemados que nos calentará mejor, dijo el perro. nunca había dormido en un basural, pero, quizá sería mejor... fuimos y la luz de las calles, desapreció, tan solo veía los ojos del perro... llegamos al basural y oía a mierda, entramos. aquí, me dijo el perro. no supe qué era, pero olía a llanta, a moho, pero no a humedad... vamos, le dije. nos sentamos y el perro se echó a mi lado. apenas cerré los ojos, quedé seco como una tabla... tuve lindos sueños. mi mujer me abrazaba, mis hijos dejaban de pelear, era el paraíso. el día era cálido y estábamos junto a mucha gente llena de vestidos de verano y de colores llamativos... es lindo, pensaba. un auto se detuvo frente a nosotros y nos dijo que subamos, en mi sueño. subí y me senté frente al chofer. le vi la cara y era un tipo extraño, de color negro, sus ojos eran blancos con negro, era fuerte pero sonreía y su sonrisa era cálida como el día... es el cielo, pensé. de pronto, la luz de día llegó como un balde de agua fría. abrí los ojos y estaba echado en un basural, lleno de restos de comida y trapos viejos y perros, muchos perros. vi a mi amigo el perro y este había desaparecido. me levanté y caminé con gran dificultad. hacía frío y anduve sin parar hasta llegar al río y al lado estaba mi banca. lamentablemente estaba ocupada. había una mujer vieja con mi amigo el perro. iba a decirle algo pero decidí no hacerlo. seguí caminando hasta que llegué a un parque inmenso. sus gigantescos árboles me dieron un shock. me acerqué y puse mi mano al árbol. este, como asustado, me dijo, ¿qué me tocas?. nada, nada, solo que me trae recuerdos gratos, le dije. por supuesto, si fuiste tu con otro chicos quienes me plantaron... ¿cómo va jardinero?, me dijo. le conté que no tan bien como a él, y le conté el resto de lo que recordaba. ¡quédate conmigo! ¡yo te acompañaré y te diré qué comer y dónde dormir!, gritó. está bien, le dije. me senté al lado del árbol y este me dijo que le contara mi vida, se la conté y me sentí muy contento porque sólo recordaba las cosas lindas de chico, de joven y de mayor. el árbol también tenía historias, me las dijo una por una. me contó de esas avecillas que se posas en sus ramas, que el frío es su amigo que comulga con sus raíces, que los bichos viene y se van como toda la humanidad... le pregunté si tenía amigos. me dijo que no, pero, si gustaba podría volver a ser mi amigo. le dije que sí me gustaría, y me eché a su lado... este dejó caer ramas y hojas secas que me cubrieron del frío, luego, me dormí. cuando abrí los ojos, vi muchas avecillas paseándose por todo su cuerpo. vi gusanos que bajaban y subía por su tronco. fue bello... le dije que daría un paseo y me despedí de mi amigo el árbol. cuando llegué a la acera vi a mucha gente normal que no cesaba de pensar en sus cosas, parecían gritar asustadas de todo cuanto pensaban. eran como su mejor amigo, y, eran seres que vivían con una bomba de tiempo dentro de sus mentes llamado miedo a todo. escupí al suelo y seguí caminando por la acera. pedí unas monedas y las recibí. fui a cenar y en la puerta estaba el perro esperándome. ven, le dije y entramos. le di un pan este se lo lo tragó todo. yo comí el resto. tenía una buena vida a mis mas de noventa años... miré a toda la gente y todos, a pesar que había un poco de sol, temblaban de miedo, del devenir de todo, de la muerte que parecía estar cerca de uno de nosotros. de pronto, la muerte entró y la vi. estaba vestida de negro, no se le veía la cara, era como una santa de negro... ¿me buscas?, le pregunté. sí, me dijo. ¿eres el jardinero?. sí, ¿porqué?. ¿has cosechado bien?, volvió a preguntar. sí, le dije, tengo un par de amigos y mucha gente a mi alrededor que no saben que existo... haces bien jardinero, pero, ¿te gustaría quedarte un poco mas?. sí, un poco mas, desearía un día mas, tan solo un día mas... ¿para qué?, preguntó. quiero ver mi jardín señora... ¿puedo?, pregunté. me miró y dijo con sus ojos: mañana antes del alba... la miré y vi que salía al lado de toda la gente indigente que, temblaban de no sé qué... el perro había estaba aullando y solo yo no me había dado cuenta, salimos del comedor y este dejó de aullar. iba a pedirle que me acompañara hasta mi jardín pero, el perro me dijo que no, que mejor vaya solo... le dije que estaba bien, y, por si cambiaba de opinión, mi jardín estaba junto al árbol de parque. ok, respondió, pero, no te prometo nada. ok, le dije. le vi irse corriendo tras una perra que pasaba por la calle junto a una manada de perros... animales, les dije. alcé los hombros y caminé hasta mi jardín. allí estaba, todo estaba igual, aunque mis ojos veían una acequia, yo veía a toda mi familia, mis hermanos, mis amigos, mis padres, todos estaba allí, sentado en un momento de tranquilidad. cogí un poco de agua y se lo eché al árbol. amas tu jardín, jardinero, me dijo el árbol. si, respondí y continué hasta regar todo ese espacio vacío pero lleno de tantos sentimientos y recuerdos que brotaban como mariposas de mi corazón... terminé y me eché bajo el árbol. fue hermoso, muy hermoso hasta que vino la noche y luego las estrellas que alumbraban todo mi jardín que en esos instante estaba poblado de zancudos y bichos pero, seguían mis sentimientos y recuerdos en ese mismo fulgor... cerré los ojos y cuando los abrí, la señora muerte estaba acariciándome la mejilla... me paré y ella me cogió de la mano. caminamos, aun no aparecía el alba. ¿es lindo mi jardín no?, le dije. muy hermoso, muy hermoso, me dijo la señora, y luego, llego el primer brillo del día y con ese brillo, todos mis sentidos se diluyeron en su brillantes... fue algo sin letras ni ideas ni palabras. mientras esto sentía, escuché una voz: ¿te gusta?. era la señora muerte. sí, respondí, muchas gracias, estaba muy agotado y tenía un gran sueño, gracias, agregué. de nada, respondió...
san isidro, julio del 2007
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