AGUA CLARA
MICRO CUENTO

La mujer agoniza en la cama de un hospital…
La domina una idea fija que no puede controlar.
Mejor dicho la expiación la sacude, la atormenta, no puede dejar de lado aquel hecho…
El hombre, muy lejos de eso, abandona otro hospital. Le han dado de alta.
Físicamente se ve desmejorado. Demasiado delgado, ojeroso, le tiemblan las manos y le cuesta dar los primeros pasos.
Después de tanto tiempo vuelve a sentir el tibio aire de la mañana en su rostro, cantan los pájaros, el agua de la fuente de la plaza suena como nunca al caer a su base para renovarse y volver a ascender, a subir y a volver a caer.
Hubo un día, un momento en que los hechos se dieron. A pesar de la fiebre que lo dominaba entonces, pudo intuir que Ella lo abandonaría.
-“No estoy para cuidar enfermos”… -Le espetó en el rostro. – “Yo no tengo la culpa”… Luego el abandono… Artero, guardado para herir.
Ahí quedó el hombre librado a su suerte.
Lo Había dado todo, todo: Su amor, su esfuerzo, su dedicación, su juventud, pero por sobre todas las cosas siempre creyó…
Después del portazo las palabras le duraron años machacando sus oídos y su alma: -“No estoy para cuidar enfermos… No tengo la culpa”.
Si bien no estará muy recuperado como quisiera, no luce tan mal…
Alguien en aquel hospital le dio una estampa con un santo.
No se explica como un día salió rezando como si lo hubiese hecho toda la vida. No lucirá tan bien como quisiera, pero aquellas palabras arrojadas como piedras ya no le duelen. No se había dado cuenta, las repite y no le duelen, no le duelen para nada.
Entrelazó los dedos de las manos, hizo un tazón y bebió agua de la fuente. humedeció su rostro y sus cabellos y cruzó la calle a grandes trancos.
El se llama Francisco.
Ella se llamaba Esther

Por Jorge Duran.