*(Se ruega encarecidamente, por el bien de la historia y del lector, que comiencen leyendo las distintas confesiones según su orden de publicación; debiendo comenzar por "Confesiones inseguras", que podrán encontrar en mi bibliografía. Gracias mil)
Lo echo de menos. Irremediablemente lo estoy echando en falta. Parece que fue ayer y ya hace al menos cinco meses que llegó a mi vida, con su túnica granate desconchada, las pupilas desgastadas por el paso del tiempo y la acción del humo de los inciensos. Recuerdo el medio dedo anular con que me lo presentó el Padre Matías. Diría, y me pasa a menudo, que el aspecto de San Miguel antes de mi “tratamiento” era el de un hombre de unos cincuenta y largos años; su pelo daba una impresión de cano por el transcurso de los años y el escaso presupuesto destinado… Y ya lo ven, anteayer lo tuve que abandonar; como cuando se lleva a un hijo al autobús que lo conducirá a la prisión de verano (vid. campamento, colonia). Sinceramente, lo he dejado hecho un chaval. Ahora sí tiene un porte chulesco, como vacilando al Dragón de las tinieblas, lanza en mano, con su mirada poderosa; parece que vaya a soltar un “Venga dragoncín, cuando quieras la revancha me das un toque al móvil”.
La presentación de la imagen restaurada fue digna de grabarse en video. El sacerdote se empeñó en organizar otra de sus cenas frías y cubrir al Arcángel con una sábana hasta después del ágape. Y yo no me opongo a nada, mientras me paguen y pueda cenar de gorra… Y no me opuse al no caer en la cuenta de la avalancha de preguntas que me iba a llover por parte de los y las fieles, no sólo referentes a la restauración, no, no, preguntas descarada y educadamente personales. “¿Qué te ha pasado en el pecho Eustaquio?” “Pobrecillo, habrá venido tu madre a cuidarte”. (Espero que mi madre no retorne de la otra vida por una simple fractura de costilla…el susto puede ser considerable). Yo no lo había contemplado, pero cuando Manuel relató el accidente a su esposa no me incluyó en el equipo; así que tuve que recurrir a “una caída de caballo”. ¿Una caída de caballo? Ocurrencia esnob por mi parte, qué duda cabe. Si no recuerdo mal, la última vez que monté en caballo debió ser en el tiovivo de las fiestas de El Bonillo y tendría unos 13 años (la verdad es que ya estaba crecidito, pero gustos más raros he adquirido con la edad). A todo esto, entre explicación y explicación, el cabronazo de Manolo intentaba burlarse haciendo fotos con el móvil mientras le salía esa cara de pervertido que sólo él sabe poner (que no digo que le salga a propósito, está en su naturaleza). Y es que este hombre no deja de sorprenderme; a raíz del accidente lo noto liberado, haciendo gala de un desparpajo inusitado para él, y por supuesto para su mujer. Más adelante me comentó que han iniciado los trámites de separación. Cuando intenté consolarlo con un frío “lo siento”, por poco no se revuelca en el suelo entre risotadas. Dice que no tiene ningún problema, que Doña Marta le lleva tirando los tejos hará como cosa de un año y que ésta se presenta como la excusa ideal para darle una alegría al cuerpo. Marta es una viuda precoz que asiste a misa por el qué dirán; así visto, no hacen tan mala pareja…sólo espero que ella sea al menos la mitad de desfasada que Manolo, porque de lo contrario va sufrir con el ritmo del “jodío”.
En fin, que la vida debe ser como el Tour de Francia, dividida en etapas y con doping por doquier; es broma, me refiero a que unos llegan y otros se van: Merckx, Hinault, Indurain, Pantani… En este caso se van Luisa y San Miguel, estoy convencido de que tanto Manolo como yo los extrañaremos a nuestra manera, pero no lo duden, cuando menos lo espera uno aparece un Amstrong para tirar del carro.
Buenas tardes, amigos (si me perdonan el atrevimiento, es que debo estar sensible), debo irme a ojear la prensa local en busca de ofertas de empleo.
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