RICARDO Y EL DISCURSO DEL PRESIDENTE
Capítulo I
En el año 1998, en un pueblo de Venezuela, nació Ricardo a quien le correspondería el privilegio de ser hijo único de una pareja de médicos. Desde temprana edad había demostrado un elevado potencial intelectual, asombrando a su abuelo Fortunato (que era la única persona que cuidaba de él, mientras sus padres atendían sus respectivos trabajos). A los tres años de edad, dominaba como un adulto las tablas de matemática y memorizaba los filmes de Walt Disney que su madre les compraba en DVD, repitiendo continuamente y con exactitud los parlamentos de los personajes.
Debido al creciente peligro existente en la calle, que en los últimos tiempos viene subiendo en las estadísticas de manera alarmante, cuando le correspondió acudir a la escuela, sus padres, decidieron pagarle un transporte privado que lo llevaba y traía del colegio. Poco después de haber sido promovido para tercer grado, su abuelo falleció de un infarto cardiaco, provocando en el chico, una inmensa soledad que lo hacía refugiarse casi con rabia, en la óptima realización de sus tareas.
Por el mismo motivo, le habían acondicionado su habitación con un ambiente de colores agradables y buenos equipos, siempre actualizados, que lo mantuvieran ocupado en sus horas libres: televisor grande con control remoto, pantalla plana de alta definición “hd ready”; y computadora Intel Pentium D, 2.8 GHz., 2 GB SDRAM DDR2, 200 GB DD, con Internet banda ancha de 2048 Kbps. En este sentido, cuando no estaba en la escuela, sus progenitores tenían a Ricardo “lejos del peligro”, siempre solo, aprisionado entre cuatro paredes equipadas de estupenda tecnología.
La rutina diaria de este interesante niño, a sus 8 años de edad, se daba de la siguiente manera: Toda la mañana en la escuela, después del mediodía el transporte lo dejaba en la puerta de su casa, algunas veces, su padre lo acompañaba a almorzar, otras veces su madre, raras veces ambos… Infinidades de veces le tocaba almorzar o cenar sólo, pero estaba acostumbrado y era muy hábil para calentar su congelada comida en el microondas o prepararse un sándwich. La comunicación con sus progenitores, se realizaba eficazmente cada vez que se hacía necesario, por su potente celular NOKIA 6265. Las primeras horas de cada tarde se dedicaba a ver sus programas favoritos en televisión, y las últimas horas vespertinas y parte de la noche se metía en Internet. Unos meses atrás se concentraba por largo rato jugando a la guerra de World of Warcraft, travesura que perdió para él todo interés, cuando logró alcanzar al nivel 70, venciendo cada contrincante, con lo mejores atuendos de magia y la mayor riqueza.
Sin embargo y contra todo pronóstico, esos programas televisivos y juegos de videos, lejos de inducir en Ricardo una actitud de complacencia, le provocaban agresividad, pero en una mordacidad llevada internamente con aplomo, con un razonamiento mental propio de un adulto de un coeficiente mental analítico sobresaliente.
El único lujo técnico que Ricardo no podía darse, era la televisión por cable, sus padres le decían que en esa zona no existía ninguna compañía que ofreciera el servicio. En este sentido, llevaba una avalancha diaria televisiva destilando e imbuyendo su mente de fútiles banalidades con primacía del discurso emocional sobre el racional, aún siendo muy elevado este último para su edad cronológica. Sin embargo, diariamente tenía que soportar las continuas interrupciones del Presidente de Venezuela, cuando se encadenaba de una a cuatro horas, en sus transmisiones obligadas por todos los canales venezolanos de señal abierta.
Sabía que en cada número de su control remoto encontraría lo mismo… y eso le causaba irritabilidad. Pero, un día, sin saber exactamente cuándo ni cómo, -no teniendo nada más que ver- se comenzó a reír de lo que en su mente de niño-genio, consideraba “barbaridades” entonces, experimentó morbosamente el sentirse atraído, por aquella extraña manera que poseía Hugo Chávez de ser un curioso parlanchín, al mismo tiempo que lograba ser agresivo y amenazante.
Desde entonces, su mente logró disfrutar y memorizar, con una increíble y perversa facilidad las frases textuales del presidente, las cuales repetía con audacia, convirtiéndose en una práctica obsesiva. Indagó los antiguos discursos en Internet y en los CD que compraba, de vez en cuando, al buhonero que se estacionaba cerca del portón de su colegio.
Descubrió que el actual régimen de gobierno tendría casi su misma edad, convirtiéndose en el más ferviente y secreto estudioso de la dialéctica chavista. Admiraba sus contradicciones, su improvisación, su descaro, su autoritarismo y su vulgaridad. Sí el máximo líder de su país se jactaba de ese comportamiento… ¿Por qué él no podría imitarlo? Él podría algún día llegar a ser presidente, un presidente tanto o más charlatán que su modelo
Empezó entonces a usar frecuentemente fragmentos textuales del discurso de Hugo Chávez, para tergiversar y responder, a cada pregunta, a cada observación, a cada reclamo y a cada consejo de sus padres y maestros… Con aquella actitud, Ricardo a veces resultaba sorprendentemente gracioso, pero otras veces resultaba profundamente agresivo, petulante y vengativo de los descuidos y errores que observaba en los adultos.
Mila
Tarde de lunes 23 de julio de 2007
(Continuará)
|