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Arco iris de ensueño

“No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor ejerce restricción, en verdad el que está bajo el temor no ha sido hecho perfecto en el amor” IJUAN 4:14

Cerré los ojos y pude imaginar muchas cosas. El ruido de los carros desapareció, lo mismo que el bosque de edificios y todo el tumulto urbano se esfumó, transformando el paisaje en algo totalmente distinto y diferente. Aparecieron colinas pequeñas y otras más grandes, árboles de muchos colores, verdes claros, verdes oscuros, verdes lila, verdes verdes, follajes de múltiples formas y tamaños y en medio de todo, aquel río tan cristalino y tan sereno. Este recorría derecho el valle por su centro y de pronto, daba una vuelta formando una playa de una arena blanquísima. El lecho del río estaba tapizado de cantos rodados, estas eran unas piedrecillas de una variedad desconcertante de colores y el agua contra ellas producía un murmullo cantarino, melódico, que comulgaba con todo el ambiente en una armonía desconcertante de increíble reconciliación de cada parte componente con su todo.
Sobre la arena, había un paño blanco de regular tamaño, el cual estaba estampado con mariposas de diferentes dimensiones y formas. Eran tan perfectas que muchas veces las verdaderas, dudaban en irse, al no saber cual de las dos saldría volando, ellas o las grabadas sobre el paño. Y sobre el paño estaba ella, que parecía pero no era, un rayo de luna. Tenía un bañador azul muy pequeño, que tímidamente no osaba siquiera competir con su belleza. El cabello, muy suelto, mantenía un romance con la brisa y la sombra serena de sus pestañas, como palmeras en el desierto, escondía sus ilusiones y sus sueños. Sin embargo, dudó un momento, pues no sabía que era aquel hormigueo cálido que hacía temblar sus labios y que fue aumentando hasta convertirse en un sismo estremecedor, en una fuerza telúrica que removió hasta sus cimientos, hasta la más recóndita parte de sus entrañas. En ese momento ardió Troya y “los muros de Jericó cayeron después de haber sido rodeados por siete días...” Fue la primera vez que le robe un beso.
Después algo cambió... era de una mirada aterciopelada, suave, fresca y con un tono mínimo de interrogantes y de misterio. Que delicioso se hacía el sumergirse en esa profundidad y descender, descender y descender, hasta perder la noción de las distancias y terminar dando tumbos ante la incomprensible profundidad de aquel abismo. Cuantas veces me miré en sus ojos y comprendí por unos instantes la complejidad de lo eterno. Relámpagos de certeza pero que solo tenían la duración de lo efímero. Y su sonrisa ¿Qué decir? Tenía aroma, el cual era como el olor de la tierra en el ambiente después de la lluvia. Al reír iluminaba cálidamente los espacios derritiendo las nostalgias, dispersando las brumas causadas por la tristeza y deshaciendo en pedazos los escollos que forman las desesperanzas. Cuantas veces recorrí redescubriendo nuevos detalles, la inmensa geografía de su cuerpo. Escalofrío de miedo me acosaron al bordear con asombro aquellas cumbres, al recorrer las planicies, redescubrir los valles, escalar de nuevo el cerro y sentir el vértigo ante el abismo. Se demostraba en la práctica la hipótesis matemática de la coexistencia en un solo lugar de todas las proporciones precisas, artísticamente distribuidas, perfectamente calculadas. Alguna vez Pitágoras la había llamado “La sección aúrea” cuando calculaba sus rectas inconmensurables. Alguien lo suficientemente sensible, un escultor por ejemplo, tendría inspiración para toda la vida. Un poeta, llenaría un lago de poemas y yo ¿Qué decir ante tanta grandeza? Quizás me conformaba con haber tenido la alegría y el suficiente motivo para colmar la expectativa de haber nacido y entendería por qué algunos seres incluso hasta le ladran a la luna. Su tibia dulzura, me hicieron nadar en ríos de miel y casi hundirme en los sopores anesteciantes de la inconciencia. Fue como estrellarse contra un muro de plumas, encontrar la otra parte de uno mismo o ser desintegrado en infinitas burbujas de jabón que al ser atravesadas por la luz, llegan a producir un arco iris de ensueño...

Caracas, insolar, Marzo 2006.

Texto agregado el 23-07-2007, y leído por 96 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-07-2007 "Fue como estrellarse contra un muro de plumas, encontrar la otra parte de uno mismo o ser desintegrado en infinitas burbujas de jabón que al ser atravesadas por la luz, llegan a producir un arco iris de ensueño..." Pues no tienes que envidiar ni a poetas ni escultores, sabes generar un clima que invita al lector, y con sencillez, llevar las imágenes a lo profundo desde lo no superficial. Excelente texto. Saca la mayor sensibilidad y permite ver con los ojos de las sensaciones. Un logrado texto, Javier. Saludos, Amigo. Adriana***** cromascape1963
 
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