Había esperado con tanta ansiedad aquel día...
Todo estaba preparado. El vestido, finalmente, era tal como ella lo había pedido: rosado y de una tela tan suave, que no se cansaba de acariciarlo.Tendido sobre la cama era una invitación a deslizarlo sobre su cuerpo. Y así lo hizo. A medida que se lo calzaba, pensaba que Javier sentiría el mismo placer que ella cuando la tomara de la cintura para bailar el vals, y su mano sintiera la suavidad del satén.
Mientras pasaba el cepillo sobre su melena oscura, admiró el contraste que producía el color de su pelo con el del traje.
Sus quince años, su fiesta anhelada. La fiesta que pensó que nunca tendría porque sus padres no podían afrontar los gastos. Pero ahí estaba, vestida como una princesa, completando el atuendo con unos zapatos tan lindos y suaves como el mismo vestido.
Pronto estuvo en el salón y los compases del vals la hicieron temblar de emoción. Su papá se encargó de hacerle dar los primeros giros hasta que, timidamente, Javier se acercó y ella le fue entregada para seguir girando al compás del Danubio Azul.
La música la embriagaba, las luces del salón daban vueltas a su alrededor, sus pies parecían tener alas y los brazos de Javier eran el ancla que la sostenía para que no echara a volar.
Cuando su mamá entró, vió a Mariana bailando, con sus pies casi sin rozar el suelo. Sus brazos apretaban suavemente la almohada y una brisa invisible hacía flotar su pelo largo y su raído camisón. Con mucho cuidado la condujo hasta la cama, pero no la despertó. Todos saben que despertar a un sonámbulo es muy peligroso.