Ayer, mientras volvía a casa de trabajar, pensando en mis cosas y buscando algún motivo para que el día fuera recordado por algo, me encontré en la acera una mierda del tamaño de un buzón de correos.
Mis conocimientos sobre el mundo animal no abarcan ningún ser vivo capaz de defecar de una sola vez toda aquella cantidad de desechos, pero lo que realmente me llamó la atención es que estaba hablando por un teléfono móvil. Gesticulaba y movía los brazos con energía, subía y bajaba el tono de voz y su boca no dejaba de lanzar sonoros improperios que intimidaban a todo aquel que pasaba a su lado. Una y otra vez hacía referencia a su falta de tiempo gritando “¡no tengo todo el día! ¿entiendes? ¡no tengo todo el día!”.
No soy por naturaleza una persona curiosa, pero hay que reconocer que una escena así llama la atención a cualquiera, y aunque el resto de los viandantes no parecían interesados en lo que estaba ocurriendo yo me detuve en una parada de autobús que había al lado y disimulé mi cotilleo
haciendo como que esperaba. De vez en cuando miraba el reloj e interpretaba el papel de persona con prisa dando pequeños paseos de ida y vuelta sin salirme de la parada. Estaba convencido de que de esta manera podría espiar sin llamar la atención, pero la conversación telefónica terminó de pronto y las palabras que la siguieron fueron dirigidas a mi.
-Eh, usted, el que espera el autobús, ¿puede hacer el favor de acercarse un momento?
El corazón se me aceleró un poco y estuve a punto de no darme por aludido y subir al autobús que en ese momento llegaba, pero pensé que sin duda aquello podría ser interesante.
-¿Me dices a mi?
-Si
Me acerqué. Me resultó difícil mirarla a los ojos porque todo su ser me llamaba mucho la atención. Me hubiera gustado parar el tiempo y observarla de cerca, examinando todas las peculiaridades posibles que un ser de esas características sin duda tiene, pero de momento me tuve que conformar con no resultar demasiado descarado.
-¿Sabes manejar este móvil? Se me acaba de apagar a media conversación y no soy capaz de encenderlo otra vez.
Mi sorpresa se acrecentó un poco más cuando me fijé en el aparato que sostenía en la mano y ahora me mostraba y comprobé que era el mismo modelo que yo tenía desde hacía poco más de un mes. Por otra parte no me extrañó en absoluto el hecho de que se hubiera apagado porque a mi también me había pasado unas cuantas veces y la coincidencia pareció sumar confianza.
-La tecla roja. Hay que dejarla pulsada hasta que se ilumina la pantalla y después introducir el código.
-Pues entonces va a ser difícil.
-¿No te acuerdas del número?
-Lo robé encendido.
Hubo unos segundos de incertidumbre en los que no supe cómo reaccionar. Si la situación era de por sí bastante anormal, el hecho de estar hablando con un ladrón que reconocía su robo con tanta indiferencia dejaba dudas acerca de cómo continuar la conversación. He de reconocer que los amigos de lo ajeno me resultan del todo indeseables, pero la confesión me resultó graciosa y me reí con ganas contagiando la risa a mi compañera.
-Pues podrías haber robado otro modelo mejor, porque ese es el que tengo yo desde hace un mes y no me da más que problemas. Es una mierda.
Lejos de darse por aludida o tratando de obviar mi metedura de pata, me confesó que el mundo se había vuelto difícil para los que como ella vivían a consta de lo que cogían en bolsillos ajenos. Para demostrármelo sacó de un bolsillo unas cuantas tarjetas de crédito anudadas con una goma.
-Mira. Todas sacadas de carteras sin un solo billete y caducadas o sin fondos. Te sorprendería ver el aspecto de los tipos a los que se las quité. Todos con corbata y oliendo a colonia de 100 euros el frasco. Pura apariencia. Y eso no es todo.
De otro bolsillo sacó tres relojes que a simple vista parecían obtenidos de muñecas adineradas.
-Imitaciones. Y de las normalitas. No se puede vender esto a nadie porque salta a la vista que son falsos. Me pregunto cuánto pagaron sus dueños por ellos.
La conversación siguió en torno a la mala calidad de los objetos que la gente compraba y cuya consecuencia directa era que la gente también era de mala calidad. Sus teorías sobre el hombre como especie en extinción me parecieron bien argumentadas aunque discrepamos en varios puntos porque eran demasiado pesimistas. Hablamos también del cambio climático, de las nuevas televisiones con pantalla plana y de cómo hería la vista abrir un libro de poesía y ver que cada verso tiene una medida diferente.
-Hay que volver a la rima- me dijo -el verso libre es la negación de la libertad. Ni tan siquiera los poetas se toman su trabajo en serio.
Y nos despedimos. Cuando me alejé unos pasos comprobé que mi cartera, mi reloj y mi móvil seguían en su sitio y me fui directo a casa porque me encontraba cansado. Cené y antes de acostarme vi en la televisión el partido de la NBA. Pau Gasol anotó 65 puntos.
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