Lycia
La noche era fría y el cielo se miraba claro, pues había una grande luna llena que resplandecía sobre los gigantescos árboles del bosque, las estrellas brillaban intensamente, aunque esta luz no llegaba al suelo, pues el basto ramaje de los árboles lo impedía.
Abajo, sobre la hojarasca de este bosque, de este nido de aves nocturnas y seres mágicos y abismales caminaba Ronny, un joven músico que seguía el tradicional oficio de juglería, y siempre andaba de pueblo en pueblo en busca de aventuras que contar y recitando poemas épicos a los lugareños que se encontraba; en sus manos siempre llevaba un laúd con el cual provocaba una música encantadora que atraía a su público.
Nuestro joven, ni siquiera se había dado cuenta de que en sus viajes siempre lo seguía un ser mágico y aterrador, pero para poder entender la historia es necesario que el mismo Ronny nos la cuente.
Entonces el joven juglar se acercó al rey de España, dio una nota introductora con su laúd y dijo “no espero que crean mi historia, quizás les parezca un tanto fantástica, pero es tan real como este laúd que toco ahora” y empezó a contar: Fue una tarde fría de diciembre cuando llegué a un pueblo alemán de nombre “Danach”, éste tenía un ambiente aterrador, pues cuando llegué, por la basta niebla que había no podía ver casa alguna, en los grandes árboles que había, se escuchaban los graznidos de los cuervos y el crujir de la hojarasca que aplastaba al caminar; conforme me acercaba podía ver a lo lejos las casas de los habitantes, muchas de ellas parecían deshabitadas, asimilaban la arquitectura gótica, tenían ventanas ojivales, y algunas de ellas torres puntiagudas.
Entonces de súbito un señor de cabellos blancos, de tez lívida y arrugada, ojos azules y brillantes, se acercó a mi y me dijo “qué es lo que viene hacer aquí, váyase, que no ve que consigo viene un ser maligno, ha traído a Lycia”. Pero yo no entendía bien a lo que se refería, así que lo ignoré y seguí mi camino, y para despejar un poco el miedo empecé a tocar el laúd. A lo lejos seguía escuchando la voz del anciano que gritaba “váyase, váyase” y conforme me alejaba de él disminuía el volumen hasta que dejé de escucharlo.
Así fui recorriendo el pueblo, pero seguía sin ver a los habitantes, con excepción del anciano loco que me espantó.
Entonces sentí como si algo me siguiera, sentía una presencia atrás de mí que me jalaba y a la vez escuchaba un ligero crujir de la hojarasca como si apenas la tocaran, como si fueran de alguien que va casi flotando; en acto seguido voltie hacia atrás y no había nada. Por un momento creí que era el viejo loco que me había salido, pero no podría ser él. Seguí caminando y una vez más, sentía un escalofrío, y como si susurraran en mi oído. Traté de apresurar mi paso, pero no podía, era como si una fuerza se apoderara de mí, miraba para todos lados y sólo miraba los gigantescos árboles, la hojarasca, algunas aves, y nada más, pues la niebla me impedía ver los objetos que se encontraban retirados de mí. Como arte de magia la niebla se fue desvaneciendo y el sentir que algo venia de tras de mi también.
Ya estaba por anochecer cuando llegué al centro del pueblo, empecé a tocar unas melodías y a la vez a recitar unos poemas épicos con la intención de llamar la atención del pueblo, pero no salía nadie, era como si fuera deshabitado, como si no hubiera persona alguna.
Así pasaron dos días y seguía en ese pueblo aterrador, el lugar que logré conseguir para dormir era acogedor e incomodo. En las tardes cuando salía a dar el espectáculo, era muy poco el publico que se acercaba para escucharme, era como si tuvieran miedo a salir, inclusive, algunos sólo salían por el trabajo y del trabajo a casa, escuché rumores de que jamás salían de noche, pues temían a un ser que le llamaban Lycia. Otra cosa que me sorprendía era que sentía una debilidad horrible, en ocasiones mis pies no respondían, no podía levantarme, no tenía fuerza de irme de ese pueblo, por las condiciones en que me encontraba ya ansiaba irme de allí.
En una ocasión, cuando me preparaba para recitar, mis ojos se nublaron, y sentía como si fuera a desmayar, me acerqué a un riachuelo que había en el bosque para mojarme la cara, pero terminé por desmayar al ver el reflejo que vi en el agua cristalina: ¡Miré a una doncella pálida y lívida que mordía mi cuello! ¡Succionaba mi sangre! ¡Me robaba la energía! Sin embargo, era bellísima, sus ojos eran verdes y brillantes, sus dientes eran tan blancos como su tez, sus labios eran pálidos pero el rojo de la sangre les daba color, su cabellera le llegaba hasta la cintura y era rizada de un castaño brillante, su vestuario era de una época pasada: vestido guinda que le llegaba hasta los tobillos. Lo curioso de todo esto, era que no la podía ver a simple vista, y no sentía dolor cuando la doncella succionaba mi sangre, ni siquiera percibía que mi sangre saliera de mí. Sólo pude ver dos pequeños orificios que ya estaban desapareciendo.
Cundo me recuperé del desmayo, estaba muy exaltado, y lo único que deseaba era irme de ese pueblo maldito, de ese pueblo lleno de vampiros que se estaban alimentando de mi, y eso respondía el por qué me sentía débil, y sin fuerzas. Así no podría escapar de ese lugar.
Me fui caminando con dificultad, pero conforme me fui adentrando al bosque fui recuperando las fuerzas, era de tarde, pero pronto oscurecería, así que decidí caminar lo más rápido posible, casi corriendo. Mientras hacia eso, iba cantando una vieja canción que había compuesto cuando era niño, y la iba repitiendo una y otra vez:
En su alma cautiva solo hay soledad,
en su cuerpo muerto hay eternidad.
La luna canta una triste versión,
y el sol es una ilusión.
Así es como me fui del bosque, era como si el ver a Lycia hubiera roto el hechizo, pues de la nada recuperé las fuerzas y pude salir de ese pueblo. Y ahora que ya ha pasado tanto tiempo de eso, aún veo reflejada su imagen en el riachuelo. No sé que haya pasado con ella, quizá ahora este bebiendo de mi sangre como si fuese mi ángel guardián.
Eliseo Guillén |