Sus dedos machacan ágilmente las teclas mientras sus ojos se sumergen en el horizonte limitado de diecisiete pulgadas que tiene al frente. Los caracteres prediseñados en Times New Roman que aparecen como por arte de magia para responder sus palabras, desfilan como presurosas hormigas electrónicas y eso lo traduce su cerebro para degustar al instante un saludo, un elogio o una broma. Su rostro está impasible mientras es bañado con los tonos azulosos de la pantalla. Allí, a miles de kilómetros de distancia se encuentran sus amigos y el desearía estar junto a ellos disfrutando de su cordialidad que sólo se traduce en palabras hiladas y apostrofadas a propósito, de sus risas que sólo son un simple jajajajajaja dibujado en rítmica cadencia y de sus voces desconocidas e imposibles de imaginar. Está las veinticuatro horas del día atisbando ese firmamento vítreo para sentir un cosquilleo en su corazón cuando un mensaje aparece en el costado inferior derecho de la pantalla explicándole que fulano de tal ha iniciado la sesión. Cada noche sueña con rostros hipotéticos que le hablan con acentos oníricos, viviendo realidades absurdas en una argamasa informe de acontecimientos difusos. Poco recuerda de esos sueños pero no le importa, sabe que son sus amigos quienes le vienen a visitar y a contarle sus cuitas y despierta alborozado, se levanta de un salto y corre al computador, lo enciende y sin asearse ni desayunar siquiera, emprende su cotidiano viaje por los códigos precisos de la red.
Hace muchos años que permanece sentado frente al aparato. Sus amigos aún están allí, sus sueños siguen reflotando la misma sustancia gelatinosa de hechos amorfos, de rostros vacilantes y voces sin acento. Muchos años de vigilia, de insomnio, de inquietud. Algunos de esos lejanos amigos han fallecido, otros han abandonado el teclado debido a los estragos de la tendinitis o la artrosis, unos han enloquecido y los menos residen en cómodos asilos de ancianos, disfrutando de simples ensoñaciones. El es uno de ellos y permanece encorvado pero digno frente a ese computador pasado de moda y que ni siquiera funciona. Sin embargo, los ojos nublados del hombre aún visualizan esas letras pequeñas que desfilan rítmicamente, como ejército de hormigas, para trazar aquellos mensajes de amor y cordialidad…
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