encuentro y espera
Llegó un rato antes de lo acordado, y ella lo hizo pasar a su oficina, le señaló un asiento, y con un gesto de la mano, le indicó que la esperara allí. Luego, con pasitos ligeros se acercó al escritorio, y continuó con la conversación telefónica.
Él la miraba mientras se acomodaba en el sillón.
Ella se volvió y le hizo otra seña hacia el tubo, enarcando las cejas. Era un pesado el del otro lado. Después, tornó hacia la ventana.
Él contempló su largo cuello, sus hombros delgados, el gesto de recoger el cabello en la nuca.
Ella volteó, lo miró con intensidad y tapó instintivamente la bocina del teléfono, como si se le hubieran escapado vibraciones hacia allí.
Él le sonrió, inclinándose hacia delante. No sabía si ponerse de pie y acercarse, o mantenerse en esa posición contemplativa, que no le disgustaba.
Ella parecía estar terminando con el parlamento; de pronto giró, y, mano en la frente (caray, ¿cómo me olvidé?), le señaló la máquina de hacer café.
Él acordó con un gesto de la boca que completó con la cabeza, y sirvió uno. Apuntó hacia ella, y con dos dedos le ofreció la bebida.
Ella estiró largo el índice libre y lo meneó con energía. Luego se tomó del epigastrio, justificando el rechazo. Colgó y se le acercó con pasos rápidos y cortos, Se inclinó para besarlo, y cuando él intentó tomarla de los hombros, ya se escabullía hacia la puerta, haciendo señas intermitentes con la palma de la mano.
Él respiró hondamente y saboreó el café.
Al rato ella regresaba con otra persona. Discutían. Cuando lo miró, ella le pedía disculpas con la mirada fija y brillante.
Él se encogió de hombros, intentando minimizar la situación.
Ella salió, detrás de la otra persona, y luego cerró la puerta. Tras el vidrio, él verificaba la intensidad de la discusión. A ella se le había encendido el rostro y sus ojos fulguraban de indignación.
Él pensó que antes de ir a cenar sería mejor dar un paseo. Caminar por las veredas con escaparates bonitos seguramente la relajaría.
Ella regresó a su oficina. Se acercó al escritorio y apoyó los brazos, extendidos sobre los puños cerrados. Temblaba. Encogió el cuello.
Cuando él adivinó los sollozos, se acercó, le tomó los hombros con ambas manos, y suavemente la hizo volverse.
Ella bajó la vista al girar; se negaba a levantarla.
Él le tomó de la barbilla delicadamente, y buscó sus ojos irritados; la humedad se le escurría por la nariz, que hacía un leve burbujeo, muy rosada.
Ella hizo una mueca buscando sonreír, al tiempo que procuraba secar ojos y narices con los puños de la camisa.
Él la atajó y absorbió con los labios aún con el gusto del café, la salada humedad de la cara.
Ella sonrió más abiertamente, y dos hoyos se formaron en sus mejillas.
Él hizo un gesto con la cabeza y le señaló la puerta.
Ella aceptó, recogió sus bártulos del escritorio, de la percha y salieron.
Cuando pasaron frente a un escritorio ocupado, ella hizo un gesto hacia adentro de la oficina con el dedo medio, y al salir largó una carcajada.
Él elevó a medias un brazo arqueado, y ella se colgó literalmente de él.
Caminaron ágilmente hacia el ascensor. Esperándolo, se besarían por primera vez en el día.
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