El agua está turbia, es difícil ver el cardumen de peces negros que se mueve constantemente de la orilla hacia acá, de acá de nuevo hacia allá. Aunque trate de olvidarlo pensando en otras cosas…, me es imposible. Estoy confundido. ¿Qué pasó realmente? Nadie conoce la verdad, y si nadie la conoce, tal cosa no existe, solo versiones de miradas afectadas por sus realidades. Y cada realidad es distinta, como las verdades, o mejor dicho: como las versiones. Puede que la verdad y la realidad sean lo mismo, depende de donde se mire. Desde mi punto de vista: sí, son la misma cosa. Bueno, me aburre enredarme en mis pensamientos.
Lo que pasó es simple…, pero si es simple, por qué no se encuentra una condena al responsable que aún no sabemos quién es. Bueno, mi opinión, aunque poco vale para los demás, es que lo que se ve simple engaña, siempre hay algo oculto en que meterse y enredarse hasta ahogarse.
En realidad no veo agua ni peces, sólo los imagino para salir de mi depresión.
Esto no es lo que importa. Repaso lo que pasó, ojalá vea algo nuevo y pueda encontrar algún responsable de su desaparición, se que si todavía existe algún culpable se lo condenaría justamente, aunque se podría pensar que si la verdad o la realidad no existe, la justicia sería nada más que una palabra para hacerle creer a la gente que se hace lo correcto con los supuestos victimarios, y ésta se quedaría tranquila, satisfecha; sé que cualquier sanción será suficiente para perjudicar al engendro que se apoderó de mi hijo, cualquier pena enseñará al sujeto a hacer lo correcto si el sistema le da otra oportunidad. Pero, ¿qué es lo correcto?, es, en este caso, acciones perfectas que hacen mal a nadie, cosas o situaciones sin defectos; pero nadie no tiene defectos o hace las cosas perfectas. Me miro, soy un necio, aún seguiré identificándome así hasta no encontrar ese cuerpo con alma que me arrancaron. Era sólo una fruta que no llegó a madurar, que necesitaba el calor, la protección y la savia dulce que el árbol con sus raíces le daría a través del tiempo.
La televisión no me entretiene, ya no, sino que atenta contra mi realidad, esa que he construido paso a paso con mi experiencia; atenta contra aquella realidad falsa construida por aquellos sentimientos que me acompañan durante este camino oculto con miles de posibilidades, y uno sólo va a la deriva, lo lleva la corriente. La televisión absorbió mi religión y mi inocencia. Ahora no tengo de donde sostenerme, no tengo aquel hombro espiritual en donde apoyarme y consolarme. Siento una gran necesidad de de esfumar este dolor que me desarma en la oscuridad, lejos de todos, aquí solo con mi soledad paternal esperando su llegada.
Tan sólo pido escuchar su voz, aunque sea por un instante. No soporto la espera. Cada atardecer siento su voz, esa voz grabada en mi memoria, ese desgarrador recuerdo, ese: “¡Papá, tengo miedo, yo te quiero, por favor no me dejes…!”. Sólo tenía tres años cuando me lo arrebataron de mis manos y lo privaron del amor, de la libertad…
La oscuridad que mi mente presenció en ese momento no me dejó ver quién cometió semejante error.
Tres años después una gota de cianuro rueda lentamente por su boca pálida, esa que nunca pudo expresar tal dolor reprimido en su interior.
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