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OTRA CON DIOS

Omar G. Barsotti

Del primer encuentro con Dios me había quedado una molesta sensación. No gran cosa. Era algo incisivo que me viboreaba por dentro, como si hubiera dejado algo por hacer o decir o al menos pensar. El había estado benevolente conmigo. Conversamos amigablemente y escuchó con paciencia mis dudas, pero a la vez sentía que se me había impuesto. No cualquiera habla con Dios.
Con esta inquietud me aparecí, como casualmente, por su montaña. La piedra del trono estaba solitaria y algo polvorienta.. Decidí bajar al valle. Quizá Dios estuviera por ahí, ocupándose de sus criaturas.
Pero a mitad de camino algo me detuvo. Un golpe en el pecho, una garra en el corazón, una presión cortante en el estómago. De pronto, sentí una lacerante honda de dolor y desesperación ascendiendo desde la multitud desconcertada y hostil, que antes viera indiferenciada y remota.
Ahora el caos tenía rostros, rostros humanos. Presencias, existencias gestadas del anonimato de la masa indiferenciada, del mero número, naciendo como identidades individuales, retorciéndose impotentes entre el miedo y la furia. Sus terribles y contradictorios sentimientos eran una ola ardiente, un hondo terror paralizante.
Retrocedí, comprendiendo, sin transición, su verdadera condición: eran criaturas inocentes clamando desesperadas, incapaces de entender el motivo de la tortura a que les sometía la vida. Tuve un estremecimiento de piedad.
Retorné a la roca del trono lentamente, con el corazón pesado.
En ese instante, apareció Dios. Desnudo. Al verme hizo el pase mágico y se vistió.
- ¡Un traje de Armani! – me sorprendí.
- Así es. Un modelo único. ¿ te gusta?.- comentó con garbo.
- Si, por supuesto, pero esperaba verlo con la toga tradicional.
-¡Oh! estás pasado de moda, mi amigo. Ese atuendo iba bien para Moisés, pero hoy por hoy esto es elegancia. Pero, ¿qué hacías allá abajo?.
-. Dios, la verdad, lo que he visto, lo que he sentido, no quiero ofenderte, pero no lo entiendo – dije un poco atropelladamente.
-¿Qué es lo que no entiendes, jovencito?.
- El sufrimiento – expliqué señalando al valle - Me parece vano.
-¿Vano? El hombre ha de exculpar sus pecados con dolor. La culpa exige un castigo. La ingratitud debe ser sancionada.
-¿Por qué?
-Las cosas deben ser de alguna forma,.Sino fuera así, volveríamos al caos.
-¡El caos!, ¡eso! – dije señalando el valle - ¿te parece orden?.- Grité sin medir las consecuencias.
-¿Qué supones que he de hacer? – inquirió con aire divertido poniéndose cómodo en el trono de roca.
- Salvarlos. Liberarlos. Creo que eso sería bueno.
- Pero no sería justo. El sacrificio los libera - aclaró mientras alisaba la raya de su pantalón de seda china.
- Me refiero a hacerlo gratuitamente. Desinteresadamente, por amor. Por compasión.
- Han tenido mi perdón oportunamente. Pero no lo aprecian. Unos, simplemente, se convierten en santurrones, pero eso no sirve, y es aburrido - bufó con impaciencia
- La mayoría – continuó - opta por promover el cumplimiento formal de lo que alegan son mis mandatos, y que son, al fin y al cabo, ritos de su invención cuya inobservancia es motivo de duros castigos, y obviamente, instrumentos de dominación. Otros, persiguen y martirizan, en mi nombre por supuesto, a los pecadores, haciéndoles a estos lo que sienten les corresponde a ellos, cumpliendo su condena en carne ajena.
- ¿Pero que sentido tiene permitir esas cosas?.
- Así debe ser.
-¿Cómo así debe ser?- creo que soné sorprendido y no pude evitar la conclusión: Entonces, no eres Omnipotente- alegué con atrevimiento -. Si las cosas deben ser de una manera, existe algo superior que determina, por encima de tu voluntad, como han de ser.
-¡Por los cielos!, ya sabía yo que me ibas a traer problemas.
-Si. Yo también lo sabía porque no entiendo todo este sufrimiento. No puedo pensar que te da placer vernos sufrir. Sería terrible. Sería…- dudé y agregué: el colmo de la desilusión, la muerte de la fe..
Dios quedó pensativo durante unos instantes que quizá para él eran eones.
- ¿Piensas acaso que no son culpables?
- Lo son, sin duda, tanto las víctimas como sus victimarios. Pero, Dios mío, sólo representan el papel que les has asignado.
- De ninguna manera. Para eso les di el libre albedrío.
- Y el deseo, y el miedo, la angustia y…
- Y la alegría, la felicidad. No te olvides.
- Si. Y la angustia de perderlas. ¡Linda ganga!.
- Y el amor, no lo dejes de lado.
- Y los celos y la ira y el odio, y la ambición, la avidez y la envidia.
- Y el perdón, la comprensión, la tolerancia, la misericordia, la caridad. No lo ignores.
Caímos en un largo silencio. Una tregua, como si camináramos por el filo de un abismo y temiéramos precipitarnos a un oscuro vacío sin retorno.
Dios me miraba. No con los ojos, que vagaban a lo largo del paisaje, sino de la otra forma, aquella que nos enseñaron de pequeños para evitarnos tropezar con el pecado.
- ¿Qué estás buscando, Roberto?- inquirió por fin - .¿ Qué quieres, realmente?..
- Tráenos al mundo, pero libéranos de sus penurias – rogué.
- ¿Felicidad gratuita para todos?.
- Si. ¡ Eso! Sin excepción – musité esperanzado.
- No. Sería como si no existieran.
- Es decir – dudé – que en tu opinión debemos sufrir para ser. O quizá que somos para sufrir.
- Algo así. Aunque no es necesario sufrir, tan solo elegir acertadamente. Lo que para algunos implicará algo de sacrificio, pero que los haría finalmente felices..
- Eso no funciona. No funciona ni bajo la amenaza del fuego del infierno. ¿Pero es que no me explico?. No puedo creer que el espíritu sádico de algunos de tus adoradores sea un reflejo de tu propia falta de compasión.
- No te pases – me advirtió ominoso.
- No importa. No es el castigo del infierno lo que me parece cruel, que muchos se lo han ganado. Sino de esto que veo allá abajo: los millones de instantes de desazón, de tristeza, de desilusión, de lóbrega depresión, de humillación, de lágrimas, de gris angustia, de cruel incertidumbre, de elusivo amor, de desesperanza, de culpa sin perdón, en las almas de millones de hombres, mujeres y niños que están en el mundo como rehenes inermes.
No respondió y me quedó mirando como si sondeara los resquicios de mi alma. No me amilané. Estaba limpio de temor. Poco a poco había llegado a un punto sin retorno:
- Algo de compasión nada más – insistí con voz enronquecida – una pizca. ¿Por qué te cuesta tanto? No puedo concebir que tengas el corazón más duro que el espíritu condenado y acorazado del propio Demonio. ¿Cómo puedes estar tan definitiva y absolutamente esclavizado por la indiferencia?
- ¡Basta! – estalló iluminándose como una tea.- Estoy harto de clamores y Jeremiadas. El hombre tiene lo que se ha ganado.
- Lo que le has dado.
- Lo que le di lo desperdició, pero la deuda queda. Debe pagar.
- ¿Pagar?. Hablas como un banquero.¿Pero quien pagará?. ¿Cómo es posible creer que esos que están sufriendo en vida hayan recibido algo más que una existencia miserable?.No te deben nada.
- ¡He dicho basta!.
- No me asustas -. Respiré hondo - Me voy. Te dejo con tu sórdido mundo del que has desterrado toda ilusión.
Camine cuesta abajo con el paso de un animal malherido pero furioso.
-¡ Vuelve aquí! - tronó -¡No te atrevas a quedarte con la última palabra!.
Me detuve, lo miré y respondí con el corazón destrozado :
-¡Bah¡¡Vete al diablo¡.

FIN

Texto agregado el 20-07-2007, y leído por 106 visitantes. (0 votos)


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