Ay pequeña, como extraño oírte cantar, sentirte amenazar cada vibra de mi cuerpo, procurar apoderarte de mi ser. Si tuvieses ahora vida, te regalaría mis ojos para que puedas ver la miseria que provoca tu enojo. Quien sepa tu inspiración, quien se acurruque en la noche bajo la luna y te aúlle, te llame desesperado hechizado por el dolor… Ay pequeña, quien te sepa encontrar. Aún espero tu respuesta, espero aún que te vuelvas a incrustar en mis venas, a corroerme bajo las arterias. Quien te espere eternamente, ay quien te ame y soporte tu fiebre. Yo me deshago al verte, sentirte parte mía, de mi esencia. Cae lluvia sobre cristales irrompibles y sos vos la única que busca estallarlos e incrustar los pedazos en aquellos que te llaman aullando. ¿Por qué la molestia? Una niña tan pequeña y bella. Te buscan los lobos para poseerte, y jugas a ignorar la sed que tienen de tu sangre. Luego me miras a mí, con ojos de inocencia y yo no sé qué hacer, si arrancarme la vida y dártela o dejarte inanimada guardada en mi cabeza. Porque te pierdo con cada seducción, los lobos y su sed insaciable de devorar un cuerpo joven, casi infantil. Ay pequeña, ¿Qué vas a hacer con esos cristales que rehúsan romperse? Quien te ayude a quebrarlos cómplice de un asesinato, o de mil. Quien sintiese tu alma en llamas, quien escuchase tu corazón que grita por auxilio y solo recibe exilio. Quien sepa en verdad quien sos, quien sabe, quizá seré yo. Y es ahora que vengo a darme cuenta de que tengo la boca reseca, de que estoy aullando bajo la luna y tengo cristales clavados en la cara. Pero no importa, yo me acurruco y sigo esperando desesperada por tu cuerpo, por tu sangre inocente de la cual beber, adueñarme de tu juventud, de tu ser. |