Para la gran Anémona Esopo
La princesa Grórida se desvivía por conservar su juventud a toda costa. Por lo mismo, en el staff de personajes a su servicio, contaba con dos cirujanos estéticos prestos a corregir cualquier atisbo de arruga que apareciese por su terso rostro. Su residencia en el desierto de Chile, rodeada de palmeras que le daban el aspecto de un oasis de cuento, era visitada por nigromantes, hechiceros y magos, sabedores todos ellos de los caprichos de la bella dignidad, que pagaba lo que fuese por conservar su hermosura y lozanía.
Una terrible y desconocida enfermedad asoló la comarca, matando a casi todos los residentes del castillo. Uno de los brujos que se hacía nombrar Mastusal, leyendo en las aguas del gran pozo, recibió la información que la peste era una maldición enviada por una envidiosa bruja que habitaba en el Altiplano y dicho mal en pocos días acabaría con el feudo de la princesa. Esta, aterrorizada por la noticia, pidió que los hechiceros le dieran una solución urgente al asunto y todos los personajes se abocaron a la tarea de complacerla. Mastusal llegó a la conclusión que la maldición hecha peste atacaba solamente a los seres humanos pero de ningún modo a los animales. Entonces propuso lo siguiente. A los sabios, hechiceros y brujos, se les transformaría de tal forma que parecieran gatos, perros, huemules, camellos o pájaros de tal suerte que la peste pasara sobre ellos sin ni siquiera tocarlos. De ese modo asegurarían su supervivencia y la princesa podría contar con sus valiosos servicios. A Grórida, con el dolor de sus corazones, se la transformaría en algo indefinible, en un ciervo-gato, en un perro-ardilla o en un murciélago cucaracha para protegerla de la maldición.
En cosa de horas, un gato y un perro, que eran los dos cirujanos que se habían operado mutuamente, bisturí en mano, se dedicaban a cambiar las hermosas facciones de la princesa para transformarla en un engendro horripilante que no era ni chicha ni limonada y que luego fue escondida en un gran catafalco de arcilla..
Más tarde, los sobrevivientes esperaron sentados en palacio que la peste pasara por su lado para seguir de largo en busca de los pocos infelices que habían escapado de sus garras.
Una especie de vaho rojizo penetró en la gran habitación y ellos se quedaron inmóviles y seguros de su invulnerabilidad. Pero no contaban con un asunto que no habían considerado. Por muy animales que pareciesen, su genoma era esencialmente humano y eso fue detectado por la peste que en pocos segundos acabó con ellos. Luego, el humo rojo se filtró por cuanta rendija encontró a su paso, alcanzando también a la pobre princesita que corrió la misma suerte.
Esta historia sucedió hace miles de años y se ha sabido hace muy poco tiempo del hallazgo de un ser extrañísimo encontrado en el norte de nuestro país. Se han cruzado variadas hipótesis, cual de todas más descabellada, lo que habla muy bien del eficiente trabajo realizado por los cirujanos de la princesa Grórida.
|