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El mismo panorama de siempre sintió una hermosa criatura. Se aburrió de tanta santidad monótona. Dedicó su vida a desplumar sus alas y arrojarlas sobre el agua que bebía la humanidad. Cambiaba de ánimos a cada instante. Sentía felicidad extrañas veces, pero nunca un placer duradero que le diera sentido en la vida. Es por eso que decidió caerse a la tierra allá abajo, cuando quitaba una por una sus plumas, escribía su destino en hematomas sobre su inmaculada piel.

Un golpe fuerte sintió cuando besó la Tierra, y sus labios quedaron manchados con el excremento de huesos, sangre y carne. En el suelo quedó escrito su destino, aún cuando no había necesidad de hacerlo, pues el polvo de la tierra nunca fue papel para notas y recaditos de la imaginación resentida. Se precipitó sobre la materia, y manzanas y serpientes le fueron sus aliados, y él su esclavo contratista; la tortilla de su almuerzo comenzaba a darse vuelta sin que hubiera un sirviente para comprobar que estuviera envenenada. Su vino fue su propia cólera, y lo derramó sobre la alfombra que lo besó, y de allí le nacieron viñas para producir su fruto, del cual no comería, sólo lo usaría para vender su escarlata líquido a los bastardos que le nacieron de sus anormales relaciones, y que habían vendido sus riñones a su padre para permitírseles tocar parte de las ganancias de la expansión de la empresa, por doquier; malditos hijos del engaño repartidos en un lugar tras otro sin un apellido claramente establecido. Sus gargantas estaban secas, y sus manos llenas de reservas de una amplia gamma de licores. Las plumas de sus alas se alejaban de las costas mientras tanto.

Allá iban sus sueños impregnados de un pasado poderoso y significativo. Acá ahora estaban las semillas de las uvas cayendo en cualquier tipo de terreno, sembrando formas de manejar las ganancias y poniéndoles nombre a los disfraces de los “ustedes pueden” y “sigue a tu corazón”. El suelo no sabía de identidades, sólo se le restringió su matriz para que no florecieran rosas de un fatídico color, y la criatura desalada no las pudiera cortar para presentar su romance ante alguna masa rocosa y establecerse firmemente. Después de todo, allá quedaron sus plumas flotando sobre charcos “Tartarianos”, y con cada día que pasa, cada una de ellas se hunden hacia el insípido negro profundo al son de una canción condenatoria que fue escrita con perfección y pulcritud, con justicia y valentía, para que nunca más un ángel caído copule con el polvo vivo de la tempestad subordinada.

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Texto agregado el 18-07-2007, y leído por 193 visitantes. (1 voto)


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