Hola chicos, aquí les dejo un cuento de regalo por el día del amigo. Yo ya me estoy yendo a un encuentro de escritores lejos de mis amigos, sin falta comenzaré a leerlos a mi regreso. Espero que pasen un excelente día junto a sus amigos y que disfruten de corazón la dicha de tenerlos.
Un abrazo enorme y aquí va mi regalo a ustedes, el primer cuento que escribí:
¿Por qué existen los amigos?
-¿Por qué existen los amigos? -preguntó Teodoro a San Pedro, reposando sus alitas, sentado sobre un girasol en el jardín de la Eterna Alegría. (Teodoro era el angelito más pequeño y travieso del Cielo).
-Los amigos existen para ayudarte y apoyarte. Son los que te escuchan, te respetan y te aman por ser lo que sos.
-¿Sabe? pregunté todo el día y me dijeron mil cosas hermosas. Y a pesar de eso, aún no entiendo bien -dijo con su pequeña frente arrugada de incertidumbre-. Me voy, pero esta tarde vengo a ayudarle a correr los muebles para los efectos especiales de la tormenta -se despidió Teodoro.
Como tenía las alitas cansadas se paró junto a María y, tan pequeñito, le tironeó el vestido para que se diera cuenta de que era él quien hablaba, y preguntó con esa voz graciosa de niños pequeños:
-Ma, ¿por qué existen los amigos?
María, tomándolo en sus brazos, se acomodó en un puf de nubes arreglándole los rulitos alborotados, y sonrió al verlo con los cachetes rojos como un tomate de tanto corretear.
-Los amigos existen porque siempre necesitamos otro corazón para compartir tiempos de gozo y de tristeza. Y para tener con quien recorrer el camino -contestó serenamente.
-Entiendo -contestó pensativo, pero en su corazón la llama del misterio por ese sentimiento quemaba sin descanso.
-Mirá, Teo. Creo que lo mejor es que hables con Dios. Él tiene todas las respuestas, es a Él a quien debiste recurrir primero. Porque te Ama, y conociéndote como te conoce va a calmar tu pequeño corazón y darle una respuesta.
-Tenés razón ¡Gracias, mami! -se despidió con un abrazo y un enorme besote con ruido, de ésos que tanto le gustan a ella-. Después vengo a tomar la leche.
La inquietud de Teo lo había llevado a recorrer el Cielo entero y, entretanto, ayudó a unos angelitos a salpicar acuarelas en el alba; con otros sacudió las nubes haciendo garuar finito sobre los campos, y también jugó un rato con un globo de gas que a Alessandra, del Brasil, se le había escapado.
Ya se acercaba al Huerto de Dios, cuando imprevistamente se asomó por una ventanita de nubes al mundo. Allí, en la tierra, llamó su atención un niñito de unos ocho años en el costado de un potrero, observando a otros niños jugar (tenía los ojitos más tristes que jamás había visto). Miró un poco más lejos, cinco cuadras más allá; allí vio el futuro de ese chiquito que ya había crecido y permanecía solo, porque la vida había sido dura con él y prefería esa soledad a salir más lastimado.
Triste y apesadumbrado lo encontró Dios, Tata Dios, como le decía Teodoro de cariño.
-Hola, Teo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara tan larga? -preguntó Dios, porque el querubín había encogido las alitas que regaban plumitas de tristeza, y estaba a punto de romper en llanto.
-Yo quería saber por qué existían los amigos -pero la pena lo venció-. Acabo de ver un niñito en la tierra que estaba solo y triste. Los años pasaron y seguía igual. ¿Por qué, Tata? -preguntó lleno de angustia, porque los angelitos chiquitos como Teo, por su pequeñez, desconocen muchas cosas de nuestro mundo.
-Mirá, vos acá estás rodeado de amigos: los ángeles y santos, los mártires, María, y Yo que siempre y para siempre voy a estar con vos. Pero en la tierra no siempre hay amigos que adviertan tu soledad y la alejen -respondió Dios, secándole las lagrimitas con un pompón de nube.
-Sí, pero… ¿No podemos hacer nada para ayudarlo? -preguntó Teo conmovido.
-Podemos, Teo. Pero no es simple -contestó el Tata.
-¿Entonces? -preguntó el querubín.
-Podríamos mandar a alguien -contestó Tata Dios.
-¿Yo puedo ir? -preguntó Teo con tal carita, que casi derrite las nubes alrededor, mientras salpicaba con su llanto las pantuflas de Dios que permanecía pensativo, y las plumas de Teo continuaban cayendo y llegaban a la tierra: una para un niño en un parque, otra para doña Teófila que colgaba la ropa, otra más acá, otra más allá. Era una sutil lluvia de plumas. (¿Seguro que más de una vez vos viste caer alguna del cielo y te preguntaste de dónde venía, no?).
-¿Sabés, Teo? Todo ángel alguna vez mira el mundo y ve alguien solo, y baja a la tierra dejando sus alas. ¿Por qué existen los amigos, me preguntaste? Existen porque en la tierra no hay ángeles alados. Los amigos habitan desde siempre tu corazón y calientan tu alma, como ángeles. Por eso, podés ir a la tierra. Allí nacerás, y crecerás y cierto día encontrarás a un niño junto a un potrero, con la carita triste. Y vos mismo, sin saber por qué, lo vas a invitar a jugar y él nunca más estará solo, y vos, en el fondo de tu corazón, entenderás por fin por qué existen los amigos.
Fin. |