todos decían que era hermosa, pero, para mí, era una chica como tantas y nada mas. el mundo seguía su marcha. mis padres me dieron gran educación y yo aproveché todo su esfuerzo. llegué a ser un buen doctor. recuerdo a mis padres mirándome a los lejos, orgullosos, llorosos, mientras el director de la universidad me entregaba mi título. el tiempo pasó, conseguí un buen empleo, gané dinero y devolví a mis padres todo el esfuerzo que habían metido en mí. les compré una casa, los mandé de viaje por todo el mundo, etc, etc. yo estaba contento con lo que hacía. venía un paciente y lo atendía. si tenía dinero, le cobraba; si no, no le cobraba. me hice famoso por lo misántropo que era. nunca me compré auto ni casa ni nada. vivía en a parte posterior del hospital, en un cuartucho, aunque me daban mis comodidades como libros, viajes de especialización, etc. estaba tranquilo cuando una mañana, mi madre y mi padre, entraron al consultorio y me dijeron que querían tener nietos. los miré de arriba abajo y por primera vez en mi vida les dije que salieran del consultorio, estaba ocupado y no tenía tiempo para escucharlos, que otro día hablaríamos. el tiempo pasó. mi madre murió, luego mi padre, pero, antes de morir, tuvo la osadía de pedirme un nieto. le prometí que lo haría, luego, con una sonrisa estúpida, murió. quedé solo en el mundo. yo y mis pacientes. pero, ahora había algo mas, una promesa, y una a mis muertos. al principio no le hacía caso pero era como si deseara ir al urinario y postergara ese momento para mas y mas tarde... una noche no aguanté mas y salí decidido a embarazar a una mujer, por supuesto que antes la haría mi novia. en esas estaba cuando una tarde vino la chica que según mis padres, era la chica mas hermosa de la ciudad. la atendí y me dijo que acababa de separarse y deseaba tener una relación. le dije, sin aspavientos, si deseaba ayudarme a cumplir una promesa. me miró extrañada y me dijo de qué se trataba. le expliqué. sonrió y dijo que me ayudaría. nos casamos luego de divorciarse de su último compromiso. la mujer ya tenía dos hijos. y esos fueron mis grandes amigos. pues, se ocupaban de distraer a su madre por todo el país. tuvimos un hijo, luego otro, y otro, y otro. al final, tuvimos cerca de diez hijos mas. y todos eran hombres. no sé por qué, siempre anhelaba una mujercita, pero nunca pude conseguirle. ya al último hombre, renuncié. yo seguí trabajando y viviendo en mi cuartucho de la parte posterior del hospital y mi esposa e hijos ya les había comprado una casa con empleadas, etc, etc. ellos eran felices, yo, no sé, simplemente vivía atendiendo a mis enfermos. una noche, uno de mis pacientes me llamó. estaba a punto de morir. me preguntó para qué valía la pena vivir. no lo sé, respondí. volvió a preguntarme si valía la pena morir. le miré los ojos que lentamente se apagaban y miraba sus grasosos cabellos, su pálida cara y esos dientes amarillos que estaban casi colgando de su boca. bajé la mirada y no supe que decirle. de pronto, el paciente, lloró y me hizo prometerle una cosa. me pidió que cuando muriese, echase todo mi cuerpo a los perros, así como carne cruda... pensé que desvariaba, pero no, no desvariaba. le dije que sí, que sí lo haría. el hombre sonrió y con sus huesudas manos me acarició mi cara... sentí escalofríos, luego murió. ya estaba por llamar a sus parientes que no eran muchos cuando recordé la promesa, esa bendita promesa y me pareció ver su cara en toda la oscuridad del cuarto. temblé y supe que debía cumplir mi promesa. lo corté en pedazos y lo eché en una bolsa y lo tiré en un basural, junto a cientos de perros vagabundos de la ciudad. aún recuerdo ese momento, era extraño pues creí que estaba enloqueciendo. regresé a mi cuarto y quise llamar a mi esposa. ha salido, dijeron mis hijos. colgué y supe que debía desaparecer de ese teatro tan extraño para mí. cogí un bus y me fui de la ciudad. antes, dejé todos mis ahorros a mi esposa e hijos. tan solo me llevé mi diploma de médico. llegué a un pueblecito y en él vi a una anciana que vivía casi en mitad de la carretera. le pregunté si podía hospedarme. me dijo que sí. entré y le dije que era médico y que buscaba pacientes. yo doctor, yo, me estoy muriendo, y quisiera morir sin dolor. está bien, le dije. mire mi cara doctor, estoy mal, muy mal... la anciana entró a su cuartito y sacó una foto de ella cuando joven. fue una joven muy bella. la miré y me dijo que deseaba morirse ahora. la miré a los ojos y supe que debía ayudarla. le di un medicamento para que no sintiera nada y quedara dormida hasta que la presión le bajara a cero... eso pasó y luego, la enterré. fue extraño, muy extraño pues casi todos en el pueblo me buscaba para lo mismo. no había un solo niño, todos eran ancianos. pregunté el por qué. me dijeron que todos se había ido a la gran ciudad, que allí serían felices. sonreí y les seguí escuchando. el pueblo, ya casi sin gente, empezó a llenarse de gente nueva. personas que llegaban de otros pueblos y que me buscaban para sanar sus enfermedades. así la pasé hasta que una noche vino la muerte a mi casita en medio de la carretera. me dijo que ya era mi hora. la miré a los ojos. era como un hueco en medio del universo, con una silueta cansina pero suave. le pregunté si en el mas allá existe la belleza. me dijo que en el mas allá no existe mas que el sueño eterno, nada mas... ¿no hay nada?, pregunté. la muerte sonrió y luego me vi entrando en su mirada, viajaba hasta que todo se hizo totalmente oscuro y silencioso, y yo, me hice una parte de esa totalidad... ¿había belleza?. sí, sí la había y esa belleza estaba siempre frente a mis ojos, siempre, siempre, siempre...
san isidro, julio del 2007
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