Permanecían tumbados sobre la hierba del parque. Mediada ya la primavera, el sol y todo lo que había de estrellas para abajo, se estaban portando muy bien por esos días. Y esa temperatura suave y creciente favorecía sus planes de acercamiento, poco a poco, día a día, sin prisa, como el felino que espera, agazapado y paciente, un movimiento falso de su futura presa.
Sólo que en este caso la presa era él, como siempre. Pero de eso no iba a darse cuenta hasta hallarse enteramente bajo sus garras, dulcemente atrapado por el objeto de sus deseos, creyéndose triunfante en su incipiente empresa romántico-amorosa. Porque él era un romántico y un caballero, y lo de andar tirados en el césped aguantando la humedad filtrándose por los poros del vaquero y la camisa… había que aguantar lo que fuera.
-¿Qué haces? -. Ella examinaba con esmero las hierbecillas de alrededor.
- Estoy buscando un trébol de cuatro hojas.
- No existen. Los tréboles de cuatro hojas no pueden existir. Sería una malformación genética de la especie, y el trébol es una especie que se reproduce por bipartición automática del núcleo de la célula de manera que, aunque teóricamente esto podría suceder, su dotación genética sería más débil y en la práctica moriría antes de desarrollarse.
- Ya. Bueno.
Siguió removiendo con la mano, distraída los tréboles más cercanos. Él la miraba, atento, consciente de su posición ventajosa en la materia de los tréboles de cuatro hojas. Había avanzado tres casillas, y se movió unos centímetros hacia ella, aprovechando su decepción.
- Sería una suerte encontrar uno.
- Pues sí. Pero ya te digo que es imposible.
Y en ese momento lo vio, igualito que los otros, ni más alto, ni más verde, pero con cuatro hojas.
- ¡¡Mira!! ¡¡He encontrado uno!! ¿No decías que era imposible?
A la mierda mi teoría sobre los tréboles de cuatro hojas, y lo peor es que no recuerdo dónde la leí. Quizá se refería a otra planta,… de momento, macho, retrocedes las tres casillas de antes, y tres más por gilipollas. Y así aprenderás a tener la boca cerrada.
Se retiró unos centímetros, y empezó a rezar fervientemente para que aquellas pequeñas nubes descargaran todo lo que llevaban dentro: él llevaba gabardina y ella, no. Y él era todo un caballero.
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