el cuento no es de mi autoria, lo quieron compartir con ustedes queridos lectores porque es muy interesante e involucra mi nombre. Espero les guste.
Per el meu petit pecat i el roig dels teus llavis.
(Para mi pequeño pecado y el rojo de tus labios).
Gina vive en “Arran de Terra”, una de las calles más bohemias de Barcelona. Fue hace cinco años cuando nos vimos por primera vez. En aquel entonces, las dos frecuentábamos un foro de relatos eróticos llamado Petardas. Las casualidades de la vida, del caprichoso destino, o quizá empujadas por una fuerte curiosidad entre las dos, hicieron que nos encontráramos aquella tarde en un café de nuestro barrio.
Llevaba más de seis meses conociendo el mundo de Internet. Con ingenua fascinación recorría las letras que unos duendecillos y unas hadas escribían en una pequeña pantalla de cristal y que muchas noches llegaban a mí transformadas en las más intensas emociones. Asombrada leía historias que otros escribían. Provocaban miles de sensaciones en mi. Historias, reales e inventadas, que lograban erotizar mi mente y emocionar a mi corazón. Enigmáticos seres de un mundo virtual a los que no podía ver pero si sentir y conocer, a través de sus historias, de sus palabras. Incluso yo también me había atrevido a escribir algunos relatos. Una noche, Pau, me propuso quedar para vernos en persona y sin pensarlo, para no darle tregua a mi timidez, acepté. Mi primer contacto real surgido a través de esa pantalla mágica. Una cita con una mujer desconocida físicamente, pero conocida interiormente. Extraño efecto inverso al que sucedía en un primer encuentro.
Era una tarde fría de un veintiocho de Enero, en la que me deslumbró sentada frente a mí en aquel café del barrio. Conversamos sobre los relatos de nuestros compañeros del foro, de las pequeñas grandes cosas que nos gustaban. De la vida. Del presente, del pasado y el futuro. De nosotras. Y lo hicimos con absoluta naturalidad, como si nos conociéramos desde siempre. Charlamos acompañadas por la complicidad de nuestras miradas y devorando sonrisas. Nunca se lo dije, pero me ponía nerviosa cada vez que detenía sus ojos en mis labios y los miraba fijamente... Todavía recuerdo como se sorprendió cuando saqué una pequeña libreta que llevaba en el bolso y le pedí que me dedicara un autógrafo. Reímos imaginando juntas el día en que esa primera dedicatoria sería la de una autora reconocida. Desde esa tarde, Gina, se convirtió en mi debilidad.
Rebuscando en el cajón de mis tesoros encontré aquel autógrafo, entre fotografías antiguas, cartas manuscritas de la adolescencia y varios enseres personales; un montón de pintauñas resecos, decenas de pintalabios, botes de colonia casi vacíos, y un puñado de recuerdos que guardaba del pasado. Un desorden ordenado que se mezclaba con objetos del presente. Pequeñas cosas que para mí tenían valor y un gran significado; pedacitos de vida. Escrito en una media cuartilla blanca, cuadriculada, y con bolígrafo azul se podía leer un deseo al futuro. Letras que se podían acariciar: “Ojalá, algún día, como tú dices...” Así empezó Gina la primera línea, seguida de otras cinco más que no voy a desvelar, porque forman parte de uno de los tesoros que guardo en la intimidad de mis recuerdos.
Desde hacía unos meses redactaba la contraportada de una revista de mi barrio “El Racó de Gràcia” (El Rincón de Gracia), publicación mensual de un limitado tiraje pero con un contenido muy interesante. Altruistamente había accedido a colaborar en esa publicación por dos motivos emocionales que me impulsaban y a los que no podía negarme: dar a conocer las jóvenes promesas que vivían en las calles de mi barrio y a la petición dictada por el corazón; el Director de la revista, Joaquim. Un amigo íntimo y una de las personas más nobles que conocía. Joaquim emprendió con ilusión ese reto y él sabía que yo estaría ahí siempre, a su lado, para ayudarle, seguirle y apoyarle en cualquier proyecto que él iniciara. Porque él era así; impulsivo y fascinante. Siempre sorprendente. Y yo, le adoraba.
En el mes de Julio entrevisté a Gorka, el guitarrista de un grupo de rock. Fue en “La Mandrágora”, una casa okupa de la calle Verdi, donde todos los sábados por la noche se hacían conciertos. Y allí, después de tres folios y unas risas, en una habitación alejados del gentío, me enseñó la maravillosa coreografía de sus dedos por debajo de mi falda. El fin de semana que empezaban las fiestas del barrio, en agosto, hice un recorrido por los bares de la Plaza del Diamante, donde los locales ofrecían sus paredes desnudas a la exposición de cuadros de jóvenes pintores. Conocí y entrevisté a Miquel Uribe, un artista cimarrón, con una escandalosa imaginación que se transformaba en la más excéntrica pintura.
Y Gina, ella sería la entrevistada para mi contraportada del mes de Septiembre. Su marcado acento catalán contrastaba con el mío, también de la misma tierra, pero con un deje puramente andaluz. Sólo me bastaron veinte segundos de conversación a través del móvil para obtener una cita con paulineenlaplaya, pseudónimo que utilizaba en la red. La red, esa enorme pecera de cristal donde nadaban todo tipo de peces que adoptaban diferentes formas, tamaños, y colores imaginables, dependiendo como los mirases y ellos te dejaran ver. Eran peces de ciudad, unas veces civilizados y otras... apasionadamente salvajes o salvajemente apasionados.
Siempre me pareció un mundo mágico, donde todo se intensificaba y las sensaciones se magnifican, hasta tal extremo que muchas veces dudabas si realmente eran personas las que había detrás de un nick. Algunos incluso aportaban un interesante material de estudio para sociólogos y psicólogos. Muchos otros, la mayoría por suerte, se mostraban con total naturalidad, navegando con un suave balanceo y un carismático encanto que les hacia especiales. Y también existían las especies protegidas y en peligro de extinción. No dejaba de ser el reflejo de la vida misma, de personalidades diversas visto a través de unas lentes de aumento, o quizá simplemente era la percepción de como yo les veía a través de mis ojos, cuando me conectaba por las noches y bajo el influjo de la luna leía las historias de esos mágicos y encantadores peces. Amables compañeros y en ocasiones petardos aventureros.
Gina era auténtica, tan real como los torbellinos que arrasan por donde pasan. “La imposible Gina”, así la definió en una ocasión Edd, mi querido pez ingeniero de agua dulce al que siempre le acompañaban las tiernas polillas. Otro de los autores y pez de agua salada, Dominance, la denominó como “La mujer abanderada”. El tiburón blanco también coincidió en la misma época que nosotras en el foro. A mí me gustaba llamarla “petit pecat”, o simplemente por su precioso nombre: Gina.
De confidencias, perversiones, y casualidades no hablaré aquí, aunque existen. Pero no estoy en el sector indicado y corro el riesgo de que me pongan contra la pared y la ley del foro, Thunder, me registre intentando encontrar algún fardo de vicio oculto por mi cuerpo. Lo que él no sabe es que si encuentra el primero, estoy dispuesta a regalarle todas las dosis de vicio que él quiera, a cambio de un vaso de leche tibia para saciar la sed que me produce el toqueteo del cacheo. Y ante los ojos de la observadora Andrea... prometo no caer en la tentación de ponerme mimosa con mis deseos. Seré absolutamente buena, controlaré mi adrenalina, y me portaré decentemente en la zona prohibida a la erótica. No mencionaré palabras obscenas, e intentaré no desviar mi pensamiento a eso que algunos locos llaman amor, hasta el final de éste texto. Después, volveré a ser un ángel ordinario.
Pero volvamos con la protagonista de la contraportada de Septiembre: Gina, la sonrisa de Gina. Ella es el cuarto creciente de la luna, esa medía sonrisa pícara. La simpatía blanca que se refleja en ti en cuanto la miras. Ese encanto me desordenó los papeles y se me nublaron las preguntas que tenia preparadas para la entrevista.
Habíamos quedado a las cuatro de la tarde y yo, impuntual para no perder la costumbre, llegaba con retraso a mi cita. Con la excitación recorriendo mi piel me dirigí a “Il Caffè di Roma”, situado en la Avda. Diagonal esquina con la calle Minerva, el lugar donde nos vimos por primera vez. Sentadas en la terraza, charlamos, bebimos café con hielo y con unas cucharadas de picardía, mientras el sol nos acariciaba el rostro y las palabras fluían entre risas.
En un tiempo en que pocas cosas se hacen por el amor al arte, afortunadamente todavía podemos encontrar algunas personas que recurren precisamente al arte para expresar y volcar en sus obras todo aquello que les inspira el simple hecho de existir. Desde el deseo hasta la emoción, pasando incluso por la obscenidad, las pasiones y los pensamientos, que adquieren vida y un cuerpo en la manifestación de sus ingeniosas mentes y que gracias a ese poder que ellos tienen de transmitirlos, nosotros, hoy, podemos disfrutarlo.
A finales de la primera década del siglo XXI no era fácil encontrar personas con esas cualidades. La actitud en las personas se había convertido en mecanizada, fría, y muchos parecían clones con conductas calcadas, en comportamientos repetitivos, con vidas absolutamente programadas, donde todo parecía perfecto y ellos creían ser felices. No lo eran, por supuesto. Nunca me gusto la perfección en las cosas y mucho menos en las personas. Demasiado aburrido. Me encantaba acercarme a la gente, mirarles fijamente a los ojos y allí ver la sensibilidad, la ilusión y los deseos que eran capaces de transmitir. Era algo que me fascinaba y que muy pocas personas irradiaban. Gorka, el guitarrista de un conjunto de rock; Miquel, un excéntrico pintor, y mi pequeño pecado: Gina, una original escritora. Sin olvidar a mi estimado Joaquim, el Director del “Racó de Gràcia”. Cuatro auténticos artistas de la vida. Cuatro encuentros en la frontera del principio de los sueños, donde sus ojos sí me hablaban de felicidad.
Para romper el hielo entre el entrevistado y yo me gustaba empezar con preguntas abiertas. Donde él, o ella, pudiera contarme y expresarse con total libertad en lo que quisieran decirme. No intentaba invadir su intimidad, sólo vislumbrar a través de palabras. Y descubrir a los lectores de la revista lo que hay detrás de una joven promesa. Que conocieran un poco a esas personas creativas, originales y únicas, que empiezan con la ilusión desbordada en sus obras.
La Sonrisa de Gina.
Gina vive en “Arran de Terra”, una de las calles más bohemias de Barcelona. Fue hace cinco años cuando nos vimos por primera vez. En aquel entonces, las dos frecuentábamos un foro de relatos eróticos llamado Petardas. Las casualidades de la vida, del caprichoso destino, o quizá empujadas por una fuerte curiosidad entre las dos, hicieron que nos encontráramos aquella tarde en un café de nuestro barrio.
Háblame de ti, Gina. De como empezaste a escribir y el por qué escribías relatos eróticos.
Empecé a escribir relatos eróticos cuando mis padres se separaron, en el 2001. Mi psicóloga decía que tenía mucho que ver con las ganas que yo tenía de expresarme. Escribí el primero casi sin darme cuenta, y sin saber muy bien por qué lo hacía, creo que sólo quería saber si era capaz. Escribí un bodrio. Aún así, alguien escribió a mi correo diciendo que le había gustado, que continuará haciéndolo. Y decidí hacerle caso. Luego empecé a disfrutar con ello y con los comentarios que recibía.
Para ti es importante lo que comenten los lectores en tus relatos. ¿Te hace plantearte en como será el siguiente?. ¿Te surgen ideas con sus opiniones?. ¿Aprendes con ellos?.
Es importante, sí. Me gustan los comentarios que la gente deja a mis relatos, sobre todo aquellos que me marcan cosas que se pueden mejorar o los que te dan una felicitación sincera. Las adulaciones me marean. De los comentarios que han podido dejar en mis relatos, no creo que haya surgido ninguna nueva idea, pero sí que han aparecido, a veces, hablando con los dueños de dichos comentarios.
Cómo son tus personajes... ¿reales, inventados?. ¿Cómo surge la idea de una historia y cómo es su desarrollo a través del relato?.
Mis relatos surgen desde una frase, una situación, un sueño, una conversación, un sentimiento... Y en todos hay mucho de real, de mí. Colores, nombres, fantasía, errores... Siempre cíclicos en la mayoría de mis relatos. Me cuesta mucho poner la primera y la última de mis frases del relato y aunque mientras voy escribiendo creo tener claro que pasa en la siguiente frase, siempre estoy predispuesta al cambio.
Los personajes… pues hay de todo, aunque normalmente son reales, aunque las cosas que les haga hacer no lo sean tanto.
¿Hasta dónde puede llegar tu perversión?.
Hay cosas que una señorita como yo nunca hará… pero que la puta pervertida que llevo dentro está más que dispuesta a llevar a cabo.
¿Eres fetichista?.
Creo que no.
¿A dónde te suelen mirar los hombres?.
Me miran el culo. Y a veces esas miradas se convierten en excusa para que yo lo mueva completamente orgullosa de él.
¿Cómo te enamoran ellos?.
Impresionándome, muy probablemente con un pequeño gesto, detalle, frase, mirada... Bueno, eso sería el primer paso, de aquí a enamorarme hacen falta muchas otras cosas.
¿Qué pecados capitales te perdonas?.
Eso de perdonar no me gusta mucho, ya que implica haber hecho un juicio previo de lo que está bien o mal…
La castidad no es lo mío, así que ante la lujuria hago la vista gorda y disfruto. La pereza es apetitosa en ocasiones y yo dejo que me invada en algunos momentos sin resistirme en absoluto; la gula… ante el chocolate, ni me planteo perdonarla, simplemente como y disfruto de todas sus variantes.
Y la envidia, es ella la que no me perdona a mí y creo que no lleva intención de abandonarme.
¿Dejarías la tierra para marcharte con un ser que desciende del espacio y te pide que viajes con él en su platillo volante?. ¿Dónde le pedirías que te llevara?.
Si fuera muy feo me lo pensaría… jajaja… Seguramente aceptaría y le pediría que me llevara hasta la cara oculta de la Luna, siempre he tenido curiosidad por saber de qué color es. Luego, le exigiría que me trajera de vuelta a esta mierda de mundo.
Y regresando a la tierra... una última curiosidad por desvelar. ¿Qué título llevará el esperado manuscrito que guardas en el cajón de los sueños?. ¿Y para cuando está prevista su publicación?.
El título lo cambio cada noche, dependiendo de mi estado de ánimo. Y no creo que llegue a publicarlo, es un manuscrito fálico que me alivia de vez en cuando y una, que es tímida para según qué cosas, no airea sus intimidades tan fácilmente.
Con Gina era fácil, las conversaciones con ella siempre lo habían sido. La confianza que me brindó en todo momento y que yo también le entregué, había hecho crecer un fuerte sentimiento de cariño y nos permitió conocernos. Pero esa tarde, la pequeña burguesa, me había enamorado con su sonrisa. Ella era una pececilla de agua picante, con más burbujas que el Vichy. Derrochaba espontaneidad en cada respuesta. Me sonreía picaramente al escuchar cada pregunta que le hacía, como si ya esperara la siguiente. Y su mirada, inquietante, me hablaba de ingenio. La luz de sus ojos tenían el brillo especial que sólo tienen los genios.
Un par de besos y un abrazo, y su cara se hundió en el hueco que dejaba la melena y le acercaba a mi cuello, rozando la sensible piel con su mejilla. El morbo me recorrió los cinco sentidos. Gina me susurró al oído la marca del perfume que impregnaba mi piel. Sonrió al reconocer ese olor. Y al mirarla, mientras se alejaba de mí, tuve la misma sensación de cuando contemplaba un cuadro de Eugenio Salvador Dalí; luz, color, originalidad, ingenio, fantasía... Dos dedos besaron mi boca y haciéndole un guiño un beso se escapó en el viento, con rumbo al rojo de sus labios. Y ella, la belleza en movimiento, me dedicó su adorable sonrisa.
La sonrisa de Gina a los ojos de la Luna.
El Racó de Gràcia.
Barcelona, Septiembre de 2009.
LUNA
Sept’05
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