Cualquier cosa
Una gran ovación le acompañó mientras salía de la lujosa sala. Sus asistentes apenas podían seguirle y los admiradores no facilitaban la tarea. Los molestos flashes no hacían más que ampliar su sonrisa picarona. Un brillo inteligente deslumbraba a los que veían sus ojos a través del enorme flequillo.
El Artista llegó por fin a su casa. Cerró la puerta de su habitación, sintió mareo y se desplomó sobre la cama. Sentía el pulso en la sien, sus manos temblaban. Lo estaba consiguiendo, sólo un poco más, y su nombre sería recordado por los siglos de los siglos.
Había 20 biógrafos que habían trabajado intensamente durante años para construir su imagen. Artículos de periódico, encuentros con intelectuales de todas las esferas sociales, documentales, convenciones…Apenas recordaba cuando se le ocurrió la brillante idea. Era la mayor promesa de la literatura contemporánea, había conseguido que los más distinguidos iconos del arte de la prosa (borrachos la mayoría…es fácil convencerles de lo que sea con un par de copas de más y varios halagos bien puestos) le ensalzaran como a un prodigio; con los poetas fue algo más difícil (suelen trabajar con drogas duras)…Pero con unos buenos contactos consiguió que la élite mundial del verso envidiara su potencial.
El Artista, como todos le llamaban, casi había olvidado qué día decidió seguir el camino que le había llevado a aquella posición. Un día, se dio cuenta de que jamás tendría talento para escribir. No sintió vergüenza, de hecho, había comenzado a escribir para hacer negocio, así que ese descubrimiento sólo le hizo cambiar de táctica. Era un pésimo escritor, pero era un oportunista, un ambicioso, un gran mentiroso. Así que decidió inventarse una avalancha de engaños, consiguió dinero arruinando a sus familiares, estafando a sus “amigos”, y lo hizo con tanta gracia que le aplaudieron.
Innumerables trolas y argucias como “los problemas que causa la tecnología moderna cuando olvidas hacer copias de seguridad y de repente se pierde toda la información por un virus, un descuido al darle al botón equivocado en un momento inoportuno o…cualquier otra eventualidad”, “la timidez patológica de la persona que teme ser rechazada después de entregar toda su alma a una causa creativa”…
Las mentiras eran un filón, no sabía escribir, pero creaba atmósferas de misterio, ofrecía expectativas increíbles, las mantenía hasta lo insoportable, y cuando comenzaban a perder interés, se inventaba otras nuevas todavía mejores. Era un gran orador, le gustaba hablar, quizá demasiado.
Aquella noche estuvo brillante. Tendrían que transcribir su monólogo para que las futuras generaciones aprendieran cómo engañar de manera que el engañado integre en sus pensamientos una falacia como la más profunda de sus convicciones.
El Artista era un gran orador, y cada día practicaba hasta crear nódulos en sus cuerdas vocales, lo que le otorgaba una voz profunda y cascada que le daba imagen de gurú. Las canas se las pintó, y la sombra de ojos la consiguió…porque él lo valía. Hablaba por los codos, y hacía la delicia de todos los que escuchaban su discurso.
Nunca publicó nada, pero el Mundo entero sentía que lo había escrito todo. Quizá hubiera sido un éxito cualquier bazofia que hubiese plasmado, pero era más excitante seguir cómo estaba. Le amaban.
El mayor admirador del Artista era él mismo, pero en segundo lugar podría situarse su vecino de mansión…Desgraciadamente, la tensión acumulada tras tantos años de espera y de excusas por parte del Artista, transformó a aquel vecino en un obseso, un loco. Aquella noche había decidido que si no podía leer lo que su ídolo escribía, sabría lo que al parecer, cada noche repetía antes de acostarse. Unos prismáticos, unas lecciones para aprender a leer los labios…
El Artista era un gran orador. Le gustaba hablar, quizá demasiado. Aquella noche, se acercó como de costumbre a su ventana. La mirada hacia las estrellas. Un telescopio con visión nocturna. Su rezo diario. El brillo maníaco rodeado de lágrimas de emoción. La frase: “Puedo engañaros a todos. Soy el mejor, el mejor. No sé escribir, desgraciados, pero estaréis a mis pies mientras viva”.
La puerta entreabierta. La mirada incrédula. “Eso será durante pocos segundos más”. Un filo no entiende de mentiras. Si hubiera publicado algo, cualquier cosa… ¿Quién sabe?
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