Intentaste escapar, quisiste ver qué se sentía regresarte, echar marcha atrás y probar de nuevo un poquito de libertad... y volviste a tu soledad...
Me dijiste que alguien te dijo que yo te había embrujado, que no era posible estar TAN enamorado. Yo te dije que no eran necesarias tales estratagemas, que con mis ojos y mi sonrisa bastaba—y muchos cuenteros han estado de acuerdo—y que sinceramente no me interesaba recurrir a tales mañas.
Tú dudaste de tu propia capacidad de amar porque aún no te lo crees: me amas. Entonces diste por hecho que es normal tenerme… hasta esa mañana en la que te diste cuenta que soy como el aire… no me puedes atrapar, ni tener como algo seguro sólo porque sabes de sobra que te amo...
Te fuiste porque yo te lo pedí, porque te exigí que le echaras ganas, pero no quisiste… fueron solo unas cuantas horas de ausencia, una noche entera, misma que dormí como lirón, sola, sí, pero tranquila sin esa desesperanza que había sentido últimamente al esperarte, y me di cuenta de que no eres indispensable, que no te necesito como al aire para vivir.
Tú me rogaste de rodillas, me pediste perdón, me pediste una nueva oportunidad ¡y te tuve en mis manos! ¿te das cuenta? ¡Te pude haber destruido en ese momento! Y sentía dentro de mí ganas de que sufrieras, por todo el dolor que tú me habías causado… y me dolió mucho hacerte pasar por eso, porque tu cara decía la verdad, porque tu llanto denotaba la gran tristeza de perderme. Me mostraste que puedes rectificar y reconocer que te habías equivocado… ¡y el grande y profundo amor que nos tenemos volvió a ganar!
Yo sólo quise darte una lección y saber si soy capaz de sobrevivir sin ti. Puedo, claro que "puedo"... ¡pero no quiero! Tu voz, tu piel, tus manos, tu sonrisa hermosa, tu risa contagiosa, tus puntadas, tus caricias, tu olor, están impregnados en cada centímetro de mi mente, cuerpo, alma y corazón. Puedo, pero no quiero, porque tu amor me ilumina, me inspira, me hace dichosa, me da energía que necesito para cada día. Tú aprobaste la lección, amor, superaste mis expectativas. Eres mejor aún de lo que pensaba.
Le llaman la sal de la vida, el aderezo, el dolor que te hace disfrutar del placer. La pimienta, el condimento. Pero en su justa medida. |