Hacía frío.
Sí, es lo más previsible si estás al aire libre y con las braguitas bajadas.
Ana aún no se había subido la falda, ni la ropa interior. Aún no había recuperado siquiera el aire. Aún sangraba un poco.
Estaba sentada en el retrete de las ruinas de un museo. Suena raro ciertamente… ¿Quién usa los retretes de unas ruinas? Esto ocurre porque solemos conectar la imagen de unas ruinas con algo antiguo; pero según algunos diccionarios podemos ver que:
Ruinas .: pl. Restos de uno o más edificios arruinados.
Así pues, la longevidad no es un factor imprescindible en unas ruinas.
Estas ruinas tenían alrededor de unos minutos de vida (o existencia, para ser más exactos)
¿Qué había ocurrido? Ana no tenía la más remota idea, a su alrededor había vastas zonas de escombros y una gran cantidad de cadáveres. Ella aún sangraba un poco, aunque por lo demás estaba intacta. Ella, sin saberlo, era, por así decirlo, la causante del destrozo.
¿Una chica es capaz de destruir un museo entero? Parece imposible, pero los sucesos acontecidos confirman la posibilidad de ello.
Lo que había dado el golpe final a la obra fue la inundación del ala sur cuando varios disparos rompieron los vidrios del acuario. No hablamos de pequeños peceras individuales para cada pez, se trataba de un enorme acuario para especies de peces de tamaño considerable (un orgullo para el director del museo, aunque en el momento de la inundación se pone en duda que siguiese tan orgulloso). Sí, miles y miles de litros de agua que salen a una presión vertiginosa destruyendo las estructuras del ala sur y algunas incluso del ala norte. Después de eso el edificio estaba tan hecho polvo que algunas paredes cayeron, incluyendo la del lavabo de señoritas donde se encontraba Ana, dejándola a la intemperie y permitiéndole ver las ruinas en sí.
Aunque cualquier espectador de la situación recaerá posiblemente en la siguiente pregunta: ¿Quién y por qué disparó al acuario? Cierto es que era el primer atraco de Pablo y Rodrigo, que habían escogido el museo bajo la premisa de “si podemos saquear un museo podremos saquear un bar o un restaurante y luego, quien sabe, un banco” y que todo les iba viento en popa. Pero hay un hecho más claro que el agua: en esos instantes a Pablo se lo comían los nervios mientras apuntaba a la gente para que no se moviese. Era de esperar que, al pasar corriendo a toda velocidad un perro que ladraba fuertemente, su primera reacción fuese comenzar a disparar a lo loco pensando que estaba siendo atacado (bien sabemos que el perro es el mejor amigo del policía). Casi le da un paro cardíaco del susto; ninguna de sus balas hirieron al alocado chucho, pero casi todas penetraron el acuario que había detrás de él. Los balazos de por sí no destruyeron el vidrio, pero sí que lo debilitaron muchísimo.
Y cuando, justo después, una horda de gente presa del pánico entró por la misma puerta que el perro y se abalanzó a gritos en la misma dirección, los constantes golpes de las personas contra el vidrio (porque se ha de decir que cuando uno es presa del pánico no acostumbra a ver por donde va) destruyeron definitivamente el cristal.
Y luego, la inundación.
Posiblemente las explicaciones aún no sean las suficientes.
No es muy comprensible el hecho de que un montón de personas horrorizadas entren en una sala de museo, tirando todo a su paso.
Empecemos por el perro, es lo más simple. El pobre animal estaba de lo más tranquilo cuando los gritos empezaron. Instintivamente echó a correr y en su carrera pasó por la sala en donde Pablo y Rodrigo llevaban a cabo su atraco.
Pero el perro fue espantado por las personas, que ya estaban en estado de pánico.
Volvamos atrás en sus pasos, metro a metro, como cuando rebobinamos una película vieja. La gente va sala por sala llevándose todo a su paso, más gente se le suma ¿Por qué? Bien, si estás tranquilamente mirando una exposición y de repente una aglomeración de gente chillando entra a lo loco en la sala, lo más probable es que pienses que ha de ocurrir una catástrofe y les sigas, para evitar morir en el incendio, en la matanza o en la inundación que ya estás visualizando en tu mente. Y esto ocurre en cada sala del museo en donde entra esa masa gritona que cada vez va aumentando.
Y la gente corre sin fijarse en sus pasos y tira todo lo que le sale en el camino, quieren huir de sus temores, de las quimeras que han creado en su mente y que habitan la sala del museo donde comenzó todo. Pero… ¿Cuál es la causalidad de los hechos? En la sala dedicada a las plantas y demás vegetales cae el mechero de un hombre que se disponía a encender un cigarrillo en el momento que las puertas se abren y sale la muchedumbre enloquecida. Mechero y cigarrillo caen sobre la exposición antes de que el tipo huya también. El cigarrillo enciende fuego en las plantas y comienza el incendio que muchos imaginaban. Entonces el incendio no es la verdadera causa del pánico. El pánico es la causa del incendio. Retrocedamos más aún.
Más.
¿Alguna vez habéis jugado a aquel juego en donde una persona inventa una frase y se la dice a otra al oído; y esta a su vez se lo dice a otra y al final uno lo dice en voz alta y la frase es totalmente distinta?
Bien. Esto es lo que pasó.
En una de las salas entraron varias personas gritando que un asesino estaba llevando a cabo una matanza en la sala anterior.
Pero en la otra sala la gente que entró chillando decía que el asesino sólo había matado a una persona.
En la anterior sala se trataba de un agresor peligroso que había herido gravemente a una persona en los lavabos.
Y es en la sala que va antes de esa donde todo comenzó. Es allí donde la joven inglesa salió corriendo del lavabo, manchada de sangre y plagada de miedo gritando cosas en su idioma natal. Es allí donde surgió un sabelotodo que, seguro de sus interpretaciones, declaró que lo que decía la chica era que un agresor peligroso había atacado violentamente a su novio y que todos corrían peligro.
Cualquiera le recomendaría al sabelotodo que tomase unas clases de inglés si supiese que lo que realmente dijo la joven es que su novio se había herido gravemente y que corría peligro.
La gente que oyó aquel veredicto no dio tiempo a reconsiderar otras traducciones y salió despavorida de esa sala gritando sus versiones del problema y comenzando la verdadera catástrofe.
Porque a veces es así, las causalidades no siempre son tan obvias. El pánico suele estar causado por la catástrofe. Pero a veces la catástrofe es creada por el pánico.
Rebobinemos más la cinta.
Volvamos al retrete donde los dos jóvenes ingleses, presas de la lujuria, estaban fornicando salvajemente. Simplemente querían probar algo alocado y pensaron que cometer el acto sexual en un lugar tan impropio como un lavabo público era lo suficientemente aventurado.
Pero sin siquiera haber llegado al orgasmo se oyó un chillido atroz, realmente agudo proveniente del retrete contiguo. La pareja se sobresaltó (ya estaban nerviosos por el acto que estaban cometiendo) y se levantaron rápidamente. El hombre se dio con gran fuerza en la cisterna y cayó desmayado, dándose por segunda vez contra el suelo. Comenzó a sangrar fuertemente y la chica salió rápidamente del lavabo, manchada con la sangre de su novio. Es entonces cuando comenzó a gritar, dando aviso de la situación. Y el pánico nació en aquel momento.
Pero falta el último detalle. La razón del chillido agudo que hubo en el retrete contiguo.
Bien, Ana estaba fuertemente asustada, era una chica fácilmente impresionable y que saltaba por cualquier cosa. Su madre la había prevenido pero igualmente le asaltó el miedo en aquel momento.
Tenía fuertes dolores de estomago aquel día, fue con la escuela a aquel museo, pero llegado un momento sintió irrefrenables ganas de ir al lavabo. Fue en ese momento cuando lo vio. No salía pis de su vagina, estaba sangrando. Algo normal; el ciclo de toda mujer. Pero hay primeras veces y primeras veces, y la de Ana fue algo sorpresiva para ella.
Y eso, le dio por chillar pensando que sería cualquier otra cosa.
Chilló y comenzó todo.
No era más que una primera menstruación, joder.
Pero la gente tiene que imaginarse siempre lo peor, nada puede ser simple. Nadie quiere saber que huye por la regla de una niña. Ha de pensar a lo grande, si no la vida no tiene gracia.
Y todo fue ocurriendo. En cosa de unos minutos el museo era ya unas ruinas y Ana observaba los escombros alrededor. Aún tenía la falda bajada; ni siquiera se había subido las braguitas. Aún no había recuperado el aliento y todavía seguía sangrando un poquito.
Sí señor.
Había tenido su primera menstruación y había sobrevivido a una catástrofe viendo cara a cara a la muerte. Todo en un mismo día.
Vaya, sin duda ese día Ana se había convertido en toda una mujercita. |