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A Rubén lo conocí de chico; en épocas que los términos abstractos de la cotidianeidad me eran indiferentes y muy difíciles de entender: “Milicos”, “dictadura”,”fachos”, ”genocidas”, “zurdos”, entre otros vocablos, conformaban un conglomerado de palabras que las hacía vacías de sentido.
Estas me acribillaban los oídos, tal vez tanto como las balas que tallaron las paredes de las Bellas Artes platenses, y como las que plasmaron el dolor en los sótanos de la ESMA; al mismo tiempo en que se respiraba gol en Núñez.
Él era un hombre de no más de 38 años; alto, delgado, de bigotes oscuros, de una personalidad amable, y partidario de una soledad misteriosa. Su voz desplegaba nostalgia, compasión, ternura; cuando en pasillos y cuartos tenues entonaba canciones con el conjunto de mi viejo.
Fue un grupo que asimilaba concepciones y las difundía con herramientas líricas, hechas himnos a esa altura. La guitarra duplicaba su sonido armónico y las voces hasta la afonía exaltaban una estrofa aguerrida: “Tantas veces me mataron, tantas desaparecí, sin embargo estoy aquí... resucitando”. Parecía una venganza o represalia pacífica que acentuaba una convicción por encima de los costos; justo en tiempos que los precios inflados sumaban hambre, el indulto y el punto final sembraban impotencia y la deuda externa se teñía con números rojizos.
Sus voces y su música navegaron en las aguas del éxito, pero solo lograron construir una balsa a la que se subieron tripulantes atraídos por lo superficial y lo innato.
En el pueblo se respiró siempre la apolítica y las elecciones quizá despertaban los intereses de golpe. Pero era y es, un breve período de campaña que acentúa las pasiones pasajeras: Altoparlantes difunden a candidatos por los barrios, carteles, afiches y pasacalles toman color por las esquinas, los candidatos visitan a sus afiliados para fundamentarles sus votos y los partidos son sedes de asados multitudinarios.
Pasada esa etapa, el pueblo retorna a su normal y tenebrosa tranquilidad. Los debates políticos comienzan a disminuir y se practican en zonas y círculos cerrados, aislados de la masa. Los temas de índole nacional, excepto los deportes, son acallados, silenciados y minimizados del interés real que merecen.
Aquellos años fueron algunos más de la historia. La junta militar anunció la ocupación gubernamental el 24 de Marzo de 1976 y voces de ese ayer retratan una pasividad y un desinterés general en el pueblo por semejante hecho.
Rubén vivía en La Plata y transitaba los últimos exámenes de su exquisita arquitectura. Su filosofía de vida la combinaba con frases de Sartre, ensayos de Galeano, modas de Lennon y convicciones de Guevara. Era una tendencia dura para develar en aquel contexto sombrío y febril que procuraba sepultar ideas dejando sangre, sudor y lágrimas, encubiertas con una frase ostentosa e hipócrita que vendía: “los argentinos somos derechos y humanos”, y se compraba para dejarla estampada eternamente en los parabrisas de los autos, como una mentira que te infla el pecho de orgullo.
Había datos que me fueron ajenos hasta mí madurez: La Plata fue uno de los mayores focos de represión en los tétricos años dictatoriales. Miles de estudiantes universitarios se educaron con más fobia que educación misma. Perseguidos por su afán democrático de reclamar lo considerado justo o por el simple hecho de pensar y soñar distinto.
Nunca se supo con certeza lo que obligó a Rubén a abandonar sus estudios. Se habló, se habla y se hablará, de que en algún momento y mientras incursionaba en la política interna de la Facultad de Arquitectura, lo seguían con estrategias maquiavélicas o terroristas, y por eso se intuye que se debió auto- exiliar, rozando el año 81, en la isla desértica del General Alvear bonaerense.
Existen dos posibilidades en la vida de Rubén en cuanto a su participación política en la época de la guerra sucia. Por un lado, se puede pensar en que estuvo metido hasta las pelotas, con todo lo que la palabra denota en el diccionario político de esos años. Es decir, que pudo llegar a ser quizás, por qué no Montonero, o un militante del ERP.
Incluso, tal vez llegó a vivir en la clandestinidad; alarmado, durmiendo poco y mal en lugares oscuros. Seguramente compartiendo el cuarto con sus compañeros de convicciones, con miles de ratas, y con esa puta humedad platense que te cala los huesos.
Tal vez se subió a alguna mesa de su palacio hecho con paredes de lápices, y ventanas de hojas, agitando junto con el gato Cané o Carlos Labolita un diario enrollado en su mano derecha. Tal vez con su paciencia infinita, caló profundo los caramelos de chocolate para que sus compañeros pudieran leer esos diarios en la clandestina oscuridad de una celda.
O quizá sirvió las mesas de su gran restaurante popular, y algún 29 en vez de la moneda, puso sus ideas bajo miles de platos.
La segunda visión es la más triste para demasiadas madres de vientres huérfanos. Aquella persecución de espías, a los idealistas sigilosos de una corriente antagonista a los principios “fachos”. Aquellos acusados de hospedar , alentar, confiar, y “ser amigo de” un subversivo que no cree en el silencio, que no tolera la injusticia, que no deja hacer ni menos deja pasar la historia, por pura inercia.
Si me remito a películas ficticias, podría decir que Rubén escapó una mañana tormentosa en un baúl de un auto como un polizón moderno, que modificó sus rasgos afeitándose y quedando calvo, o que fingió una incapacidad mental o física para engendrar misericordia y safar, de alguna caminera o de algún centro de detención paramilitar. Pero la incertidumbre, como lo ha hecho siempre me vence y me impide dibujar garabatos.
Lo concreto es que Rubén huyó como un fugitivo, a dos finales de llenar su libreta, para nunca más volver. Y en esa ida mató a un rebelde para disfrazarlo de pacífico, de un tipo amable, risueño, bohemio y solitario que le tararea a la vida, pero que emana una felicidad sombría y opaca, con esquinas de mármol intransitables.
En su nueva vida, el nuevo Rubén jamás veló o asistió al funeral del viejo. Lo recuerda de lejos, lo lagrimea por fotos. Se aferró a la isla apolítica para apaciguar y conservar su utopía como un juguete sagrado que no merece ni quiere ser compartido.
Hace unos días pasé por lo de mi nuevo amigo juanchi a matear como otras tardes. El pañuelo del pueblo hizo que sean buenos vecinos con Rubén. Hablamos del asado que sería a la noche y polemizábamos sobre nuestras expectativas. Como de costumbre.
En eso estábamos cuando un barullo nos exige subir el tono de la charla. Hacemos una breve pausa y atendemos con misterio el origen del sonido. Se percibía una música melódica con una voz por encima, que provenía de dos casas a la derecha, o sea de lo de Rubén. Hago un esfuerzo por comprender hasta que detecto: “Tantas veces me mataron, tantas desaparecí, sin embargo estoy aquí... resucitando”. Allí medité, relacioné y analicé. Le consulté a juanchi pero me cedió su duda y no tuve otra que ahorrarme reflexiones.
De inmediato, concluí que cantándose esa canción el nuevo Rubén resucita a aquel viejo rebelde y olvidado. Cuando lo extraña en demasía, cuando es imprescindible y cuando reaviva las cenizas como desenterrando lo enterrado. Pareciera que le regala y se regala una canción. Como hoy se la regalo, como lo hace un tal Silvio... creo.

Texto agregado el 16-07-2007, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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