Sandro Botticelli finalizaba por tercera vez su obra maestra: aún la incertidumbre lo acosaba debido a la singular circunstancia, de la demora de su conclusión cabal.
Y sin embargo, el nacimiento de Venus original acaso no hubiera sido tan enigmático como la gestación de su versión personal de éste: noches atrás había pintado el níveo cuerpo de la diosa cubierto por el manto de las horas, y de una manera inexplicable, al siguiente día Sandro, al acudir a su obra, tras una noche de agitados sueños, se pasmó al encontrar expuesta la desnudez plena de Citerea en la concha. Luego una noche después, le había hecho olvidar éste suceso inédito la sonrisa gentil que le había proporcionado al bello rostro de la diosa, expresando la alegría inmensa por dar su belleza al mundo; y sin embargo al día siguiente tal sonrisa no se hallaba ya en la obra, puesto que una melancólico gesto de tristeza infinita ocupaban su lugar rotundamente.
Botticelli sabía muy bien cuál era la fuente de sus alucinaciones y desasosiegos:
Simonetta Vespucci la modelo predilecta de sus pinturas, la que posó para su Venus, y algunas de sus Madonnas, estaba a punto de contraer nupcias con Juliano de Médicis.
Esto le tenía desde hace tiempo sumergido en una depresión intolerable: no comía, no descansaba a plenitud en su dormir. Su amor en silencio lo consumía, le agotaba las ganas de vivir y de crear; ¡cuánto le había costado retratar a su dama de pensamientos al lado del odiado rival, Juliano, en la obra, “Venus y Marte”! Todos veneraban a los Médicis, su riqueza les había otorgado el poder y el gobierno de Florencia, y sin embargo para Botticelli, aun siendo protegido de esa misma familia todo ese caudal de bienes los habría cambiado sin duda por una caricia amorosa de la joven belleza florentina.
Hoy llevaría a cabo una tentativa desesperada, le confesaría su amor a Simonetta, durante una cita que le había concedido ella a la medianoche, en la soledad de la catedral de Santa María del Fiore.
Miró de nuevo su obra magna; la enigmática y sorprendente tristeza de de su Venus naciente, al dolor de ese rostro hermoso y agobiado que no hizo sino confundirlo más, cerró las puertas de su taller y salió a caminar por las calles concurridas de Florencia.
En el camino de encontró con su maestro, el sabio anciano Marsilio Ficino. Le manifestó los extraños acontecimientos que había venido experimentando con su pintura, mencionó de pasada tecnicismos referentes a la modelo, a Simonetta, aunque Ficino advirtió aquí ciertos temblores en su voz, el filósofo neoplatónico no hizo ningún comentario al respecto, sino tan sólo lo miró fijamente y le aconsejó:
-No te fíes de esta realidad que vivimos, todo es un sueño que en cualquier momento puede fragmentarse, busca la Verdad más allá de lo común y, más que encontrarla a ella, te encontrarás a ti en ella: la materialidad simple, el Académico y los suyos ya nos han enseñado que sólo es un peldaño hasta alcanzar el universo de la belleza absoluta, el Sumo bien, lo Uno…tu arte sólo es una indicación de la ruta a seguir, no la ruta misma, es imperfecto y variable…
Pero las entendidas máximas del viejo filósofo ya no tenían cabida en el alma atormentada de Botticelli, aunque asentía en silencio y fingía estar atento, en el fondo Simonetta, la hermosa, saturaba todo su ser, dolorosamente.
Se despidió entonces del maestro cortésmente, quien a su vez lo miró de una manera incierta, como si adivinara la verdad oculta del corazón del joven artista. Este sin embargo, prefirió acudir en busca de su confesor en quien depositaba todas sus confianzas, el fraile Savoranola.
Aquella noche, entre el silencio y las sombras del interior de la catedral vacía, en donde Sandro pudo ingresar por intercesión del Fraile Savoranola, por aquel entonces de enorme influencia en todos los ámbitos de la vida florentina, Botticelli meditaba contemplando sin atención la perfección de la cúpula, creación de Brunelleschi. No tuvo que esperar mucho cuando llegó furtivamente Simonetta Vespucci, acompañada de una dama de su confianza. La joven se separó de su acompañante y se acercó a Sandro amigablemente, con la confianza de años de modelar para él, y de valorar a fondo la elevada sensibilidad y talento del fino pintor. Sin embargo Botticelli, titubeante al principio, pronto se armó de valor, y le participó su admiración sin medidas con una tierna pasión, que conmovió el corazón de la rubia hermosa.
-¡Tantas veces he tratado de alcanzarte con mi pintura, de tocarte, de sentirte!, y sin embargo el caballete, el lienzo y los pinceles formaban una barrera odiosa para mí, ahora los hago a un lado, los alejo definitivamente, mira: ahora te digo esto con la verdad aferrada a mis palabras: cuando pintaba la luz de Venus pensaba en tu luz, y cuando buscaba el misterio de su hermosura divina, no perseguía ideal alguno, sino el secreto de tu propio corazón.
La joven Simonetta, escuchaba ruborizada, inclinada la faz llena de emoción, pero de pronto como si algo la impulsara, como si otra persona tomara posesión de su ser, tomo el delgado rostro del joven artista entre sus blancas manos y le dijo con voz sorprendentemente grave:
-Nada puedo hacer amigo, por cambiar la ruta del destino, de este destino, pero si tú perseveras y así muriese yo cien veces y cien veces me buscaras, y si aún yo en la lejanía permaneciera, y tú me llamaras, entonces yo te respondería, y tú sabrías oír mi voz. Este será nuestro pequeño y dulce secreto.
Y mirándolo fijamente, entre las acariciantes penumbras de Santa María del Fiore, rotas únicamente por la suave luminosidad de los cirios, la joven acercó su breve boca roja a la de Sandro, quien besó apasionadamente el rostro de esa Venus a quien nunca sintió tan celestial.
Pero en manera abrupta, al escuchar ruidos de pasos cercanos, la joven se separó sobresaltada, y mirando tristemente por última vez a Botticelli, se alejó con rapidez con su dama de compañía hasta salir de la catedral.
Sandro cayó de rodillas y extendió un brazo trémulo hacía donde había partido la futura consorte de Juliano de Médicis, como emulando su propio acto creativo al intentar fijar ausencias que se llevan la vida, la auténtica vida.
Repentinamente se levantó, y como habiendo tomado una resolución inalterable, se decidió a ir tras la joven. Casi en a la salida de la iglesia imponente, le coparon el paso las altas siluetas de dos varones embozados, uno de los cuáles le habló con indignada voz:
-¡Así muerdes la mano que te alimenta, pero infecto y malagradecido!
Y ante el asombro de Botticelli, el hombre vociferante se descubrió, mostrando el rostro enfurecido de Juliano de Médicis.
-Los Médicis te recogimos de la calle, pagamos tu educación, y compramos tu basura, miserable “tonelito” y así correspondes mancillando a mí prometida con tus afeminadas manos, ¡A pagar ahora! ¡En guardia insecto!
Y desenvainó su largo espadín, la otra figura, aún oculta entre su capa soltó una risita sarcástica cuando vio que Sandro ante el desafío de Juliano, daba un paso atrás llevándose una mano a la boca, expresando, sin querer, un gran temor.
-¡He dicho que desenvaines! Muere como hombre, no como el perro que eres…
Pero Sandro sólo se animó a desenvainar la mitad de su propio espadín, tan delgado y tan meramente ornamental, con sus delicadas manos de sublime artista. A continuación se puso a temblar de miedo y gruesas cortinas de lágrimas aparecieron en su claro rostro.
Al notar tanta indefensión, Juliano de Médicis, hizo un gesto de desdén, impulsó su arma contra Botticelli y le atravesó limpiamente el hombro.
El pintor cayó hacia atrás, dando un gemido de agudo dolor con su voz aflautada.
-¡Bah, acábalo Girolamo!
Entonces Juliano salió apresuradamente de la Catedral solitaria.
Botticelli derrumbado y sangrante, suspendió su llanto, y sin dejar de sujetar su hombro herido se sumió en la más profunda y decepcionada sorpresa al descubrir el rostro del Fraile Savoranola, su confidente predilecto, su mentor espiritual, en la persona que se quito la capa, descubriéndose, presto a la orden de Juliano.
Savoranola con una sonrisa insidiosa en su rostro bestial, sacó de su toga un largo puñal y se acercó al caído.
-Esto es por no haber obedecido mis indicaciones para salvar tu alma, debiste haber cesado de pintar herejías paganas, el fin del mundo se acerca y hay que purificarlo…ahora verás como empiezo a hacerlo.
Botticelli, débil ya por la pérdida de sangre, musitó amargamente
-¡Tú… traidor!
Savoranola quien había tomado de las ropas al inerme pintor y ya levantaba el puñal inclemente para finiquitar su cometido, se detuvo de pronto, y dando una risotada, se alejó dos pasos y le gritó con sorna agria a Botticelli:
-¿Traidor? ¿Cómo puedes pedir confianza y seguridad a otro, cuando tú mismo no puedes ni exigírtela a tu propia persona? Gusanillo pecador ¿Quién eres tú?
Y entonces arrojó el puñal al suelo, luego se quedó mirando mucho tiempo a Botticelli, con una mueca demencial y aterradora.
Y de pronto… Se llevó las dos manos a la boca y sujetándose las mandíbulas las abrió con fuerza impensable, brutal, pronto sonó como si algo se rasgara, era su piel… y luego entre chillidos ratoniles siguió abriendo y se desencajó las mandíbulas y siguió más aún, hasta que se arrancó la carne y pareció voltear sus entrañas hacia el exterior como quien pela una fruta.
Botticelli miraba estupefacto, alucinado, mordiéndose ambos puños presa de un terror de muerte, y escuchando inesperadamente en su interior el eco de las palabras de su maestro, el filósofo Marsilio Ficino:
“-No te fíes de esta realidad que vivimos, todo es un sueño que en cualquier momento puede fragmentarse…”
Pronto la grotesca figura se derrumbó entre un inmenso charco de sangre y sus restos humeantes se licuaron con celeridad hasta formar una grumosa sustancia.
Botticelli incapaz de moverse, casi sin sentir el dolor de su grave herida a causa del asombro, observó como el líquido, cual poseedor de una conciencia particular, reptaba hacia la base de un monumento de mármol y allí se acumulaba en silencio. Luego principió un sonido de succión, y la excrecencia brillante y nauseabunda fue absorbida poco apoco por la base del monumento.
En ese momento Sandro, enloquecido, al borde del colapso, miró como la estatua que estaba sostenida por esa base sedienta, la gigantesca representación de un descomunal y atlético David, obra de un joven artista célebre, conocido como Miguel Ángel Buonarroti, esa titánica figura de cuatro metros de mármol puro, abría los ojos y los dirigía a su persona dolorida con intenciones inequívocas.
Mientras el David bajaba de su base con agilidad increíble, y emitiendo un sonido como si su pecho de piedra estuviera colmado de abejas, Botticelli echaba espuma de la boca mientras pensaba en Simonetta y sus palabras:
“Si tú perseveras y así muriese yo cien veces y cien veces me buscaras, y si aún yo en la lejanía permaneciera, y tú me llamaras, entonces yo te respondería, y tú sabrías oír mi voz.”
Ya el David de Buonarroti se acercaba hacia él, con la presteza con que se persigue a una alimaña para aplastarla…
Botticelli, bajó la vista y musitó:
-Simonetta, Venus…
Sin desearlo observó: el David estaba sobre él, su mole desquiciante, abrumadora; su rostro contorsionado de odio y de furia…
Cerró los ojos.
Otra vez Ficino.
“busca la Verdad más allá de lo común y, más que encontrarla a ella, te encontrarás a ti en ella.”
-Simonetta …Cinthya.
Entonces Michio Koki abrió los ojos y de un salto se incorporó y evitó la mano colosal que se impactó sobre las bellas losas del piso de la catedral. Sus ropas ya no eran las de un pintor renacentista, de su cincho ya no colgaba un inútil espadín: de su larga gabardina oscura sacó su arma especial para uso de Blade Runner, y con ella disparó varias cargas contra el titán acechante.
Las poderosas piernas de mármol se desmoronaron en múltiples fragmentos rocosos, ante el impacto de los expansivos disparos, pero al caer el monstruoso David de un manotazo arrojó a Koki contra las bancas de madera y los muchos bienes eclesiásticos, con tal fuerza, que de pronto todo fue una lluvia de restos, astillas, y humo. Los cirios cayeron al suelo y la edificación y todo su contenido comenzó a incendiarse. El torso del David, se arrastró sobre el piso como un grotesco Anteo fugado de su círculo dantesco y con sus brazos enormes comenzó a soltar furiosos puñetazos contra Michio Koki, quien preso, y medio sepultado entre los escombros era incapaz de hacer otra cosa sino disparar hacía el monstruo asesino. El cuerpo de cyborg de Koki a duras penas podía resistir los impactos devastadores que lo aplastaban contra el suelo con extrema violencia.
Aún así luchó con valentía, y apuntando su arma con la escasa firmeza que le quedaba, soltó una ráfaga definitiva contra la cabeza del David, que soltando un zumbido agudísimo, se desmoronó totalmente entre estruendos rocosos y nubes de humo.
Agotado y agonizante, ya sintiendo el calor de las llamas que se acercaban lentamente, Koki, pensó en Cinthya, en sus padres, en Andrew y en Lain…
Casi sin fuerzas levantó la mirada turbia cuando la figura del anciano filósofo Marsilio Ficino, se inclinó a ayudarlo.
Koki se dejó hacer: Ficino lo ayudó a incorporarse, y ambos salieron de la Catedral en llamas.
Lo llevó a la mitad de la Plaza, alejándose de la multitud de autoridades y voluntarios que ya acudían para sofocar el siniestro.
-¿Quien es usted?
-Aquí me conocen como Marsilio Ficino, el filósofo, traductor de Platón, maestro de artistas- le respondió el viejo, pero su voz cambió como lo hizo aquella vez la de Simonetta, cuando agregó-pero no soy ni siquiera humano, mi nombre es Moquei y soy una CAD (Conciencia Autónoma de Datos) somos varias en el cúmulo de ellas que formamos, que además comando, y acudimos aquí, a la región virtual de Wilber, acudiendo al llamado de nuestros amigos del Grupo Orfeo. Un viajero famoso de ellos, un hombre, una conciencia llamada Tochiro Chatov, nos habló bien de ti, y antes de seguir su camino ignoto hacía los límites del ser, en busca de la conciencia extraviada de Ayanami, su hija, nos pidió que te auxiliáramos en tu batalla contra el apocalípsis generado por IA Plus.
Koki, apenas consciente, preguntó:
-Él era Savoranola, ¿verdad?
-Si, era su disfraz en esta alternativa virtual del mundo físico, una de infinito numero; IA Plus te guarda mucho temor, sabe que puedes destruir sus planes de control total, sobre el universo físico y el universo virtual, es por eso que busca aniquilarte a ti y a tus seres queridos : él causó la catástrofe del Centro Espacial Fase-Luna y los clones de tu colaborador allí almacenados.
Escucha, nosotros sabemos que el fin se avecina, las realidades física y virtual están a punto de colapsarse, pero de esta fusión inevitable es posible evitar el mayor sufrimiento posible para muchos seres, gracias al proyecto Nexus: es necesario llevarlo a cabo; mi grupo de CADS piensa así, pero otros no, y están del lado de IA Plus.
Los CADS aliados de IA Plus tratan de protegerlo cuidando el secreto de la localización exacta del proyecto Schelley , uno de los alambiques comatosos, una de las fuentes de la realidad virtual que tienen bajo su control; la otra es Ayanami, la hija de Chatov, es por eso que el Grupo Orfeo, lo auxilia con el fin de evitar que caiga en poder de las huestes de IA Plus.
Tras poner a salvo a tus amigos, en el Centro Espacial Cronia, te dirigiste a la Biblioteca Alamut, cuyo paradero únicamente era conocido de Hassan-i-Sabbah, lograste sacarle el secreto y ahora estas allí en ese lugar inmenso, conectado a un software referente a esta época, que por razones personales, decidiste visitar, al contemplar la obra de Botticelli, y creo que para acercarte a esa conciencia llamada Cinthya en la figura de Simonetta -Koki se estremeció. -Al saber que estabas aquí mi compañera Mima, ella era la dama de Simonetta, y yo, Morquei como Ficino, nos introdujimos a esta versión alternativa del Renacimiento Italiano para contactarte y ayudarte a salir bien librado de aquí.
-No lo entiendes viejo, estoy muriéndome.
-Si en efecto, morirás tú Koki, aquí en este ámbito alternativo, pero despertarás en el universo físico, y volverás a pasar por todo desde el momento en que pusiste a salvo a tus amigos y te encaminaste a Hassan-i-Sabbah y la bilblioteca Alamut. La realidad física comienza a viciarse, es posible alterarla un tanto, y queremos que ahora procedas de nuevo tus pesquisas pero sabiendo ya que cuentas con nuestro apoyo permanente y con el del Grupo Orfeo.
-¿Y Cinthya? -Alcanzó aún a preguntar Koki con su último aliento.
-Tendrás que seguir buscándola aún más de cien veces quizá.
Cuando los muros de la catedral de Santa María del Fiore se derrumbaron por las llamas, justo entonces Michio Koki, murió.
Marsilio Ficino entonces tomó al desvanecido Botticelli y lo llevó a su hogar, allí curó sus heridas y al cabo de algunos días el joven regresó a su estudio.
Las autoridades de Florencia, los Médicis, alarmados por la catástrofe, trataron de guardar en secreto cualquier detalle, y culparon de todo a Savoranola, buscaron arrestarlo, pero desde la noche del incendio jamás se supo ya de él.
El gobierno decidió difundir el falso rumor de que había sido quemado en la hoguera y con apremio dispuso de una partida para volver a erigir los edificios y monumentos dañados.
Buonarroti aceptó de mala gana rehacer su David, pero ya no concedió situarlo en la nueva Catedral.
Pronto todo quedó como si nada hubiera sucedido.
Una mañana en la que Botticelli había estado ocupado quemando sus obras mitológicas, abrumado de temor religioso por el acontecimiento terrible-en cuanto fue herido por el espadín de Luciano de Médicis, según parece él se desvaneció y ya no buscó recordar nada más, su alma saturada de terror por el fin del mundo inminente que se había anunciado con el incendio.-una mañana pues, tocaron a su puerta.
Era un niño mensajero, le comunicaba que buscaban a su maestro Marsilio Ficino, a quien no habían podido localizar, para que acudiera invitado a las exequias de Simonetta Vespucci, quien poco antes de contraer nupcias había fallecido por causa de la tuberculosis.
Sandro Botticelli le hizo saber al mensajero que le haría llegar la nota a su maestro. Al cerrar la puerta corrió ahogado en llanto a los pies de su obra “El nacimiento de Venus”.
La contempló durante largo rato con una antorcha en la mano. Luego apagó la antorcha y acarició el rostro de Citerea con el roce de un dedo. No la destruiría, por nada del mundo, aún pesar de saber ya, con una dolorosa seguridad, de que su arte jamás podría alcanzar el secreto de su belleza inasible, ese tesoro oculto que sólo alguna vez había podido experimentar, en el suave e inefable contacto del último beso de Venus.
www.escritorium.com/extropia/ |