La presencia de esta pequeña célula en el bosque causó en todas las especies esa sensación de preocupación que rodea a los malos augurios, que envuelve a los reinos prepotentes en su decadencia, y que consume a las almas enamoradas cuando el sentimiento pierde intensidad. Aquella célula percibió esto y mucho más. Sintió que todos los seres que le rodeaban con inusitada perversión visual la absorbían con pasmada lentitud.Y al primer grito de auxilio, ella expresó su deseo de entregar inofensivamente su frágil cuerpo al arbitrio de los fantasmas, que con disfraces variados ya anunciaban su final. El único defensor de su envoltura orgánica fue ese poco de brisa que asomaba por entre las hojas de los feroces y encumbrados árboles. Esa brisa que humedece la piel, penetra en el pensamiento y estimula la creación recubrió al pequeño e indefenso organismo origen de la vida y finalidad de la fecundación. No duró mucho el impacto de esas gotitas que acariciaban su piel, pues el señor del día, destructor de las tinieblas y develador de misterios llamado verano, ya iniciaba su misión... Verano no sucumbió ante ningún manantial de alegría , ni se dejó intimidar por el mar de la agonía silvestre; destruyo con fuego abrazador a todas las creaturas... Pero, alguien escapó a su pírea astucia: la diminuta, pero no insignificante célula. Ella escapó de los rayos del heliomorfo, escondiéndose en el vientre de la tierra y reproduciendo su atenuada figura. Su progenie es humedad, frescura, agua, brisa y lo más hermoso: VIDA.