[Texto de quien ha sido expulsado de casa, del mundo y de sus propios sueños, PD: es verosimil, no así real. xfavor, no me compadescan xD.]
Me gusta pensar que la vida nos quita las ilusiones porque sí, a veces me cuesta créelo, más aún cuando se que las mías yacen sepultadas bajo tierra. Mucho tiempo atrás comprendí que mientras se nos recuerde, permanecemos en vida, supongo que para estas alturas es ello lo que me mantiene escribiendo novelas idiotas y burdas, historias que nunca llegaré a terminar. La vida en la playa es un naufragio de todas mis esperanzas, aquí el vacío parece no llenarse nunca, y aunque a veces me interpela de formas diferentes, los sueños no pasan a ser más que tristes pesadillas.
El 24 de junio me embarqué en un bus pensando que el regreso me desalmaría, probablemente, no estoy muy lejos de ello. Aquí los aldeanos tienen la costumbre de dormir bajo sol y embeberse de grasas saturadas, no olvidar que la hora del sueño comienza a las nueve. Quizá el tiempo quiso que estuviese así, destrozado y con ganas de nada, casi al borde de mis peores miedos. A veces me digo que quizá debió ser así, que lo programé yo mismo y que, únicamente, es mi encierro la clave para un próspero progreso. Hay peores cárceles que las palabras, y gracias a la vida, yo no he me condenado a ellas.
Ayer lloraba como de costumbre, pesando que la oscuridad de mi cuarto me robarían las lágrimas, y quizá hasta me devolvería el valor que nunca he tenido para expresar mis ideas.
Me he refugiado de páginas amarillentas de tanto releerlas, admito que es mi único apoyo. Fumar ahora es el nuevo respirar y caminar con el viento matutino es un suicidio de parte mía. Analizar también que ingerir quince pastillas color rojo no es sano, más aún cuando las nauseas del miedo están presentes. He recordado, entre otras cosas, la frialdad de mis raíces. En Pichidangui la miseria reina y todo aquí parece estar en una situación precaria. Extrañamente todos me ven como el niñito exitoso que logró salir del abismo, si tan solo supiesen del dolor, comprendo entonces que vivir en Santiago produce algo más que el cáncer. He debido fingir todos y cada uno de mis gestos, según todos dicen, Bruno jara se ha dado un largo y merecido relajo espiritual.
Incluso he pensado en arrancarme el alma, el problema es que dormir entre tinieblas no responde a todas mis preguntas. ¿Será que ya he perdido la piel?
Por más culpa que tenga, sé que la partida jamás dejará en paz a todo este delirio, no hay segundas oportunidades para ello, no para el remordimiento.
Mis problemas familiares son sin duda, el árbol de todos mis tormentos, algo típico en adolescentes de 16, tal vez en mi no hay nada especial, ni si quiera mis letras.
Tendré que acostumbrarme a vivir así, sin amigos, sin piel y sin recuerdos de una vida mejor. Los presagios lo dirían: Tú no naciste para el éxito, tal vez tienen razón, la sola idea de ser alguien en la vida ya me ha devorado los sesos. Acostumbrarme a la miseria me hará bien, en poco tiempo la humildad me hará vagabundo, según se dice, no se puede renunciar al destino, y el mío, nunca será modificado. Espero que el viaje sea corto, espero no volver y dejar caer mi cuerpo a las rocas tristes, la ilusión de que alguien me recuerde es lo único que me da fuerzas para morir. Mañana será otro día gris, quizá me aniquile y trate de cambiar un poco el tema. Ojala alguien llegue a recordar, y en cierta forma, que así nunca me deje partir.
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