Óyeme, te llamo nuevamente. He sangrado, he luchado, he vivido, ahora es tiempo de continuar. Permite que siga mi camino y no me retengas más donde no me queda más nada por hacer, excepto esperar y ser desdichado, pero sobre todo esperar.
Los días del mundo se han vuelto aciagos, el mundo pierde su color, el movimiento su vigor, ya no percibo los aromas, ya no conozco el gusto de las cosas, ya no oigo las melodías, ya no hay más goce para mi ¿Qué más me queda, si no puedo hacer todo eso que me hacía sentir vivo?
A ti se dirigen la mayoría de mis pensamientos, mis “qué hubiera sido si”, mis “hubiera preferido que no” tu me permites repetirlos hasta el hartazgo, porque ahora otros deberían decir “es una lástima que nos dejó” pero solo se preguntan“¿Por qué será que espera?”. Es triste, porque me ven a mí, pero no lo preguntan por mi persona.
Los ocasos han perdido el sentido, yo no conozco el mío. El otoño me provoca envidia, porque a su mengua le llega el fin mientras que la mía es indefinid. La luna decrece y desaparece, llega a su punto final para reaparecer, ¿Qué es de mí, que ya no conozco ni el límite de mi final, el fin de mi infinita espera?
Dicen que hay cosas por cumplir, que hay compromisos que nos atan al mundo, si yo me libré de ellos ¿tengo que pagar porque tú no cumples con el tuyo? ¿Hasta cuando me harás esperar tu llegada? Cada paso que oigo a mis espaldas es un eco que me remite tu ausencia, cada sombra que se alarga me recuerda que aún le falta por alargarse, cada hoja que cae me hace desear el fin de mi caída, porque más terrible es la caída inacabada que el golpe del fin.
¿Y cuál es el fin? Entre tantas cosas que acaban, mi vida no se encuentra, y estoy harto de continuarla tan linealmente, de sufrirla tan linealmente. Los días de constante morir han pasado, ahora me corresponde estar muerto, llévame, muerte, de una buena vez
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