Primero en fiestas sociales viudas, jovencitas deseosas, esposas infelices casadas por obligaciones familiares, mujeres en edad madura insatisfechas con sus vidas, niñas en sus primeras reuniones sociales, seducidas por un joven blanco de pelo oscuro de ojos extrañamente bellos, que en su mirada triste escondía la maldad latente de su ser.
Estando en el Sur de Francia, en los pueblos vascos del otro lado de los Pirineos habíamos tomado la decisión de ir a alimentarnos solos, pues ella deseaba que fuera capaz de realizar tal acto solo, además a ella nunca le gustaba que la mirasen mientras bebía sangre, menos de un mortal ella prefería la elegancia de una copa. Así que no fue tan difícil realizar lo que deseaba mi negra alma, fue en Paris, lo recuerdo, primero como un juego donde ha escondidas me escapaba de mi bella esposa para entretenerme con mi presa antes de alimentarme de ella, me encantaba jugar con sus mentes, descubrir en ellas sus halagos, sus pensamientos, sus deseos más ocultos, hechizarlas, hacerlas creer una ilusión, llevarlas a sus propios cuartos, desvestirlas, hacerlas mías, una y otra vez, y el final beber de sus cuerpos aún tibios su preciosa esencia de vida.
En Roma esta insana costumbre se acrecentó ya no eran una victima por noche, siempre eran más de una e incluso al mismo tiempo, ya no mataba por necesidad sino por placer, disfrutaba deslizar mis uñas en sus preciosas pieles delicadas, suaves, fragantes y enterrarlas en ella, desgarrarlas, sentir su sangre tibia en mis uñas, en mis dedos, en mis labios, destrozar sus cuellos y beber a borbotones con nuestros cuerpos desnudos aun húmedos por el deseo, por el deseo y ahora la sangre que se deslizaba lenta y deliciosa.
Arin al principio me miraba incrédula ante las mentiras que le invitaba para ocultar mis continuas tardanzas, y después decidió volver a cazar conmigo, me encantó la idea pues me gustaba la analogía de invitarla a ella a un elegante cena para disfrutar un delicioso manjar, y en cierta forma lo hacíamos pues íbamos elegantemente vestidos para la ocasión, y procurábamos no ensuciar nuestros ropajes con nuestras respectivas cenas, pero extrañaba esta sensación estúpida de poder, esa extraña emoción que me levantaba de mi letargo, de esa maldad que me hacía sonreír.
Hasta que una tarde mientras paseábamos de la mano por las calles oscuras y melancólicas de Londres, encontré la ocasión de poder librar a las sombras que me gobernaban por dentro. En medio de la gente que paseaba había un joven caminando tranquilamente, era más alto que el resto así que se distinguía claramente su pelo rubio y su porte distinguido, aunque igualmente su forma de caminar denotaba la inseguridad propia de la juventud, sin pensarlo deje a Arin en una esquina inventándole una excusa torpe y seguí al joven a prudente distancia, cuando lo tuve a menos de una cuadra me deslice sobre el tan rápido como pude para no chocar con la gente y proseguí mi camino, al segundo después ya estaba a otra media cuadra lejos, mientras veía a la gente a amontonada y sorprendida por la muerte fulminante del joven, quien ni siquiera sintió algo antes de caer como un bulto pesado al suelo, cuando me acercaba esta vez lentamente a la multitud que vanamente trataba de ayudar al cuerpo ya sin vida del joven, sentía retumbar mis pasos al apoyarse en el suelo, caminaba feliz, satisfecho, luego con mi lengua acaricie la sangre que cubría la uña de mi dedo menor y la disfrute lentamente, antes de terminar la escena sentí a Arin miré instintivamente hacia arriba y en el techo de un edificio me cruce con su mirada.