CAPITULO III
“Como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su propia vida, hasta que la saeta traspasa su corazón” Proverbios
Quizás me odiaréis luego de leer las líneas que prosiguen, también odio lo que hice. Quizás os horroricéis y con justa razón, el espíritu de Maldad que me poseyó me llevo a los límites del éxtasis, del placer y del pecado, y a su vez me hizo conocer el primer infierno como castigo a mis continuos crímenes.
Cuando somos niños somos inocentes, sólo conocemos la bondad, a medida que crecemos vamos madurando, es decir vamos adquiriendo el conocimiento, este conocimiento no es otra cosa que ir adquiriendo y experimentando la maldad a través de nuestras propias actuaciones, la maldad nos lleva por un camino rápido al éxtasis para darnos cuenta muy tarde de la falsedad de su careta y de lo etéreo de su placer, pero mientras dura esta ilusión de sentirse fuerte, vencedor, imparable, y ese orgullo estúpido de no temer a nada, nos subimos sin saber a esta carroza fúnebre en un viaje que no se detiene y cuyos corceles cabalgan cada vez más rápido para sentir el mismo gozo de antes y así cada vez más rápido, y así cada vez más fuerte, hasta que sin previo aviso nos destruimos, sin darnos cuenta si chocamos contra una pared de rocas o si saltamos por un precipicio…
Si esto pasa a los mortales cuanto más a los vampiros neófitos que fácilmente son llevados a la locura, si no son muertos por si mismos, seguramente lo serán ya sea por algún vampiro experimentado que al ver los macabros hechos que ha realizado decide terminar con esa infeliz “vida“ o pasará que la misma gente del pueblo se juntará para matarlo como ha pasado en innumerable ocasiones con varios vampirillos neófitos sin la necesidad de ningún cazador.. Pobres desdichados...Dios tenga piedad por ellos...
Si bien yo tenía cerca de 25 años cuando fui convertido, edad suficiente para considerarse un hombre maduro, todavía mi espíritu era el de un niño. Mi infancia fue de una inocencia absoluta, mis estudios en el seminario y mi estancia en Roma -a pesar de algunas cosas que observé- igual fueron de pureza, mi corazón se mantuvo puro, por lo tanto al volver a Bilbao mi corazón era tan limpio como el niño vasco que amaba el mar y que un día se fue a Roma extrañando su tierra, y si bien mi amada Arin me enseñaba y corregía en todo, se despertó en mí un deseo desconocido…
Un deseo fatal, un deseo de experimentar otro tipo de felicidad. Este tipo de búsqueda se gestó muy pronto en mi, quizás demasiado pronto, pues no tenía necesidad de ella, quizás fui un estúpido, un imbecil, ninguna persona en su sano juicio lo haría, pero yo no estaba en mi sano juicio, ni tampoco soy o era una persona, soy un demonio, un esperpento, que a pesar de su belleza externa y de la felicidad que tenía junto a Arin busco el placer de destruir las vidas de los otros, disfrutando con el dolor de los otros, probablemente este mismo conocimiento de la belleza que ignoraba poseer, corroyó mi alma, hasta un punto infame de vanidad y de un deseo vanal y frío de ser deseado y amado.
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