Esta como muchas otras historias, me la contó mi difundo abuelo, en una de aquellas tardes bajo el frondoso árbol de almendro sembrado en mitad del patio, donde contaba historias para dejar pasar el bochorno del medio día mientras saboreaba el primer río de café tinto de la tarde, en la taza de loza con mariposas amarillas estampadas, mientras esperaba la llegada del fresco de la brisa de la tarde que soplaba por el noreste. Allí permanecíamos el grupo de niños, en época de vacaciones escolares, casi hasta que aparecía la luna.
Esto sucedió en la población de Plato, antes de que un hombre se convirtiera en caimán y se fuese para Barranquilla.
Aquella era la más bella potranca que se había visto por esos lares en muchos años. Había sido alimentada desde potrillo por los pastos más selectos, por el mejor forraje, con abundante avena de la mejor calidad. Se había convertido con el tiempo en un ejemplar de amplias ancas, largas y esbeltas patas, hermosa crin, brillante pelo y un porte que demostraba sus excelentes ancestros árabes (con tu venia turka). Era el orgullo de Don Hugo desde que la compró. Después de comprobar sus excelente línea genealógica, no le cupo la menor duda de que seria un magnifico ejemplar. Ahora había llegado el momento de buscarle un semental, pero eso si, tenia que ser de la mas alta alcurnia, digno de la consentida de su haras. Solo su compadre, Don Fidedigno De Los Ángeles Sotomayor y Castro, podría tener un potro digno de semejante belleza y en consecuencia, se dispuso a realizar la diligencia lo antes posible. Tendrían que convenir como se repartiría el producto de ese cruce (en el pasado siempre habían hecho buenos negocios), que desde luego seria de la mas alta y pura calidad y luego de mucho debatirlo, llegaron a la conclusión que lo mas salomónico seria venderlo por un buen precio y repartir equitativamente el producto de la venta. Aquel potro seria de verdaderos quilates. Los compadres tenían un par de hijos, unos mozalbetes que rondaban los doce años y cuyo deporte favorito era inventar todo tipo de travesuras. A ambos muchachos le encomendaron la delicada tarea de llevar la yegua de Don Hugo, hasta la hacienda de Don Fidedigno De los Ángeles Sotomayor y Castro, situada a varias leguas una de la otra. Huguito y Fide, así llamados los mozalbetes, traviesos ambos y cortados por la misma tijera, desde un principio decidieron inventar otra de las suyas…
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